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El Semáforo Económico de México: las Luces Verdes y Rojas del Neoliberalismo. Tercera Parte

Actualizado: 15 mar 2021


Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña y Eduardo Esquivel.



La estabilidad de precios


En diversos artículos hemos expresado que la política económica tiene tres grandes propósitos: 1) la estabilidad de precios; 2) la asignación óptima de los recursos y 3) la equidad distributiva. Bajo nuestra perspectiva de economistas, no se puede hacer a un lado como objetivo a la estabilidad de precios; sin ésta, las otras dos funciones difícilmente se cumplirían. Existirían distorsiones que propiciarían deficiencias en la asignación de los recursos y en la distribución del ingreso; es decir, la economía tendería a ser ineficiente, caótica, injusta y desigual.


Quien crea que se pueden alcanzar logros sociales en forma sostenida y permanente con inflación, estaría en contra de la narrativa económico-histórica; al menos con lo que se ha descrito a lo largo de estos tres capítulos, cuya referencia primaria es 1954, el año que se considera como el arranque del desarrollo estabilizador. Toda estrategia que no tenga como un principio rector la estabilidad de precios estaría errada e irremediablemente, repercutiría en forma negativa en las finanzas públicas y sobre todo, en el bolsillo de cada uno de nosotros y, sí, haría más pobres a todos; pero sobre todo a los que menos tienen. La historia demuestra que inflación tiene un profundo efecto regresivo.


Debe reconocerse –tal como lo reconoció, el Secretario de Hacienda– que el gran mérito de los gobiernos neoliberales, a partir del sexenio del presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, es que se construyeron las bases para alcanzar la estabilidad de precios. No es un logro menor después de los periodos de hiperinflación que se vivieron en los años 70s y 80s y cuyo último trago amargo se dio en 1995. Sin ambages, se tiene que decir que en los últimos 20 años, en materia inflacionaria, el semáforo ha mantenido predominantemente luz verde:

Debemos recordar que conforme a nuestro procedimiento de análisis, la luz verde indica tasas de inflación menores a 5%; la luz amarilla, de precaución, es cuando la tasa inflacionarios se ubica en el rango de 5 a 10% y la luz de riesgo o franco peligro se suscita cuando el incremento del nivel general de precios rebasa 10%. La inflación nula, que parecería el objetivo lógico de las economías, no es realmente un objetivo perseguido en la práctica. Entre otras razones, porque la variabilidad propia de los precios impondría una situación alternada de fases inflacionarias y deflacionarias. Es decir, momentos en que los precios crecerían seguidos de otros en que disminuirían. El peligro en una alternancia de esa naturaleza es que se llegara a consolidar un proceso de deflación. Si el nivel de precios decrece sistamáticamente, significaría que los productores verían disminuidos sus ingresos y por lo tanto la rentabilidad de sus operaciones y de las inversiones. El resultado sería la contracción de la producción y el crecimiento del desempleo.


Por eso, en la práctica, se ha preferido conducir la política económica y en particular la monetaria de manera que haya un alza muy moderada de precios. Suficiente para mantenerse fuera los peligros contraccionistas por un lado y por el otro, que acontezcan fenómenos hiperinflacionarios. En México, el Banco Central se ha fijado una meta de 3% de inflación al año, con un margen de ±1 punto. Para los fines de nuestro análisis aquí consideramos todavía como “aceptable” una inflación de hasta 5% al año, antes de cambiar el color de la luz de nuestro semáforo.


Siguiendo con nuestra línea de análisis, de 2000 a 2020, durante cinco años se encendió la luz “ámbar”, pero lo verdaderamente importante es que al siguiente año se suscito una corrección. El último de ellos en 2017, cuando la inflación llevó al semáforo a 6.8% de inflación anual.


Independientemente de nuestra conducción económica, el foco rojo alarmante es que nuestra tasa inflacionaria ha sobrepasado a la de Estados Unidos; es decir, en términos de relaciones de intercambio hemos tenido durante 18 años una posición negativa.

Empero, se ha sabido sobrellevar este diferencial inflacionario mediante dos mecanismos: 1) con la liberalización del tipo cambio, pero con un mecanismo de “flotación” que evita que se salga de control mediante intervenciones prudenciales y 2) con la acumulación de reservas internacionales que ha propiciado un apuntalamiento del mercado cambiario. Ambos instrumentos han tenido dos efectos virtuosos: evitar una sobrevaluación continua del tipo de cambios y amortiguar los efectos de devaluaciones extremas que redundarían en saltos abruptos en costos y precios. No es que no se hayan dado variaciones abruptas, tal como aconteció en 2020, en plena crisis pandémica; lo que se señala es que la solvencia de las reservas internacionales y su uso oportuno ha llevado posteriormente a una corrección natural del mercado. En suma, ambos mecanismos inhiben la especulación. Quien apueste a la devaluación del peso puede ser que vea sus expectativas cumplidas brevemente. No obstante, la intervención de Banxico oportuna contrarresta esos movimientos especulativos, con lo que el tipo de cambio regresa a su nivel “normal”. Los especuladores se han percatado en su fiebre que el Banco Central no duda en usar parcialmente las reserva internacionales para conservar el valor del peso. Cierto, el tipo de cambio puede variar y las reservas decrecer algunos meses; sin embargo, lo más importante es que la economía puede seguir funcionando con regularidad en un ambiente monetario y de precios que en el balance resulta estable y tiende a su corrección.


Desde 1998, el Banco de México ha intervenido mediante subastas . Aquí es importante citar lo que señala la Comisión de Cambios (integrada por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y el propio Banco de México): “las acciones no se han instrumentado para defender un nivel predeterminado (de honor) del tipo de cambio, sino que se ha buscado proveer la liquidez necesaria para atender demandas excepcionales que han surgido a raíz del propio movimiento del tipo de cambio” y mantener el valor del peso mexicano. Desde luego, hay que aclarar, ninguna estrategia de “subastas” hubiera sido posible sin la consolidación de la posición financiera del país. De 2000 a 2020, las reservas internacionales casi se han sextuplicado.

No es que el tipo de cambio no haya crecido en los últimos 20 años; por el contrario, se ha deslizado libremente, sin anclarlo, lo que evitó efectos nocivos, como la fuga de capitales o el deseo de retener o preferir en forma generalizada e indiscriminada activos internacionales. En veinte años, el tipo de cambio registró un incremento acumulado de 125%, a un ritmo promedio anual de 4.1%; incluso, cuando se registraron fuertes incrementos en 2008, 2011, 2014, 2015 y 2016, como se puede apreciar en la siguiente gráfica:

Los impactos devaluatorios también se han atenuado gracias al esfuerzo continuo para mantener finanzas públicas sanas; es decir, las presiones devaluatorias no han ido acompañadas por un incremento monetario, derivado de fuentes de financiamiento poco sanas, como lo es, el financiamiento directo del Banco Central. De nuevo cuenta, hay que reconocer la autonomía del Banco de México y en lo particular, lo que señala el artículo 11 de la Ley del Banco de México sobre la imposibilidad del financiamiento directo del Banco central al gobierno federal .


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