La Crisis Pandémica: El Recuento de los Daños Brasil versus México
Actualizado: 4 feb 2021
Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña, Arturo Urióstegui y Eduardo Esquivel

Las comparaciones odiosas
Citemos al Quijote: “Y es posible que vuestra merced no sabe que las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje son siempre odiosas y mal recebidas". Casi imposible contradecir a Cervantes, sobre todo cuando nos referimos a personas que han vivido en distinto tiempo, o cuando tratamos de juzgar valores o virtudes, o cuando no existe ningún elemento objetivo que nos permita comparar porque las personas o las cosas son disímbolas o incluso opuesta.
No siempre es aplicable la frase proverbial. En economía las comparaciones son necesarias, ayudan a mejorar y a crecer, a encontrar y a medir diferencias, a identificar fortalezas y debilidades y a encontrar ejemplos de lo que se debe o no hacer; es decir, a confirmar, desechar o reformular hipótesis o teorías a partir de las experiencias.
Lewis Carroll en su magnífico relativismo expresa: “No puedo volver al ayer, porque ya soy una persona diferente". Las personas cambian, cierto, pero recordar y analizar el pasado resulta indispensable para enmendar el futuro. La aprensión del pasado nos permite dialécticamente forjar y vislumbrar un mejor porvenir, aunque antes o después no seamos esencialmente ya los mismos.
Desde luego, no todo se puede comparar y no siempre se puede recurrir al pasado de otros para no cometer en carne propia los mismos errores; incluso, muchas veces carece de sentido. En economía resulta ilusorio comparar a países con notables diferencias tanto en recursos, como en posibilidades; tampoco resulta adecuado acudir al pasado de otros, porque su ejemplo no resulta aplicable a nuestra realidad o entorno.
Mucho se debe aprender de la crisis pandémica. La ciencia económica es dinámica y se retroalimenta de las experiencias; empero, lo que deja mayor riqueza es la comparación entre más iguales. Resulta infructuoso e innecesario hacer ejercicios comparativos a partir de lo que no se tiene. Los países desarrollados cuentan con la capacidad de inyectar cuantiosos recursos para apoyar a su población y empresas; mismos que terminan por inyectar liquidez a los mercados financieros, lo que genera en medio de situaciones adversas cierto optimismo. Todo lo anterior evita que crezca el pánico, que por sí mismo nos podría llevar a un escenario más catastrófico.
Es importante ver cómo evoluciona el mundo, pero cuando queremos comparar a México con “potencias", como Estados Unidos, China, Japón o el Reino Unido, todo es en vano, además de no ser justo. En estos casos, sí, las comparaciones son odiosas, malas e incluso improcedentes. La forma de enfrentar una crisis siempre va a depender de los recursos con los que se cuentan y esto constituye una base diferencial entre los países: lo que es una realidad para unos es un espejismo para otros, que son los más.
Entre los miembros de la Ekonosphera no hay acuerdo, el Doctor Alberto Equihua ha insistido que todavía no es tiempo para hacer comparaciones, que aún falta mucho camino por recorrer y que las secuelas económicas de la crisis pandémica originada por el Covid-19 distan de concluir. Tiene razón. Sin embargo, existen ya ciertos datos y resultados que nos permiten hacer una primera evaluación sobre las diferentes estrategias adoptadas por países que presentan, económicamente, situaciones más homogéneas. Cuando la comparación es entre más iguales, la misma no resulta ociosa y es útil para ir valorando las acciones económicas instrumentadas, los aciertos y los sesgos; así como para ir dilucidado la aplicabilidad de lo que recomiendan los diferentes marcos teóricos en relación con los ciclos económicos; particularmente cuando se quiere superar una situación de crisis, como la que se vivió en 2020 y todavía estamos viviendo.
Brasil versus México
Tampoco valdría la pena comparar a la economía mexicana con economías aparentemente más débiles. Los tamaños importan, aun cuando los resultados pudieran indicar otra cosa. Costa Rica, un país con menor capacidad económica, siempre da la sorpresa y hay datos que asombran. El esfuerzo fiscal de ese país para mitigar los efectos sociales y económicos de la pandemia fue de 0.9% del Producto Interno Bruto (PIB) y se prevé una caída de 4.8%, una de las más bajas de Latinoamérica. El menor gasto ejercido está relacionado con un mayor equilibrio social en el ingreso nacional. Costa Rica, conforme al Banco Mundial, es un país de ingreso medio alto y con una de las tasas de menor pobreza de América Latina. Antes de la crisis pandémica había experimentado 25 años de crecimiento sostenido; lo que ha derivado en una gran estabilidad política y social, con importantes beneficios para la población. Su salario mínimo, por ejemplo, en 2020, fue el más alto de América Latina, 543 dólares mensuales, 2.7 veces más que el de México y 2.1 veces arriba que el de Brasil.
En sentido contrario se encuentra la economía peruana. El Perú había tenido un destacado desempeño económico en los últimos cinco años previos a la pandemia. Durante la crisis sanitaria hizo una derrama importante de recursos, de modo que el esfuerzo fiscal representó, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), 6% de su PIB y se estima un desplome del PIB de 12.9%. Es importante señalar que el caso de este país existe una crisis política que empañó la estrategia económica frente a la crisis.
Existen otros gobiernos que erogaron importantes recursos, sin que se produjera un efecto anticíclico; en su caso sólo sirvieron para contener un descenso más abrupto en los niveles de actividad económica. No existe todavía una evaluación rigurosa del esfuerzo fiscal, pero pareciera que a 9 meses del inicio de la crisis pandémica, existe cierta asfixia económica de los gobiernos; tornándose esta en una limitante para contener el deterioro de las condiciones de vida de sus habitantes y para impulsar a la economía.
Costa Rica es un ejemplo claro de que poco importa el tamaño de las economías para alcanzar resultados cualitativos; pero son justamente esos contrastes lo que impiden hacer un adecuado análisis comparativo con respecto a México. En el momento del impacto de la crisis pandémica Costa Rica era un país exitoso, México no; por lo tanto, aun cuando se hayan instrumentado en ambos países políticas prudenciales de gasto, los resultados iban a ser distintos. El esfuerzo fiscal de México fue de 1.1% del PIB, dos décimas de punto porcentuales más que el de Costa Rica y la caída del PIB se estima en 9%, 4 puntos más que el país centroamericano. Si comparáramos a México con Perú, los resultados son favorables para nuestro país, pero la dimensión de los problemas es claramente distinta; aun cuando en este caso, sí hubo una estrategia diferenciada, porque el país inca fue uno de los que erogó mayores recursos en la crisis pandémica a nivel latinoamericano.
Por las dimensiones de las economías y por la adopción de estrategias contrastantes, concebimos que resulta más razonable efectuar un análisis comparativo con Brasil. Evaluemos primero los tamaños.
1. Brasil es la economía de mayor tamaño de Latinoamérica, siguiéndole en orden de importancia México. En 2019, año previo a la crisis, el valor del PIB del país sudamericano fue de 1.8 billones de dólares; en tanto que el de México ascendió a 1.3. Muy por debajo, en un tercer lugar, se encuentra Argentina con 0.4 billones de dólares.
Brasil aportó 33% del PIB de Latinoamérica; en tanto que México 27%. Con respecto al PIB mundial, lógicamente los números se reducen: Brasil contribuyó con 2.4% y México con1.6%.
2. Si se toma en cuenta el PIB per cápita, el de México es mejor que el de Brasil: 9,863.1 dólares frente a 8,717.2 dólares. La población en México es de alrededor de 127 millones de habitantes, en tanto que la de Brasil oscila en 212 millones. El PIB per cápita de ambos países es mediocre si se compara con el de economías de menor tamaño de la región. El de Costa Rica, por ejemplo, fue en 2019 de 12,238.4 dólares.
3. De acuerdo con la medición de la pobreza del Banco Mundial, 6.5% de la población de Brasil obtiene ingresos inferiores a 1.9 dólares diarios (pobreza extrema) y 24.7% percibe menos de 5.5 dólares diarios (pobreza). En México, la población en pobreza extrema alcanza un índice de 3.3% y la que se encuentra en pobreza de 25.4%.
Conforme a la metodología del Banco Mundial, hay 54 millones de pobres en Brasil. En el caso de México, con la metodología más robusta del CONEVAL, se estima que el número de pobres asciende a 53 millones de personas y lo más probable es que de aplicarse una metodología similar en Brasil, el número crecería significativamente. Sin entrar en especulaciones, es evidente que ambos países presentan enormes rezagos en materia de bienestar social y que inevitablemente, con el choque de la crisis pandémica, iba a ser indispensable destinar cuantiosos recursos a millones de personas ubicadas en niveles de pobreza o pobreza extrema.
4. A los problemas relacionados con el crecimiento económico y el deterioro de la calidad de vida, hay que agregar una depredación en ambos países del capital natural. Existiendo una mayor responsabilidad del Gobierno de Brasil a nivel planetario, porque la Amazonia es el principal pulmón del mundo. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro ha mostrado con enojo su desacuerdo y reticencia cuando se habla de la degradación ecológica por los procesos invasivos de actividades económicas que dañan a millones de hectáreas de la selva amazónica.
En ambos países por la biodiversidad y riqueza de los recursos naturales, resulta imprescindible resarcir daños e instrumentar en forma fehaciente estrategias ambientales; de no hacerlo, no sólo Brasil y México, también el planeta lo resentirá.
Estrategias y fases
Ha de ser extremadamente complejo para un organismo como la CEPAL coadyuvar con ideas y propuestas al desarrollo económico de los 33 países de la región. De frontera a frontera hay realidades disímiles, con gobiernos que de acuerdo con las peculiaridades de los países asumen estrategias específicas para propiciar su desarrollo.
Todavía así, el organismo dio origen a una escuela propia sustentada en la pertinencia de la industrialización de las economías latinoamericanas, mediante la sustitución de importaciones, del desarrollo hacia adentro; en la que prevalece más la idea de proteger el crecimiento de las industrias nacionales. La escuela cepalina tuvo gran importancia durante los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado. En los años ochenta - también de ese siglo - por voluntad propia, por necesidad u obligados por las circunstancias, la mayoría de los países de la región modificaron su estrategia de desarrollo económico, orientándola hacia el exterior mediante la liberalización del mercado y la apertura a la inversión extranjera; además, claro está, de una mayor racionalización en la intervención del Estado y de un manejo más prudencial en las finanzas públicas.
La ciencia económica es dinámica, por lo que los marcos de referencia, ideas y propuestas también lo son. Es posible que exista parte de razón en los señalamientos que hacen las diferentes escuelas y teorías económicas, incluyendo entre ellas las que se han centrado en el desarrollo regional, como la cepalina, con su teoría de la dependencia, y desde luego, las más universales como la neokeynesiana o la neoliberal.
Aun cuando son indeseables las crisis económicas, más cuando se derivan de una pandemia, siempre es importante evaluar las estrategias en cuanto a sus resultados. Incluso, la propuesta metodológica de análisis resulta interesante, distinguiéndose en la crisis pandémica, al menos, cuatro fases.
Primera fase: confinamiento y medidas emergentes.
Ante la crisis sanitaria y para evitar, en lo más posible, el contagio geométrico de la enfermedad originado por el virus, los gobiernos de los países impusieron un confinamiento generalizado; lo que generó un shock impensable en las economías: “un apagón repentino”. Incluso ahora, ante la negativa de algunos países de volver al confinamiento por el rebrote de la pandemia y la aparición de una o nuevas cepas, se discute si la medida fue la más apropiada. Hay quien cree que se sobredimensionó, que bajar abruptamente el switch económico generó costos económicos y sociales mayores a los que originaba la propia enfermedad; lo cierto es que la salud no tiene precio y que amortiguar tragedias evita daños mayores. Una sociedad enferma es una sociedad sin futuro.
Con el afán de minimizar los efectos de la parálisis, casi todos los gobiernos anunciaron una enorme inyección de recursos. La caracterización de la crisis en el que se conjuga un choque tanto en la oferta como en la demanda hacía prever que se iba a experimentar una de las peores depresiones en el mundo, sólo comparable con la Gran Recesión de los años treinta del siglo XX. Bajo estas circunstancias el “dogma” de mantener el equilibrio fiscal, es decir, la de no incurrir en gastos por encima o fuera del presupuesto quedó casi descartado, incluso para organismos conservadores como el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Los programas emergentes de los países básicamente se desglosaron en tres grandes rubros:
1. Asignar recursos al sector salud para que pudiera atender la emergencia sanitaria. La estrategia coincidente en muchos países fue en lo más posible aplanar la curva epidemiológica para impedir que la atención hospitalaria fuese rebasada; mientras tanto era necesaria una reconversión hospitalaria.
2. Proveer de “alivio” a los hogares, principalmente, a aquellos más vulnerables, mediante la transferencia directa de apoyos o subsidios.
3. Proteger a las firmas o a la planta productiva que le dan empleo a la fuerza laboral, para evitar despidos masivos.
Atender los tres aspectos significó un gran esfuerzo fiscal. De acuerdo con estimaciones del FMI, los estímulos han sido del orden de 11.7 billones de dólares, lo que representa alrededor de 12% del PIB mundial. La mayor parte de estos recursos lo han erogado los países desarrollados y las principales economías emergentes. Se estima que en las economías avanzadas, en conjunto, los montos por las medidas fiscales han representado 20% de su PIB; en tanto que los países emergentes o de ingresos medios las cifras representan entre 3 y 6%.
Las diferencias en la respuesta fiscal, desde luego, tiene que ver con las capacidades de los paí