
Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña, Arturo Urióstegui y Eduardo Esquivel
La Utopía de Owen
La mejor forma de iniciar esta columna es con esta magnífica cita:
“Sé que la sociedad podría existir sin delitos, sin pobreza, con una condición sanitaria mejor, sin ser infeliz o estar afligida por penas, y con una felicidad centuplicada; y que ningún obstáculo, aparte de la ignorancia, se opone a ello en la actualidad, ni impide que tal estado social se convierta en universal”.
Lo dijo Robert Owen, hace 200 años, en Inglaterra, en plena revolución industrial, soñando con una realidad distinta a la que le había tocado vivir. Era una época despiadada, de grandes calamidades sociales, en donde la naturaleza humana parecía plasmarse en el utilitarismo: en una severa explotación de los trabajadores y el trabajo infantil, en la ambición, en la desigualdad y en la injusticia. Envilecida la sociedad económica, a su más, sólo podrían sobrevenir grandes males: la ignorancia, la delincuencia y la corrupción.
En esa misma época, Charles Dickens hace la descripción de una ciudad inglesa, sombría y contaminada por fábricas textiles: el humo de las chimeneas había tiznado los ladrillos rojos. Una sociedad con trabajadores sin esperanza, cuya monotonía parecía extraviar toda posibilidad de redimir el espíritu humano. Así lo narra Dickens:
“…gentes que se parecían igualmente, que entraban y salían a las mismas horas, que pisaban de igual modo, que iban a hacer el mismo trabajo, y para quienes cada día era idéntico al anterior y al de después, y cada año el vivo reflejo del que le había precedido y del que iba a seguirle”. (Charles Dickens. “Tiempos Difíciles”).
Frente a la realidad, la utopía. Hombres como Owen resaltan más que otros porque luchan por un mundo distinto; en este caso, por una sociedad armoniosa, que él concebía a partir de la fraternidad universal y no sobre la base de la polarización, de la lucha de clases.
No sólo soñaba actuaba: emprendía, invertía y perdió fortunas en proyectos económicos comunitarios, fábricas y cooperativas para hacer realidad su visión: reformar la realidad para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y crear un nuevo mundo moral para volver a la naturaleza positiva y bondadosa del hombre. En esa época de depredación, de sobreexplotación, Owen afirmó:
“La prosperidad real de la población puede medirse con exactitud en cada momento por el nivel de los salarios y la extensión del bienestar que la clase productora puede obtener a cambio de trabajo… Pero cuando la ignorancia, el exceso de trabajo y los bajos salarios se combinan, no solo el trabajador se encuentra en una condición miserable sino que las mismas clases superiores son ofendidas” (Owen, “Llamamiento a los ricos”, 1818).
Es decir, bajo estas circunstancias, los que tienen recursos económicos deben sentirse igual o peor de miserables. La razón debería caber en todos y concebía que era posible convencer a las clases altas para que hicieran concesiones a los trabajadores, mejorando sus sueldos y procurando su educación; esas condiciones eran necesarias para dar a luz a una nueva sociedad.
Mucho se ha discernido sobre lo que es una utopía, la acepción que más nos gusta es aquella que concibe a la utopía como una idea que potencia un distinto amanecer; es decir, una nueva vida, en donde predomina la justicia; en donde los conflictos ceden para hacer prevalecer la armonía.
Ha habido muchos soñadores, el reformista Tomás Moro, en el siglo XVI, acuñó la palabra en su obra “Utopía”, para describir una isla imaginaria en la que se llevaría a cabo una organización ideal de la sociedad. Toda utopía puede convertirse en realidad, pero Owen va más allá: predicó con el ejemplo; cierto, aun cuando tuvo notables seguidores, sus conceptos no se universalizaron, se vivía en la época de la acumulación salvaje. Consecuente, como era, puso en riesgo su fortuna para realizar sus ideales, los que han pervivido a lo largo de dos siglos. Si se analiza bien, los conceptos sustantivos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) son similares a los que tenía este extraordinario emprendedor:
“Para la OIT un trabajo decente significa la oportunidad de acceder a un empleo productivo que genere un ingreso justo, la seguridad en el lugar de trabajo y la protección social para las familias, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración social, libertad para que los individuos expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan sus vidas y la igualdad de oportunidades y trato para todos, mujeres y hombres”.
¿Qué tan lejos estaremos de la Utopía?
El mundo ha avanzado y en muchos países el sueño de Robert Owen parece haberse hecho realidad. Las socialdemocracias europeas, por ejemplo, y otras economías del mundo parecen ir por ese camino. En Suecia se ha probado la modalidad de la jornada laboral de 6 horas con los mismos salarios. Se comprobó que los trabajadores cumplían satisfactoriamente y que acudían con más energía a trabajar; lo que los hacía más productivos: la productividad aumentó 85% en el experimento de Gotemburgo.
Microsoft, por su parte, realizó otra prueba en Japón en 2019. Durante cinco semanas, sus 2,300 empleados tuvieron el viernes libre y cobraron el mismo salario. Bajo esta circunstancia la productividad se incrementó 40%, con un efecto positivo adicional: se redujo 23% el consumo de electricidad.
La primera ministra de Finlandia Sanna Marin, ha señalado con precisión cual debe ser el futuro histórico del mundo: “El tiempo de trabajo se redujo en los últimos 100 años a medida que aumentó la productividad laboral, y mejoraron los ingresos y bienestar de las personas. La reducción a 8 horas diarias fue una de las metas sociales clave de la Socialdemocracia y se logró. Se deben continuar los esfuerzos”.
Es notable que la evolución productiva se haya intensificado en los últimos 50 años y que ello haya sido consecuencia no sólo de la incorporación de nuevas tecnologías (de la automatización y digitalización), sino ― como pensaba Owen, en 1818 ― de la capacidad de hacer más felices a los trabajadores con mejores salarios y generar una mayor capacidad económica para disfrutar del ocio; es decir, para la recreación y la cultura, tanto de ellos como de sus familias.
Para nuestras economías eso parece un sueño, pero no lo es tanto. En el Congreso chileno existe un proyecto de ley para reducir la jornada laboral a 40 horas a la semana. El presidente Piñera la ha calificado como inconstitucional; empero, más pronto de lo que uno se imagina se aprobará la reforma. El rumbo histórico es irreversible y la razón estará de lado de los promotores de la iniciativa.
Los postulados de Owen para México siguen siendo un sueño. Todavía estamos muy lejos de mejorar las condiciones de vida de millones de trabajadores:
1. Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo realizada en 2019, 10.3 millones de personas laboran más de 48 horas a la semana, cifra que rebasa el promedio de las jornadas laborales de 8 horas, con lo que se incumple el artículo 61 de la Ley Federal del Trabajo, el cual establece una duración máxima de 8 horas para las jornadas diurnas, 7 para las nocturnas y 7 horas y media para las mixtas. Se sigue con la idea de que más tiempo laboral significa ser más productivo, sin evaluar costos y sin querer avanzar en las pruebas que han indicado que la emocionalidad y los equilibrios orgánicos y mentales son condición indispensable para ampliar el rendimiento productivo.
2. Las estadísticas indican un deterioro salarial que ha llevado a una pobreza laboral sin precedentes, justo en los últimos 50 años. En ese mismo período es cuando las economías desarrolladas del mundo e incluso otras con menor potencial económico han ampliado los niveles de bienestar de sus trabajadores a partir de mejores remuneraciones.
En México nos hemos estancado y en muchos sentidos. Hemos ido en contra de la dirección hacia la que han girado las sociedades económicas modernas. Aún ahora es lamentable escuchar argumentos que van en contra de la lógica productiva en la que se ha movido el planeta; más si concebimos que la productividad es la que le da funcionalidad y dinamismo al sistema económico; siendo, en última instancia, la generadora de la riqueza. Tres elementos son los que se aducen para limitar la tasa salarial y mantener los salarios mínimos a niveles de subsistencia:
1. Que los salarios, al ser el costo primo de mayor importancia de las empresas, elevan significativamente los costos de producción y con ello presionan hacia arriba a la tasa inflacionaria.
2. Que al ampliar los costos de producción se desestimula la inversión, lo que trae consigo el cierre de empresas y el desempleo masivo.
3. Que mantener bajos los salarios es una condición indispensable para contar con niveles de competitividad y atraer inversiones del exterior.
En términos salariales no existe una visión más retardataria que fijar los salarios a partir de las líneas de bienestar; es decir, de determinar el aumento del salario mínimo sobre la base de que éste debe servir sólo para garantizar que se supere la pobreza extrema o la pobreza. Hay quien concibe que nadie puede vivir con un salario mínimo. ¡No es un mito! Los datos del INEGI indican que 22.6% de la población ocupada recibe un salario mínimo y 53.4% hasta 2 salarios mínimos:

El salario mínimo para 2021
La noticia más trascendente de la última semana, por su impacto social, fue el incremento del salario mínimo en 15% para 2021, lo que permitió que suba de $123.22 a $141.7; en tanto que en la Zona Libre de la Frontera Norte pasó de $185.56 a $213.39. La pregunta que se tiene que hacer es como se determinan los salarios mínimos.
Lo primero a aclarar es que es un procedimiento instaurado desde la década de los sesenta del siglo pasado. La Comisión de Salarios Mínimos (CONASAMI) es un organismo público descentralizado del gobierno federal, por lo que cuenta con recursos del erario para ejercer sus funciones. Se constituyó el 31 de diciembre de 1962. Su objetivo fundamental es cumplir “con lo establecido en el artículo 94 de la Ley Federal del Trabajo, en el que se le encomienda que, en su carácter de órgano tripartito, lleve a cabo la fijación de los salarios mínimos legales, procurando asegurar la congruencia entre lo que establece la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos con las condiciones económicas y sociales del país, propiciando la equidad y la justicia entre los factores de la producción, en un contexto de respeto a la dignidad del trabajador y su familia”.
Como organismo tripartito, la CONASAMI está integrado por representantes del Gobierno Federal, del sector patronal y del sector obrero. El organismo tiene básicamente la función de consensuar, concertar y convenir con los sectores productivos el salario mínimo que debe prevalecer año con año. Vale la pena señalar que la figura del salario mínimo está plasmada en el artículo 123 constitucional y en el artículo 90 de la Ley Federal del Trabajo, siendo coincidente en ambos ordenamientos el precepto de que éste debe ser suficiente para satisfacer las necesidades de un obrero (considerándolo como jefe de familia) en el orden material, social y cultural, y para proveer la educación obligatoria de sus hijos.
En términos prácticos, se podría entender que al momento de fijar los salarios mínimos debería existir jaloneos entre las partes para llegar a acuerdos. Sin embargo, el incremento en el salario mínimo no siempre se ha dado por unanimidad. De acuerdo con la Secretaría del Trabajo: en 1998, 1999 y 2000, el sector obrero votó en contra de la propuesta hecha por el Consejo; y en 2001, 2002 y 2012 fue el sector patronal el que se opuso. En este 2020, el sector patronal se opuso.
Si el salario mínimo es el elemento que estabiliza económica y emocionalmente la vida de los trabajadores y sus familias, como ha quedado establecido en nuestras leyes, teóricamente se tendría que entender que los representantes del sector obrero son los que deberían presionar para que los mismos se muevan en forma ascendente: por arriba de las líneas de pobreza y desde luego, por encima de los pronósticos de la tasa inflacionaria.
Los salarios mínimos entran en vigor el primer día de cada año y se degradan por el incremento de los precios en el transcurso de ese mismo año. El impacto de la tasa inflacionaria significa un deterioro de la capacidad adquisitiva, misma que no debería reducirse hasta el grado de impedir la adquisición de los satisfactores básicos.
Por desgracia, durante 48 años, el deterioro real de los salarios fue un indicio de un sometimiento extralógico de los representantes del sector obrero a las directrices de política económica del Gobierno Federal, que claramente concibieron a los salarios sólo como un costo que inhiben el crecimiento económico y la competitividad. Con cierto mecanicismo se pensó que era necesario crecer primero, que ello traería consigo una mayor ocupación laboral; lo que consecuentemente empujaría hacia arriba el nivel salarial. Claramente en la práctica no sucedió así. Los salarios, por su deterioro, originaron un estrechamiento del mercado interno, a tal punto que 53% de la población ocupada sólo percibe ingresos para sobrepasar la línea de pobreza.

En los últimos cuatro años ha habido una mejora salarial. El incremento real de 43.7% durante la gestión del gobierno actual marca un cambio de signo en la tendencia. Aún así, con dichos incrementos, sólo se estaría recuperando hasta ahora el salario real que existía en 1988, tal como se puede apreciar en esta gráfica:

Se podría aducir que el decrecimiento del salario real podría ser resultado de una disminución en la productividad, pero se llegaría a conclusiones falsas. Con respecto a 1970, el nuevo salario es menor en 48.8%, ¿será que la productividad actual haya disminuido casi 50% durante 50 años? ¿Acaso en 1970 alguien que trabajaba con instrumentos manuales o mecánicos (por ejemplo, una máquina de escribir) era más eficiente que una persona que trabaja con computadoras y procesadores de la palabra? ¿Se es más eficiente con una troqueladora manual que con una troqueladora digital? Los instrumentos actuales de trabajo son más eficientes que los que existían hace 10, 20, 30, 40 o 50 años. Se podría estar de acuerdo que en los trabajos con poca especialización pudiera haber un estancamiento en la productividad, pero ello llevaría a concluir que, en dado caso, los salarios reales por lo menos se debieron haber mantenido en el mismo nivel con el paso de los años.
Claramente no existe una relación directa entre los salarios reales y la productividad; tampoco existen impactos fuertes en costos. En primer término, el incremento del salario mínimo no se les aplica a todos los trabajadores. Se trata de un indicador que señala un porcentaje de referencia que el resto de la economía toma o no en consideración, en menor o mayor grado, en las negociaciones salariales entre trabajadores y empleadores. En segundo lugar, aun cuando el incremento de 15% pareciera alto, el presidente de la CONASAMI ha señalado que el costo laboral en las empresas seguirá siendo poco significativo. Esto último se tendría que corroborar; pero, por lo pronto, se podría señalar que el salario diario promedio de los trabajadores formales que cotizan en el IMSS es de $404.1 (dato a agosto de 2020), mayor 2.9 veces al del salario fijado para 2021 ($141.7); por lo cual a una buena parte de los trabajadores del sector formal se les aplicará una tasa de incremento salarial menor al 15% determinado para el salario mínimo.
Por el lado de la demanda, el incremento en los salarios no ha tenido un impacto en la tasa inflacionaria porque se ha mantenido sin grandes variaciones, aun cuando en los últimos 3 años los ha alejado más de la línea de pobreza. Pareciera mucho un incremento de 15%, pero los $141.7 diarios significan $4,251 al mes, lo que genera un excedente personal de $955.27 sobre la línea de pobreza; sin olvidar que de ese sueldo dependen, por lo general, más personas.

A manera de Conclusión
Las ideas de Owen, planteadas hace 200 años, fueron parte de una utopía, que hoy se han tornado en una visión adecuada para el desarrollo económico: no existe disociación entre productividad y bienestar. La historia evolutiva ha demostrado que las condiciones laborales tienen una naturaleza no sólo orgánica, sino también mental. Y la evolución de la humanidad y del mundo laboral hace que lo mental adquiera más relevancia. De hecho, las tendencias apuntan a que los trabajos que desaparecerán con el avance tecnológico son aquellos repetitivos, basados en la fuerza y que requieren poca o ninguna capacitación. Más allá de este comportamiento previsible, debe subrayase que Owen se ha convertido en un visionario: en efecto, entre más se satisfacen las condiciones materiales y espirituales de existencia de los trabajadores, éstos propenden a ser más productivos.
México tiene que avanzar en ese sentido, lo que implica contemporizar nuestros conceptos en torno al trabajo, tanto en lo referente a los salarios como a la jornada laboral. Tenemos que convenir todos que una sociedad con mayor libertad es más productiva y la libertad siempre va a estar dada por un incremento continuo en el ingreso real y en la potencialidad de reducir el tiempo de trabajo; si lo queremos ver de otra forma, en la capacidad de producir más en un menor tiempo para ampliar el tiempo de estudio, capacitación, cultura y entretenimiento.
La tecnología importa, pero tiene que ponerse al servicio de las personas. No se puede ser más productivo en la incertidumbre o si se es infeliz o si se vive contemplado la tristeza de nuestras familias; que sufren de grandes limitaciones por la existencia de salarios exiguos. Los que nos siguen, nuestros hijos, tampoco van a ser más productivos si el ingreso no alcanza para dotarlos de un mayor conocimiento, que es la herramienta esencial para contar con las capacidades y destrezas que se requieren en este periodo histórico del mundo con grandes cambios científicos, tecnológicos y culturales.
Las sociedades que crecen cualitativamente siempre se fijan grandes metas. En realidad, los resultados macroeconómicos no son más que la suma del esfuerzo de hombres libres que buscan voluntariamente y con su trabajo aportar más para sí mismo y para el bien común. No es la confrontación lo que nos va a llevar a la grandeza, sino la concordia, el entendimiento y la colaboración entre las diferentes clases sociales. La cabal comprensión de que la felicidad termina siendo un esfuerzo colectivo, lejos de egoísmos y de la sed de riqueza individual insaciable. ¡Sí!, requerimos de unidad para cambiar nuestro entorno y todos deberíamos escuchar el eco de la voz de Robert Owen, que aún clama:
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