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El Semáforo Económico de México y el Neoliberalismo a la Mexicana (Segunda Parte)

Actualizado: 3 mar 2021

Gildardo Cilia López, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña, Eduardo Esquivel y Arturo Urióstegui

El Semáforo en Rojo


No ha existido un periodo económico más desafortunado en México que el de 1983 a 1988. Son años en los que se vivió con alta inflación (hiperinflación) y con tasas de crecimiento mediocres o de estancamiento; es decir, se suscitó el peor de los escenarios posibles: estanflación (estancamiento con inflación).


El semáforo se quedó en rojo, sin mudar de ese color en ningún año, con tasas de inflación mayores a 10%. Con una característica adicional, la inflación promedio de 1983 a 1988 fue de 86.7%, más allá de cualquier límite tolerable.

Este periodo se ha tratado con enorme cautela, sin que se pueda aclarar del todo si hubo errores en el manejo de variables o indicadores económicos y financieros o en la estrategia económica. Lo cierto es que se vivió un “viacrucis” con costos que se siguen resintiendo todavía.


La figura del presidente Miguel de la Madrid es ambivalente. Hay quien lo considera como un reformador, como el hombre que modificó el curso histórico: el que desterró al nacionalismo revolucionario para introducir conceptos modernizadores sustentados en la disciplina fiscal y en la liberalización del comercio y del mercado de capitales. Todo ellos necesarios para solucionar los problemas macroeconómicos originados por la crisis fiscal y de deuda del Estado mexicano, que detonó en 1982.


Del otro lado, está la figura de un Mefistófeles que transformó la economía del bienestar a un estancamiento estabilizador; es decir, a un régimen económico sombrío, sin sentido social, que afectó las posibilidades del porvenir con pleno empleo y con una distribución progresiva del ingreso.


Las discrepancias nos llevan a uno o a otro sentido, pero las más de las veces se concluye que la crisis experimentada de 1983 a 1988 provino de un “coletazo”; sí, de un golpe provocado en 1982, que tuvo una onda expansiva de largo alcance. Jonathan Heath, por ejemplo, considera que costó casi una década resolver los desequilibrios provocados por Luis Echeverría y José López Portillo, esto es, los déficits fiscales y externos; con la consecuente escalada del nivel de precios, hasta llegar en 1982 a casi tres dígitos; lo que a su vez llevó a una sobrevaluación y a un agotamiento de reservas, hasta condicionar una devaluación traumática. “El país (afirma Heath) terminó básicamente quebrado". https://jonathanheath.net/equilibrios-macroeconomicos/


Este tipo de apreciaciones no carecen de sentido, empero, poco ayudan a fundamentar el conocimiento a partir del análisis económico, que desde luego debe ser exhaustivo. Resulta más conveniente, en su caso, reconocer que hubo errores de aprendizaje, lo que conllevaría a profundizar en el examen de las causas.


La primera gran enseñanza la dieron los gobiernos populistas: no se puede crecer permanentemente con inflación; porque conlleva a grandes desequilibrios que terminan por crujir en un crac. La segunda lección data de 1983: la estabilidad económica, por sí misma, podría ser insuficiente para alcanzar el crecimiento que posibilita el equilibrio del mercado laboral.


El semáforo, de 1983 a 1988, en términos de crecimiento económico, también se atrofió al permanecer en rojo durante seis años; recordando que el país en materia de empleo requiere cuando menos una tasa de crecimiento económico de 6 por ciento. Existen dos años (1983 y 1986) con estancamiento e inflación. El de 1986 fue el del colapso mayor combinado, con un decaimiento de 3.7% y una tasa de inflación de 159.2%.

Sin embargo, el dilema no concluye ahí. Durante el gobierno del presidente de la Madrid se buscó a toda a costa el equilibrio fiscal; se trata, sí, de un gobierno austero que además privatizó o se deshizo de 1,138 empresas paraestatales, de las 1,551 que existían. Por el lado del ingreso, se incrementó el impuesto al valor agregado (IVA) de 10 a 15 por ciento y se crearon diversos impuestos especiales. ¿Cómo explicar qué pese a los esfuerzos de racionalidad económica y de fortalecimiento fiscal, haya existido una inflación sin precedentes dentro de los anales económicos del país?


Lo primero que se observa, detrás de los semáforos, es el incremento en dos costos claves: la tasa de interés y el tipo de cambio. A tal punto que se pierde la relación causa-efecto, existiendo una retroalimentación perversa: ¿por qué sube la tasa de interés?, porque sube la tasa de inflación; ¿por qué sube la tasa de inflación?, porque sube la tasa de interés. Círculo que se da en un perpetuo vaivén durante cinco años. Véanse las tasas de interés mayores a 3 dígitos durante lapsos largos.

¿Era útil elevar las tasas de interés? Diría que fue la forma de fomentar el ahorro, atraer capitales y evitar la fuga de capitales, que “golondrinos" seguían volando. El remedio fue peor que la enfermedad (veneno puro) no sólo se contrajo la demanda o se encareció el costo financiero o se elevaron las tasas de rendimiento exigibles de los proyectos de inversión, creció en forma desproporcionada la deuda pública, con el agravante de que todos los instrumentos financieros (líquidos y no líquidos) se hicieron extremadamente caros.


La perversión del fenómeno inflacionario propició relaciones de intercambio extremadamente desfavorables para el país. En la siguiente gráfica se puede observar el diferencial de las tasas inflacionarias (barras en rojo) entre México y Estados Unidos. La escala negativa para nuestro país fue impresionante:

El diferencial de precios llevó a una devaluación continua, a efecto de detener flujos de capital hacia el exterior e ilusoriamente promover la competitividad de nuestras exportaciones. La devaluación acumulada de diciembre de 1982 al mismo mes de 1988 fue de 1,440%.

En un país con un alto componente de importaciones, la devaluación se tradujo en costos; de modo que la relación causa-efecto también terminó en un circunloquio: se devalúa por inflación y hay más inflación por devaluación.

La gravedad por escasez de dinero y de capital y la necesidad de detener el vacío que provocó un barril sin fondo, condujo a un crecimiento escalofriante de la deuda externa. La proporción de la deuda externa llegó a representar en 1986 y 1987 más de 100 por ciento del PIB.

Si se analizan las reservas internacionales, cuyo propósito es propiciar la estabilidad cambiaria, debe decirse que la deuda externa llegó a sobrepasarla por muchas veces. Se recurrió continuamente a la deuda, a efecto de no tener las arcas vacías.

El colapso provocado por el mal manejo de variables esenciales llevó a una nueva bancarrota. Ni siquiera se cumplió con el propósito de contar con un balance público positivo. Ningún gobierno puede dejar de gastar y ante la magnitud de los requerimientos se tuvo que recurrir al déficit fiscal, con su efecto propulsivo sobre la inflación.

El espectro de la crisis en 1986 fue horroroso: una medusa con múltiples balances negativos tanto internos como externos, pero sin sostén alguno: ¡nos habíamos quedado sin fondos! Las reservas internacionales disminuyeron en más de la mitad de 1987 a 1988.

La lección fue costosa: no es posible llegar a equilibrios sustantivos cuando se tienen altos costos por tasas de interés y devaluaciones continuas.


La inflación hizo mella en los ingresos reales de todos los mexicanos, particularmente en las remuneraciones de los trabajadores. Se concibió que la actualización de los sueldos conforme a la tasa inflacionaria (indización) podía ser nociva tanto para la estabilidad de precios como para la inversión. El salario real, así, tuvo una depreciación de 42% de 1983 a 1988. El neoliberalismo tuvo un parto y una primera infancia difícil, lo que propició el mayor de sus defectos: creció hacia afuera, pero sin vitalidad interna. Con esta deformidad crecer bien, con el ritmo requerido de 6 por ciento, se tornó en una utopía.