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México ante el disenso de Washington

Raúl Fernández Pérez

"El pasado 2 de abril fueron impuestos aranceles... llamados erróneamente “recíprocos”... en realidad se tratan de aranceles asimétricos, desproporcionados y ventajosos, calculados de manera arbitraria, sin metodología científica y orientados a castigar la competitividad ajena"
Raúl Fernández Pérez

El economista británico John Williamson, a quien se le atribuye la paternidad del término: Consenso de Washington, nunca hubiera imaginado que un presidente de Estados Unidos reemplazara el libre comercio por el proteccionismo y sustituyera el diálogo y los acuerdos por la imposición, es decir, el consenso por el disenso

 

Lo que desde 1989 significó un decálogo de reformas neoliberales: disciplina fiscal, reducción del gasto público, aumento de la base tributaria, liberalización de tasas de interés, libre flotación de la moneda, libre comercio, apertura a la inversión extranjera, privatización, desregulación y certeza jurídica, dirigidas especialmente a países en desarrollo bajo la órbita de Washington   -de ahí el término Consenso de Washington-   a través del Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial (BM) y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, se ha convertido a partir del 2 de abril de 2025 en letra muerta en lo referente al libre comercio mundial.

 

Ciertamente, la inoperancia de uno del deceno no invalida el resto del decálogo, pero le asesta un muy duro golpe al espíritu del documento, es una afrenta, una flecha directa al corazón, aunque el cuerpo siga vivo por un tiempo indeterminado.  

 

El retorno a un proteccionismo trasnochado y el irrefrenable deseo de un expansionismo tardío son signos irrefutables que describen a un país que no tiene la menor idea de lo que le ha ocurrido, ni mucho menos de lo que le depara el porvenir. Eso es Estados Unidos hoy, un imperio decadente, en agonía prolongada y con un destino azaroso; una potencia de nación sustentada principalmente por el tamaño de su economía y el poderoso ejército que la respalda.

 

Lo que presenciamos el pasado 2 de abril es un vulgar intento de recuperar por la fuerza una antigua gloria económica que ha sido pulverizada, entre otras cosas, por la pérdida relativa de productividad y la menor competitividad que nuestro vecino del norte tiene en el comercio internacional. En 2024, Estados Unidos registró un déficit comercial de 1.2 billones de dólares, de los cuales, una cuarta parte se originó con China, el 35% con otros países asiáticos, el 20% con la Unión Europea y el 15% con México.  

 

En este contexto, fueron impuestos aranceles a diferentes países con los que comercia Estados Unidos, llamados erróneamente “aranceles recíprocos” ya que en realidad se trata de aranceles asimétricos, desproporcionados y ventajosos, calculados de manera arbitraria, sin metodología científica y orientados a castigar la competitividad ajena, pues simplemente se dividió la balanza comercial que cada país tiene con EUA entre el total de sus importaciones, y el abultado resultado recibió una “importante rebaja” del 50% por parte de un “benévolo y magnánimo” Donald Trump. No faltaba más. 

 

Esta “ganga” se tradujo en aranceles del 49% para Camboya, 48% para Laos, 46% para Vietnam, 34% para China y 20% para la Unión Europea, por citar sólo algunos casos. Toda una escena dantesca que provocó pérdidas bursátiles billonarias, caídas en los precios del petróleo y debilitamiento del dólar estadounidense, en suma, incertidumbre y caos, acrecentado por las inmediatas represalias de China y la nueva respuesta de EUA que reviró con un 50% más de arancel, llegando con ello a un 104% de tarifa arancelaria total para la potencia asiática; la locura total de esta guerra comercial. 

 

Pero, ¿Cómo le fue a México el pasado 2 de abril?  


Bien, estamos mejor posicionados que antes. El hecho de no haber sido gravados con aranceles “recíprocos” y el que sí se los hayan impuesto a muchos países con los que competimos, significa nuevas ventajas comparativas para México, lo que se traduce en un abaratamiento relativo de nuestras exportaciones a Estados Unidos, por lo que debemos aprovechar esta circunstancia. 

 

Si nos hubieran impuesto este tipo de arancel, hubiera sido generalizado y del 17%, con base en la misma fórmula en que fueron calculados para los países afectados. Esto no es poca cosa, y si bien no es algo para festejar, dado el clima recesivo que se ha generado, sí lo es para reconocerse y aprovecharse al máximo en lo inmediato. 

 

Es importante recordar, sin embargo, que tenemos aranceles vigentes del 25% para el aluminio, el acero, la cerveza y los automóviles, y también para aquellos productos que se exportan bajo el beneficio de nación más favorecida (NMF), o sea, los que están fuera del T-MEC y que representan aproximadamente el 50% de nuestras exportaciones. En este último caso puede haber una disminución a 12% de arancel siempre que se logren avances mayores en materia de narcotráfico y migración, por lo que resulta conveniente que estos bienes se acojan al T-MEC, cumplan con las reglas de origen y eviten el gravamen. 

 

Para las otras industrias mencionadas, el gobierno de México negocia con el de Estados Unidos mejores condiciones.


Específicamente, en el caso de la industria automotriz, cuyas ventas representan una tercera parte de la exportación mexicana, pueden obtenerse beneficios importantes aún sin que se reduzca el arancel de 25%, siempre que se logren exenciones relativas a las reglas de origen.

 

Un automóvil hecho en México cuesta, en promedio, 33% menos que uno fabricado en Estados Unidos, es decir, aún con el 25% de arancel, seguiría siendo más barato en un 8%. Además, de acuerdo con un análisis realizado por el Instituto Cato, un auto hecho en México se compone, en promedio, de un 32 % de fabricación estadounidense, un 56.8% de origen mexicano y sólo el 11.2% del resto del mundo, de manera que, si se confirma que la parte estadounidense queda exenta, sólo se cobraría el 25% sobre el 68% del valor del coche, con lo cual se obtiene un arancel de 17%. Pero, si se logra negociar la exención igualmente del componente nacional, el arancel terminaría siendo de 2.8%. 


 

Es obvio que las próximas negociaciones son vitales para nuestras industrias y que México no debe cejar en obtener los mayores beneficios y las mejores condiciones posibles. Esto debemos lograrlo en lo inmediato, así como adelantar la revisión del T-MEC para tener mayor certidumbre. 

 

Pero también, y con una visión más estructural y estratégica, nuestro país deberá acelerar las acciones que permitan la soberanía alimentaria y energética, produciendo en su totalidad el volumen de granos básicos que el país requiere; así como el gas, gasolinas y combustibles igualmente necesarios; seguir fortaleciendo el mercado interno y, no menos importante, empezar a diversificar el destino de nuestras exportaciones. Para todo ello, el Plan México es una herramienta imprescindible. 

 

El 80% de nuestras exportaciones van a EUA. Necesitamos comerciar más con la Unión Europea, Asia y América Latina para reducir nuestra dependencia con nuestro vecino del norte. 

 
 
 

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