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El Escepticismo Daña Mucho y la Necesidad de Mantener Viva la Esperanza

Foto del escritor: Gildardo Cilia LópezGildardo Cilia López

Actualizado: 30 dic 2020

Por Gildardo Cilia López



El escepticismo económico

¿No sé por qué?, pero siempre que leo sobre la situación económica y financiera del mundo, me doy cuenta que la ciencia económica pudiera vivir del escepticismo, contra la natural tendencia de la inteligencia humana de buscar el mayor bienestar.


El escepticismo se sustenta en la duda, pero nos hemos ido al extremo de la negación. Dudar viene de "dos", de decidir entre lo uno y lo otro, es una acción de premeditación antes de elegir. Existe naturalmente en nuestro capacidad de razonar incertidumbre; pero el gran riesgo es que la incertidumbre nos conduzca al vacío, o a concebir, que lo malo siempre predomina y que no vale la pena asumir una postura propositiva, si al fin y al cabo todo va a ir en sentido contrario a lo que queremos.


Bajo esta perspectiva la aspiración deja de tener sentido y dejamos de pensar en lo que debe ser; que es la condición cualitativa que le da sentido al quehacer humano. También dejamos de pensar que aun en la calamidad, podrían estarse suscitando eventos que modifican un entorno negativo.


Más grave aún, hay quien cree que debe mantenerse el escepticismo para lograr propósitos personales o políticos. El escepticismo se siembra con la duda, generando en las conciencias desánimo y pesimismo. Logros y propósitos loables no existirían, aun cuando se avance en la resolución de los problemas.


El avance científico es notable, en menos de un año y en diferentes partes del planeta, se elaboraron vacunas para tratar de hacer inmune a millones de personas del Covid-19. Se ha mostrado el resultado de la pruebas, alcanzándose un índice de efectividad superior a 90%, pero se ha iniciado la tarea de sembrar la duda: "no saben aplicar la vacuna". "Ya se murió una persona".


Los esfuerzos en México han sido notables, se reservaron recursos económicos para adquirir millones de dosis y para aplicar las vacunas en forma gratuita y universal. De nuevo los agoreros del desastre han hablado: "sólo se han traído 3 mil vacunas y las promesas del Gobierno van a incumplirse". Lo saben pero no lo dicen, primero, es necesario hacer los protocolos correspondientes para preservar el ambiente que se requiere, a efecto de mantener adecuadamente las vacunas que van a arribar en una mayor cantidad. Socialmente nada más grave que ser irresponsable, generando incertidumbre en la población; bien se sabe, que la única forma de superar la crisis pandémica y las secuelas económicas es con la aplicación masiva de la o las vacunas.


México inicia la aplicación sin rezagos, es el primer país latinoamericano en hacerlo y lo está haciendo a la par de las primeras potencias del mundo. Más elogiable todavía, se continúan con los esfuerzos para producir una propia vacuna. El virus no se va a ir y seguirá siendo necesario periódicamente aplicar dosis; por eso es importante producir una vacuna a partir de nuestras propias capacidades. Sobre esto se duda: "no tenemos ni personal ni laboratorios para hacerlo. ¡Imposible!". El pensamiento mediocre lleva a concluir que vivimos en una sociedad primitiva, alejada del conocimiento y sin posibilidad de crecer con nuestros propios impulsos.


La esencia de toda ciencia consiste en conocer los problemas para superarlos. Cruzarse de brazos nunca va a ser una solución y criticar no significa la negación absoluta de que pudieran existir avances o logros. La esencia de toda crítica es la propuesta: es el planteamiento de alternativas para avanzar hacia las soluciones. No deja de ser importante cuestionar o demandar justicia, más riqueza o bienes; pero lo es más el indicar rutas de solución.


Discernir entre lo que es y lo que debe ser, como contraposición dialéctica, ha hecho evolucionar al cerebro humano dotándolo de conciencia y conocimiento. Nunca será más necesaria la cabal comprensión de la naturaleza de las cosas, ni la tarea de la imaginación propositiva, que cuando se vive en etapas de crisis, en la desgracia o se camina entre escombros.


Pero aun sin proponer, lo más correcto es desear que las cosas malas no sucedan. La ideología y la política no nos deben llevar a la abyección, tenemos que entender que millones de personas sufren y que el bien de los demás abona en nuestro propio bien. Tampoco debemos concebir que los seres humanos son como cosas u objetos que se puedan manipular con la desinformación o promoviendo el caos.


Quien promueve el desánimo lo que quiere es hacer daño. No sé cuenta con estadísticas, pero todos coinciden que el perjuicio económico por desánimo es incuantificable: la productividad se reduce a lo más y los deseos de trabajar o conseguir empleo se pierden; asimismo, la función del desánimo inhibe los procesos de inversión y reducen las expectativas racionales; haciendo sombrío tanto el corto como el largo plazos. La irrupción del desánimo como tarea, no puede responder más que a una acción o a una actitud irracional.


Proyectar escenarios desastrosos se ha convertido para algunos intelectuales y economistas como una especie de leitmotiv, con una característica muy especial: esperar las sombras para decir que las cosas no están bien, que no van bien. Lo que debe ser se obnubila por el deseo inconfesable que se tiene de que la realidad se comporte de tal forma, a tal punto, que en forma fehaciente podamos repetir: ¡lo advertí, las cosas no van bien! Bajo esta perspectiva la única conclusión que se puede derivar es que México va a tener un sexenio perdido en materia de crecimiento económico; haciendo que el umbral del desempleo y la pobreza sea lo único a esperar.


Esta inteligencia sombría va en contra de lo mejor del espíritu humano. El escepticismo gradualmente va menguando la esperanza, es decir, la posibilidad de superar lo que se considera feo, malo y triste: deprimente. Perder en sumo grado el optimismo hace daño: ¡la amargura enferma!


Los números tienen sentido cuando tratamos de evaluar el todo. En efecto, México como todo el mundo vivió un 2020 desastroso; pero conservamos los resortes económicos del crecimiento con uno de los principios esenciales de toda política económica: la estabilidad económica.


Creer que un dato dice todo, es concebir que la economía únicamente tiene una única naturaleza cuantitativa. Crecer, desde luego, importa, pero más trascendente es evaluar nuestras posibilidades de detonar el desarrollo económico y en ese sentido el contexto no es malo: la inflación está dentro los márgenes previstos, 3%; no existen presiones devaluatorias, el tipo de cambio está por debajo de 20 pesos; no se recurrió a un endeudamiento mayor al previsto y las finanzas públicas se mantienen sanas, entre otros aspectos. ¡Ah! y hasta noviembre, antes del rebrote de la pandemia en el Valle de México, había indicios de una recuperación económica: en el tercer trimestre del año la economía creció 12%.


Los detalles siempre van a ser importantes y en la logística para emprender el futuro cuentan mucho. Decir que todo está mal no es difícil, pero el pesimismo no es ciencia, es sólo una actitud. El razonamiento integral es importante si lo que se quiere es tener una opinión más cercana a la verdad. El optimismo desbordado, cierto, también perjudica, pero poner invariablemente números malos sobre la mesa, pudiera responder a un mala intención. En muchos de los casos detrás de las opiniones que se sustentan sólo en números o resultados negativos lo que predomina es la política o la ideología y ante esta actitud sesgada, lo que se está haciendo es una vulgarización del juicio económico.


No gusta el gobierno por su carácter popular; por su deseo de proteger a los pobres y a los trabajadores; porque no se ha condolido con las empresas, cobrándoles impuestos; no se coincide con los ideales de justicia; tampoco se cree fehacientemente en su lucha contra la corrupción. Cargado de ideología, hay quien desea que los resultados sean nefastos, no entendiendo que detrás de esos deseos hay 127 millones de personas que van a sufrir las consecuencias de no corregirse el azaroso camino al que han llevado decisiones que se han tomado en una u otra dirección desde hace 50 años.


Tampoco es honroso pensar que la posverdad confirmará que el camino no fue el correcto, que vamos a llegar a una situación aún más aciaga: al precipicio. No sé trata de vivir en la confrontación maniquea: entre liberales o conservadores; o entre revolucionarios o reaccionarios; o entre quienes creen en el Estado o en el mercado; o entre neokeynesianos y neoliberales. Se debe tratar de hacer prevalecer el logos económico; es decir, de mantener los mejores principios para alcanzar el equilibrio social: el crecimiento económico con la mayor equidad posible.


Sobre la Esperanza


Los griegos inventaron la palabra esperanza y la divinizaron. En los peores momentos de la humanidad - como el mito - es lo único que queda. Mucho de lo que somos evolutivamente ha sido resultado de mantener con vida a la divina Elpis. No podemos dejar de consagrarla; quien intenta enterrarla, en realidad, lo que está haciendo es socavar el espíritu humano que lleva a toda superación.


La historia no puede ser más que la renovación del optimismo, a partir del cauce de las ideas que posibilitan el cambio. De hecho, son las grandes aportaciones intelectuales las que modifican los contextos sombríos que naturalmente nublan nuestra visión de las cosas.


Angustia, sí, que entre los economistas predomine el escepticismo, porque así no se puede romper ningún contexto sombrío. Somos científicos sociales y nuestra natural tendencia es formular hipótesis y teorizar. Nuestra ciencia pareciera impracticable pero no es así, millones de personas son beneficiarias o sufren por la conducción económica. En medio de la crisis pandémica, nos fijamos en lo que deciden nuestros principales economistas, con opiniones contrastantes, sobre todo porque nuestro gobierno polemiza "un día sí y al otro también"; pero hay un hecho indudable se ha afrontado la crisis cuidando las finanzas públicas: a la recesión no se le podía añadir inflación. Eso nos llevaría al peor de los contextos.


Desde nuestra trinchera, los economistas confrontamos ideas y a veces se cae en la sinrazón: "es que no tiene ningún mérito el Secretario de Hacienda o el Gobernador del Banco de México o los funcionarios que toman decisiones que a todos incumben". La obnubilación daña y predomina el demérito, cuando en realidad lo que debería existir es la adecuada ponderación: no todo es malo, hay cosas que se están haciendo bien. Hacemos de la adversidad el escenario para concluir que todavía nos va a ir peor. Nuestra ciencia no nos lo permite, pero deberíamos seguir el ejemplo de nuestros médicos: luchar contra la adversidad.


A manera de conclusión


Hasta ahora ninguna calamidad ha significado el fin de los tiempos, pero todo los días lo creemos así, porque tal vez, inconscientemente, somos proclives más a pensar en la desgracia. Ensalzar o enaltecer la desgracia sobre todas las cosas no significa ser crítico y podría ser resultado de una extraño condicionamiento cerebral. Soy un convencido que el optimismo se forja a partir de ideas, pero también de actitudes; sin cierta dosis de optimismo no se podría ser creativo, tampoco se podría infundir ánimo. El optimismo nos hace ser seres positivos: hace romper el plano (siempre imaginario) de que nada se puede superar.


El plano ético como economistas, como científicos sociales, no debería ser el anunciar "el fin de los tiempos", sino la presencia del cambio que posibilita un mejor futuro. Las desgracias, desde luego, existen y se presentan; pero el escepticismo no debería ser la imagen que transmita ninguna generación, menos la nuestra. La historia del hombre se ha forjado a partir de la adversidad y no se debe olvidar que la mayor construcción humana se ha sustentado en hilos que trascienden terribles laberintos. Antes de lamentarse o sufrir, hay que pensar en los valores que nos deja la esperanza. ¡Hay que concebir que existe una ética de la esperanza!


Dubitativamente el escéptico diría: ¿existe la esperanza?; ¿se pueden construir valores a partir de la esperanza? La respuesta, sin rodeos, es: ¡Sí!



 

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