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¿Economías sincronizadas? Realidades y espejismos de la dualidad económica México/Estados Unidos

Actualizado: 3 feb 2021

Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña, Eduardo Esquivel y Arturo Urióstegui


Debemos moderar el optimismo


Perdón por moderar el optimismo que ahora viven algunos analistas en términos de las expectativas económicas para México. Nuestra posición es que el mundo económico gira progresivamente y en el balance de los hechos prevalecen los aspectos positivos; pero que no se puede avanzar si no se advierten los posibles contratiempos. Sin querer ser “aguafiestas”, hay que darle una mejor mirada al futuro y corregir trabas o fortalecer las bases que nos puedan llevar a un crecimiento sostenido.


El optimismo parece fundamentado, si se toman en cuenta los pronunciamientos del nuevo gobierno demócrata de Estados Unidos y las opiniones favorables respecto a las expectativas del país realizadas por los organismos económicos y financieros internacionales y por algunos analistas. Vale la pena destacar las consideraciones siguientes:


1. El plan mexicano para enfrentar el problema sanitario, junto con la existencia de contratos y convenios para adquirir y producir vacunas que se puedan aplicar en forma gratuita y universal.


2. El balance equilibrado en las finanzas públicas y la posición favorable de las reservas internacionales, que fortalecen las expectativas de crecimiento sin un agotamiento de recursos y sin poner en riesgo la estabilidad cambiaria y de precios.


3. El plan ambicioso del nuevo régimen en Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, para retomar el crecimiento económico y para seguir resarciendo los daños que ocasiona la pandemia. Los apoyos previstos de ese país por 1.9 billones de dólares tienen un efecto importante, porque fluyen parcialmente en forma natural en el intercambio en las zonas fronterizas y en el flujo de las remesas.


4. La posición del presidente Biden y de la Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, de consolidar a Estados Unidos como la economía hegemónica del mundo, apoyados en la integración regional pactado en el tratado comercial (T-MEC). Para prevalecer como la primera economía del mundo, la opción que tiene Estados Unidos es conquistar con sus exportaciones un mayor porcentaje del mercado mundial; y reconocer la amenaza económica que representa el avance comercial de China.


5. Organismos como la CEPAL han señalado que México es uno de los países que podría tener mayor ventaja con la recuperación del comercio global. La Secretaria Ejecutiva, Alicia Bárcena, apuntó que “los países más vinculados comercialmente con Estados Unidos podrían beneficiarse de procesos de nearshoring o relocalización, mediante el cual empresas multinacionales buscan mayor cercanía con el mercado de la mayor economía del mundo. En ese sentido, México será el más beneficiado”. (https://www.jornada.com.mx/2021/01/23/economia/015n1eco)


6. Organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) han mejorado las proyecciones de crecimiento de la Economía Mexicana de 3.5 a 4.3%, sobre todo por la expansión del gasto y las mejores perspectivas de crecimiento en Estados Unidos. Incluso Moody's Analytics declaró que la economía mexicana podría sorprender con una variación positiva de 6 a 7.5% anual en 2021: “dada la elasticidad histórica de los ciclos económicos México-Estados Unidos”. Lo que hace suponer que cuando se reactiva la Economía norteamericana, la mexicana crece 2 o 2.5 puntos más.


Otros economistas y analistas han advertido sobre la necesidad de moderar el optimismo, de poner “los pies en la tierra". Tienen mucha razón: la tormenta no se ha disipado y las secuelas que ha dejado son graves. Enlistemos algunos aspectos:


1. Todavía no existen resultados palpables que demuestren el impacto de la vacuna para dar solución al problema sanitario a nivel mundial. Se intuye que las vacunas podrían ser la solución, pero la duración de la inmunidad, los rebrotes y la aparición de nuevas cepas no han modificado aún el escenario calamitoso.


2. Innumerables empresas quedaron en una situación vulnerable y muchas de ellas no volverán abrir, lo que conllevará a que muchas personas no recuperen sus puestos de trabajo.


3. La tasa de rentabilidad de las empresas ha quedado atrofiada, por lo que les interesará primero resarcir pérdidas y disminuir costos, principalmente, el relativo a los costos primos, lo que puede impactar en los niveles de empleo formal.


4. Un número considerable de empresas y de consumidores se ha sobreendeudado; por lo que la tendencia de mantener en un nivel bajo la tasa de interés y controlado el tipo de cambio debe prevalecer; pero lleva también a la necesidad de reestructurar y condonar parcialmente deudas. La recuperación de las medianas, pequeñas y microempresas y de la demanda de importantes segmentos de la población va a ser cuesta arriba.


5. La posibilidad de que sobrevenga a nivel internacional una crisis crediticia y financiera está latente. La expansión del gasto sofocó fiscal y financieramente a los países emergentes. Cierto, los costos del servicio de las deudas se mantuvieron a tasas asequibles, pero los montos de deuda crecieron significativamente en la mayoría de los países del mundo; lo que podría llevar a que se presenten suspensiones de pago o reestructuraciones de deuda. Esto distorsionaría el comportamiento de los mercados y llevaría al planeta a una recuperación lenta y dolorosa.


6. La posibilidad de que exista una burbuja financiera y que esta se “pinche”. Las grandes empresas han obtenido recursos significativos provenientes de los programas de apoyo de los gobiernos, lo que ha revaluado artificialmente sus activos. Resulta paradójico que en plena crisis pandémica los mercados de valores en distintos países, incluyendo los de Estados Unidos, hayan llegado a máximos históricos. La interrogante es: ¿qué pasará en las bolsas cuando estos recursos dejen de fluir?


Sin duda habrá más aspectos, pero entre los descritos hay algunos que no nos afectan mucho. Queda claro que la recuperación y los niveles de crecimiento no serán homogéneos en los países y que la expansión en un primer momento se podría presentar a nivel regional. Es un punto favorable para México que sea miembro del T-MEC y que el país parezca estar a buen recaudo de una crisis fiscal y financiera.


Pero más allá de esas consideraciones, hay algo que realmente debe de evaluarse: ¿qué tanto depende México del crecimiento económico de Estados Unidos?


Sopa de letras para empezar


No deja de llamar la atención, que gran parte de la discusión entre organismos y analistas expertos sea sobre la forma en que se va a dar la recuperación económica. La discusión se volvió “alfabética”. Que si la recuperación se podría dar en forma de “V", que si de “U", “W" o de “L". En la crisis de 2009 George Soros advirtió que en el mediano plazo, más que a una letra, la recuperación podría asemejar la forma del símbolo de una raíz cuadrada (√) invertida.


Dentro de las formas, lo más probable es que la figura de Soros se repita, particularmente, para la economía norteamericana. Véase el perfil de la gráfica: primero, la tasa de crecimiento de la economía norteamericana en 2019 fue de 2.2%; segundo, la caída estimada para 2020 es de 3.4%; tercero, para 2021 el Fondo Monetario Internacional (FMI) proyecta un incremento de 5.1% y cuarto, el mismo organismo prevé para 2022 una variación de 2.5%; por lo que mantuvimos esta tasa de crecimiento de 2.5% en 2023 y 2024, dado el antecedente histórico de la crisis de 2009.

Si efectivamente, conforme a lo que opinan Moody’s y otros especialistas, existe elasticidad de los ciclos económicos entre los dos países, el nuestro va a seguir el mismo sendero de la economía estadounidense; es decir, tendrá un crecimiento significativo en 2021, para luego continuar con tasas de crecimiento mediocres. En un sentido propositivo se tendría que aprovechar el impulso económico de los Estados Unidos para recuperar en lo más posible lo perdido en 2020. Después todo va a ser más difícil y tal vez, el nivel de producción (PIB) observado antes de la pandemia se alcance hasta finales de 2022 o en 2023.


Hay quien piensa que la elasticidad entre las dos economías se perdió aparentemente a partir de 2019, que la economía mexicana no sólo marcha a distinta velocidad que la norteamericana, sino en dirección opuesta; es decir, que México no ha seguido el impulso positivo de Estados Unidos. ¿Será eso cierto? Más aún: ¿empíricamente se puede verificar que existe interrelación entre la tasa de crecimiento de las dos economías?


Sin que esta columna se convierta en una disertación estadística, conviene hacer un paréntesis. En economía es frecuente recurrir a series de tiempo para observar el comportamiento de una variable a lo largo del tiempo, o en periodos específicos. El comportamiento, sin que existan cambios estructurales, nos permite extrapolar en el tiempo el valor aproximado que podría tomar dicha variable.


La calidad de la predicción o pronóstico va a depender del grado en que las variables tienden a cambiar simultáneamente. Si esa relación se puede describir sistemáticamente por una proporción constante, se puede afirmar que estamos frente a un caso determinista. De manera que, si se conoce lo que pasa en una de las variables, se puede conocer el comportamiento de la segunda, simplemente hay que aplicar la proporción en que se relacionan.


Puede ser que esa relación no sea constante, que oscile alrededor de un valor promedio. Mientras menor sea esta oscilación, más determinista será la relación en estudio. Algo que los estadísticos miden con el llamado coeficiente de determinación r². Cuando este es igual a la unidad, entonces la relación es determinista. Por el contrario, si es cero, significa que las dos variables cambian aleatoriamente: a subidas y bajadas de una corresponden “columpios” sin ton ni son de la otra. Concretamente, el coeficiente de determinación mide la proporción en que los cambios de una variable corresponden a los cambios en la otra.


En el análisis estadístico se utilizan distintos métodos de análisis y predicción: se les quita el efecto estacional, lo que las “suaviza” al reducir los cambios más bruscos o picos. Otros métodos aplicables son el de descomposición temporal y el de procesos paramétricos. Dentro de los métodos de desestacionalización, hay que señalar a los promedios móviles, a los de linealización exponencial y al método de Holt-Winters. Si recurrimos al enfoque lineal, conocido como regresión simple, siempre será aconsejable revisar el coeficiente de determinación (r²), bajo las premisas que ya se mencionaron: entre más se acerque r² a 1, más aceptable serán los resultados obtenidos. Por ejemplo, resultados alrededor de 0.9, deberán considerarse razonables como medida de la correlación existente.


De regreso al tema, lo primero que se debe observar cuando se comparan dos variables que se quieren correlacionar es su gráfica en el tiempo. Para nuestros fines presentes, se tienen estadísticas de las tasas de crecimiento de la producción de 1961 a 2020 de Estados Unidos y México y es claro que las líneas trazadas entre ellas asumen formas caprichosas, aleatorias y disconexas. Obsérvese como hay momentos en los que la economía estadounidense crece y la mexicana no, incluso decae. Si postulamos que la tasa de incremento de la economía mexicana está correlacionada con la tasa de crecimiento de la economía de Estados Unidos, encontraremos un coeficiente r² bajo, de 0.1962. Claramente distante de la correlación perfecta que dijimos es 1.

¿Qué pasa si el periodo de 1961 a 2020 lo dividimos en etapas? Algo justificable dados los distintos modelos de desarrollo que se han aplicado en la economía mexicana. El primer periodo, bien podría ser de 1961 a 1970, en donde se instrumentó el modelo del desarrollo estabilizador, sustentado en la sustitución de importaciones y en impulsar un mercado hacia adentro. Lo ideal estadísticamente hubiera sido irnos hacia atrás, iniciar desde 1954, pero para esta ocasión no fue posible por la carencia de datos. Visualmente lo que se observa –como era de esperarse– es que el comportamiento de las tasas de crecimiento de ambas economías es dispar; sin sincronía evidente; parecen ir cada una por su cuenta y en consecuencia la r² es insignificante, de 0.0914.

Un segundo periodo sería el de 1971 a 1982, que integra dos fases: 1) el de desarrollo compartido y 2) el de expansión petrolera. Coinciden en ambos subperiodos, la existencia de un Estado expansivo (el ogro filantrópico dejó de cuidar su bolsillo) y el de una política que privilegiaba la protección de la industria nacional. De nueva cuenta aquí, la correlación entre las tasas de crecimiento de las economías norteamericana y mexicana es poco significativa. El cálculo arroja una r² de 0.1154. Nuevamente muy lejana a la unidad.

La tercera etapa sería de 1983 a 1999. Hay que reconocer que es un tanto más arbitraria, pero no deja de tener sentido, si consideramos que se trata de un periodo de alineación de la apertura de la economía mexicana a la globalización. Es una fase sui generis, en donde se denotan abruptas caídas de la economía mexicana por crisis financieras y de endeudamiento (véase las barras oscuras de mayor magnitud), sin descontar otras de índole político. Se podría decir que la adaptación al modelo de apertura económica llevó casi 20 años y fue costosa; lo cierto es que durante esta etapa la economía mexicana no siguió el comportamiento de la norteamericana, ni en las etapas de crecimiento ni en las de depresión. Bajo esta circunstancia, el coeficiente r² fue de 0.0014. El más próximo de todos a la nulidad: ¡no hay relación!

La última etapa de 2000 a 2020, la podríamos definir como la de consolidación del modelo de libre comercio y apertura económica. A diferencia de los otros tres periodos aquí si existe una mayor relación entre las tasas de crecimiento de las dos economías. Aun así, se tiene una r² de 0.7899. Este dato merece más atención. Su interpretación estadística estrictamente es que 79% de los cambios observados en el crecimiento del PIB mexicano se explican por cambios en la variación del PIB estadounidense. Visto así, no es una correlación despreciable y habla igualmente de una dependencia digna de consideración. Sigue siendo una perspectiva preliminar, porque este análisis no permite determinar cual de los dos factores determina al otro. La correlación podría ser espuria o tendríamos que profundizar más en el análisis. En todo caso, se trataría de un estado de las cosas reciente; de este nuevo siglo.

Volvamos al análisis económico. Para profundizar un poco más nos tendríamos que hacer una pregunta: ¿cuáles serían los indicadores que nos llevarían a la conclusión de que la economía mexicana depende en algún grado de la norteamericana? El modelo de apertura externa nos lleva desde el punto de vista económico a dos variables: la inversión externa y el comercio exterior. Al aislar variables, los que piensen que la mayor capacidad exportadora, por si misma, amplía los niveles de crecimiento del país se llevarían un chasco. El simple análisis gráfico lleva a la conclusión de que no existe una correlación directa entre exportaciones y crecimiento económico y lo confirma la r² irrelevante de 0.22.

Aun en el periodo, que concebimos como de consolidación de la apertura económica, de 2000 a 2020, no existe una relación directa entre el nivel de exportaciones y la tasa de crecimiento económico de México; por el contrario, parecen ir por caminos opuestos y la r² es de apenas 0.0937. Es decir, no existe una relación estadística entre los cambios en las exportaciones y del PIB para el caso mexicano.

Si sólo observamos la formación bruta de capital fijo, destaca, sí, que en el periodo de mayor crecimiento económico (de 1977 a 1981) ésta, con respecto al PIB, se sitúa en los niveles más altos. Lo anterior tiene que ver con la mayor inversión pública, destinada a ampliar la infraestructura petrolera. Debe decirse, sin embargo, que los resultados en términos de correlación son pobres con un r² de 0.0364.

El análisis simple no lleva ni remotamente a la conclusión de que el modelo de apertura comercial propició mayores tasas de crecimiento; aun cuando coincidamos que la revisión gráfica es insuficiente: ¡la vista suele ser engañosa! Hay razones económicas para explicar este fenómeno: 1) nuestra apertura se sustentó sobre bases viciadas, es decir, se sacrificaron salarios y se otorgaron estímulos fiscales en aras de ser competitivos; y 2) no hubo una conversión productiva que llevara a un dinamismo económico en el largo plazo. Podríamos decir que el gran reto de una economía de libre mercado es ampliar la capacidad exportadora, a partir de ganar competitividad con base en una productividad creciente, que es la base para fortalecer salarialmente al mercado interno.


La variable olvidada


Si existe un indicador preocupante en México es el de la productividad laboral. Vale la pena señalar que desde el punto de vista de la teoría económica, la productividad lleva a mejores salarios. Debido a que el salario real está asociado a la productividad marginal del trabajo; es decir, los salarios reflejan el valor de los bienes y servicios que se producen. De modo que la existencia de bajos salarios reflejan un estancamiento en los niveles de productividad; aun haciendo a un lado la existencia de un dumping salarial.


En México, la productividad laboral se mide con base en el Índice Global de Productividad Laboral de la Economía (IGPLE), elaborado por INEGI. Dicho índice relaciona al PIB trimestral en términos reales con el número de personas ocupadas o el número de horas trabajadas en el país. De modo que la variación trimestral anualizada del IGPLE nos daría el crecimiento de la productividad laboral. Debe decirse que con respecto a la información del IGPLE se cuenta con una serie que data del primer trimestre de 2005.


Por otra parte, es importante señalar que un estudio de la empresa Mckinsey Global Institutute fijó para México una tasa de crecimiento de la productividad laboral de 4.8% anual como condición necesaria para alcanzar un crecimiento sostenido de 6%. Pues bien, (y lo que sigue no es poesía), al realizar una revisión de los datos, se aprecia:


• Un pobre desempeño de la productividad, sólo en 7 trimestres la productividad laboral rebasa el 4.8%. De tener razón Mckinsey, así nunca tendríamos la oportunidad de tener un crecimiento sostenido de 6%.


• El mejor desempeño trimestral de la productividad se dio en el segundo trimestre de 2020, en plena crisis pandémica; lo que lleva a concluir que los menos son más productivos que los más; cobrando importancia algunos datos, entre ellos que el empleo informal en periodos previos de la pandemia participaba con más de 56% de la población ocupada y contribuía sólo con 22% del PIB total: lo que significa que 44 % de la población con empleo formal contribuye con 78% del PIB.

Más que avizorar penumbra en el futuro, Ekonosphera quiere advertir que la integración comercial, por sí misma, es insuficiente para aspirar a tener el crecimiento sostenido que México requiere. Sin importar el orden de los factores, es fundamental elevar la productividad y los salarios; lo que conlleva a promover estrategias de fomento productivo y de educación y de adiestramiento empresarial y laboral, que permitan sustentar nuestro desarrollo no sólo con más inversiones. Como lo puso de relieve la Ekonosphera el 8 de noviembre de 2020 en la columna “México está entrampado productivamente. Para escapar necesita tecnología”, la inversión en México debe elevar el nivel tecnológico aplicado en la producción.


Ahora en este texto podemos complementar la conclusión. Los dos factores clásicos de la producción, el capital y el trabajo necesitan asociarse y colaborar para elevar sistemáticamente la productividad. Si algo ha de cambiar en las culturas empresarial y laboral de México es la de contar con mayor confianza entre los factores, a efecto de producir más con una distribución más aceptable, es decir, más justa entre las partes. Hay que tener altura de miras: para tener un crecimiento aceptable se requiere avanzar significativamente en el camino de la productividad. No hay fórmulas mágicas: toda mejora en la utilidad y en los salarios debe tener como sustento una mayor productividad.


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