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La baja productividad frena el optimismo del país ¡Tenemos que hacer algo!

Foto del escritor: Gildardo Cilia LópezGildardo Cilia López

Actualizado: 15 sept 2021

Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña y Eduardo Esquivel.

Paquete Económico

Es indudable que la economía muestra signos de recuperación y eso genera optimismo; lo aconsejable será siempre llamar a la sensatez. Es necesario mantener los pies en la tierra y revisar indicadores en donde se sigue denotando la debilidad estructural que pone un freno al objetivo de mantener una economía en marcha y con continuo ascenso.


En el Paquete Económico 2022 publicado por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) se muestran los avances que se han tenido en materia de inversión, consumo y empleo; a tal punto que para el segundo trimestre de 2021 se obtuvo un nivel de actividad económica cercano al observado antes de la pandemia. Esto significa, que en el tercer trimestre del año se habrán alcanzado los niveles de producción y empleo observados en la prepandemia; lo que es muy positivo porque en los periodos álgidos de la crisis sanitaria el pronóstico era que esta recuperación llegaría hasta la segunda mitad de 2022. Hoy mismo, hay quien augura que en varios países emergentes (Brasil, Argentina, Colombia y Ecuador, entre otros) alcanzarán el Producto Interno Bruto (PIB) observado antes de la pandemia hasta 2023.

En el Paquete Económico 2022 se plantea un crecimiento para este ejercicio fiscal de 4.1%, soportado en que los procesos de inversión se van a alentar por tres factores básicos: la necesidad de cubrir la demanda externa, dada la expansión del mercado internacional y particularmente el que se circunscribe en el marco del mercado regional México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC); los proyectos de inversión del sureste mexicanos y el crecimiento del empleo y de los salarios reales. No es de dudarse tampoco que se cumplan con las metas de inflación (3.4%); tipo de cambio (20.40 pesos por dólar) y tasa de interés (5.3% CETES a 28 días). Existe disciplina fiscal, reservas internacionales y un eficiente control de los mercados; lo que da tranquilidad para decir que las metas de crecimiento y estabilidad se van a cumplir, aun cuando puedan suscitarse ligeras variaciones.


Productividad

Existe una variable que le pone un freno al optimismo, sobre todo cuando se quiere ampliar el umbral al largo plazo. La economía mexicana no cuenta con el soporte productivo que nos permita afirmar con certidumbre que tiene la capacidad de generar más valor año con año; que es lo que permitiría vislumbrar tasas de crecimiento cercanas al 5%; tal como se requiere para ampliar nuestros niveles de bienestar con empleos crecientes y mejor remunerados.


Como un balde de agua fría, el indicador publicado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía nos hizo virar a la realidad, mostrando nuestra pobreza productiva. El Indicador Global de Productividad Laboral de la Economía (IGPLE) que mide la relación entre el PIB trimestral en términos reales con el número de horas trabajadas ha presentado durante esta etapa de recuperación y expansión un amplio deterioro.


El PIB por hora trabajada se mueve en forma paradójica: disminuye sensiblemente cuando la economía se encuentra en franco proceso de recuperación y es altamente positivo en etapas recesivas, como la de la crisis sanitaria. Menos produjeron unitariamente por hora más y en la medida que se han incorporados los empleos perdidos, la curva se desplaza hacia una variación negativa:

Se ha recuperado lo que se tenía antes de la pandemia, empero, la capacidad de seguir generando valor decrece, poniendo en duda la continuidad del crecimiento económico. Esto sucede en forma generalizada y no existe excepción alguna: la variación del indicador de productividad global se ha tornado severamente negativo, con lo cual la contribución marginal en la generación de valor tiende a hacerse nula. Bajo esta tendencia, la inercia positiva se degrada aceleradamente, lo que va a conducir a tasas mediocres, inferiores a 2% después de 2022.

Es necesario revertir este proceso y fijar una meta de productividad clara y precisa para el país. Existen ejercicios en este sentido, por ejemplo, McKinsey Global Institute ha fijado un crecimiento de la productividad de 4.8% anual para tener un crecimiento sostenido de 5% o más. La gráfica ilustra que estamos muy lejos de lograrlo; es más, por el deterioro abrupto, se diría que pronto se entrara a la imposibilidad práctica de seguir creciendo. La tasa estimada de 6% para 2021 sólo sería un reflejo transitorio, porque la comparación es contra un año atípico, como lo fue 2020.

Mercado laboral

Explicar el fenómeno de la baja productividad no resulta complejo si se consideran los siguientes datos: en julio de 2021 la población ocupada sumaba 56.4 millones de personas, de los cuales 24.6 millones (43.6%) mantenían un empleo formal y 31.8 millones (56.4%) un empleo informal. Estas cifras deben compararse con el PIB, obteniéndose los siguientes datos: el 43.6% de la población ocupada formal genera el 77.5% del PIB; en tanto que el 56.4% de la población ocupada informal contribuye sólo con el 22.5% del PIB. Es decir, se tiene una estructura de la población desigual productivamente: por cada 100 pesos que se generan del PIB en el país, 78 pesos provienen del 43.6% de la población ocupada formal; mientras que 22 pesos lo generan el empleo informal. Si se quiere ver bajo otra óptica, se podría señalar que el 43.6% de los ocupados formales producen 3.4 veces más que el 56.4% de los ocupados informales.


Ser sensible a lo que sigue es importante, no cabe la menor duda que el aumento de la productividad se disipó rápidamente después de la crisis pandémica y requerimos que cada uno aumente su capacidad de generar valor. La receta parece sencilla: requerimos ser más productivos antes que el horizonte se torne totalmente sombrío. Nos fijamos en indicadores que tienen relación con el crecimiento económico (PIB o PIB per cápita) o con la estabilidad macroeconómica (inflación, tipo de cambio o tasas de interés) pero mantenemos en el olvido al indicador preciso que hace la diferencia en el crecimiento económico: la productividad.


Pocos revisan el Indicador Global de Productividad Laboral de la Economía (IGPLE) y menos hacen su revisión sectorial o regional; cuando la esencia efectiva para mejorar las condiciones económicas del país se encuentra en el imperativo de ser más productivos. No es un despropósito señalar que periódicamente se debería revisar el IGPLE, como lo hacemos con el PIB o el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) y establecer metas concretas. Tal vez la variación continua de 4.8% que propone McKinsey sea en este momento una meta alta; empero, si debiéramos estar pensando en movimientos graduales ascendentes hasta alcanzar la tasa que permita asegurar que la economía no se resquebraje por el deterioro productivo.


La productividad no debe verse como un concepto abstracto o etéreo; de hecho, todo proyecto económico tiene su sustento en la productividad. En el ámbito macroeconómico la productividad juega un papel trascendente: el entorno de una economía abierta sería incompleto si no subyace en él los procesos de transferencia y asimilación tecnológica; los procesos de inversión pública tienen que potencializar las actividades económicas actuales y desarrollar otras que posibiliten una mayor generación de valor agregado y también debe encaminarse a la formación de capital humano; y la inversión privada debe tener un componente de capital que mejore la eficiencia de la producción. En general, la generación de valor agregado debe verse como la suma de esfuerzos de todos los factores de la producción.


De lo anterior se deriva que todos, sin excepción, deberíamos tener el interés de ser más productivos. En el plano real los ingresos que se generan y la misma ampliación de la tasa de rentabilidad y de la tasa salarial tienen como soporte básico a la productividad. El enfoque sustantivo es que a todos conviene la mejora continua de los procesos productivos y eso implica, por un lado, educarse, formarse, capacitarse e incluso buscar desarrollar las actitudes que propician el trabajo productivo y por el otro lado, asumir riesgos dentro de un enfoque competitivo. El enfoque no debe ser la “lucha de clases” y el Estado que media entre el trabajo y el capital debe llamar a sumar esfuerzos para alcanzar las metas que permitan elevar la productividad interna, hasta hacerla comparable con los estándares internacionales.


En muchos sentidos hemos andado por el camino errado. Las estadísticas indican que México es un país en donde se trabaja mucho pero se produce y se “gana” poco. Ello ha limitado libertades y la capacidad de encontrar en el trabajo un estímulo de superación. Las empresas, con el dumping salarial que les da el mantener salarios por debajo de los existentes a nivel internacional, tampoco han buscado fórmulas exitosas sustentadas en la incorporación de tecnologías. No es de dudarse que las empresas privadas deban ser viables financieramente; empero, como parte sustantiva del tejido social, tienen que vincularse más a la necesidad de encontrar un equilibrio entre utilidades con la dignidad que requieren los trabajadores.


Pero el sesgo no queda ahí, seguidos por tesis convencionales hemos querido separar a los dos factores clásicos de la producción: el capital y el trabajo, como si cada cual representara polos opuestos. Sabemos que no debe ser así, que se requiere de la indispensable asociación para elevar sistemáticamente la productividad. Si algo debe de cambiar de ahora en adelante es la de tener una cultura empresarial y laboral moderna, a partir de la más alta retribución de los factores de la producción.


Se requiere, sí, de organizarnos para tomar las decisiones que nos permitan establecer, consolidar, sostener y perfeccionar las condiciones para que el trabajo en México sea cada vez más productivo y digno. Ahí debe centrarse el quehacer del Estado: por una parte, debe ser palanca para que cada persona avance en resolver sus retos para formarse, capacitarse y prepararse; y por otra parte, no debe descuidar las políticas para que los emprendedores y los empresarios puedan hacer la parte que les corresponda en un ambiente de certidumbre para la inversión.


La libertad estaría dada por el estímulo que generan los mayores ingresos, pero también cuando cada uno pueda proyectar razonablemente su propio futuro ¿Hasta dónde se podría llegar si se respetara el empeño y capacidad creativa que tienen más de 56 millones de mexicanos y si se pudiera romper con las condiciones de pobreza y miseria que han exacerbado el crecimiento de la economía informal? Respetar y promover esas capacidades ha sido la fórmula que ha dado los mejores resultados en otros países e incluso ha hecho transitar a las comunidades hacia estadios superiores de desarrollo. Se olvida que antes de la polaridad, históricamente los hombres se unieron en comunidades para potenciar sus esfuerzos. Esa visión se mantiene: el hombre sigue viviendo en sociedad para desarrollar sus potencialidades creativas y constructivas.



 
 
 

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