Si queremos crecer y vivir mejor debemos ser más productivos
Actualizado: 28 sept 2021
Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña y Eduardo Esquivel

El que quiera azul celeste,
que le cueste…
Así expresamos popularmente que para tener y disfrutar lo que deseamos exige un esfuerzo previo para obtenerlo. El principio aplica también económicamente para México. Más allá de la discusión sobre nuestras aspiraciones como personas y el significado de la felicidad en la vida, hecho insoslayable es que una vida digna exige contar con satisfactores materiales. Y no se trata de lujos. La satisfacción de necesidades básicas sólo es posible cuando tenemos acceso a alimentos, vestido, alojamiento, infraestructura, servicios educativos y de salud. Todo lo cual tiene que se producido. Cuando esa producción es insuficiente en la sociedad, la consecuencia es que quedarán personas con necesidades insatisfechas. Como no hay forma de imponer “justamente” carencias, el resultado es la discriminación, la marginación y hasta en buena medida la corrupción. Por eso el gran reto es alcanzar un estado de abundancia, no para que todos vivan con una riqueza incuantificable, sino para tener lo necesario y llevar una vida digna y con certidumbre. La base material para eso es la producción. Y su volumen depende de nuestra capacidad para generarla, lo que se denomina productividad. Alcanzar ese grado de abundancia material al que nos referimos depende directamente de nuestra productividad como sociedad.
PIB per cápita
Llaman la atención algunas cifras positivas de la economía mexicana. Entre las últimas destaca la señalada por Julio A. Santaella, presidente de la Junta de Gobierno del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), quien reportó que el Producto Interno Bruto (PIB) en el segundo trimestre de 2021 ascendió a $17.97 billones, a pesos de 2013, y que el mismo fue similar al del cuarto trimestre de 2016 y está por debajo sólo en 3.3% con respecto al máximo histórico observado en el tercer trimestre de 2018. Esto es, la actividad económica ha recuperado el nivel observado antes de la pandemia.
El rebote de la economía ha incidido favorablemente en la relación existente entre el PIB con la población del país; por lo que el ingreso per cápita ha aumentado en mil 603 dólares, al pasar de 8 mil 293 dólares en el segundo trimestre de 2020 a 9 mil 896 dólares en el de 2021; es decir, hay un incremento porcentual de 19.3%. La comparación es con respecto a junio de 2020, cuando el PIB del país disminuyó 18.7% anual debido a la suspensión de las actividades económicas no esenciales originada por el confinamiento de la población; además, el tipo de cambio a junio de 2020 rondaba en los 23 pesos, más alto en 15% con respecto al de junio de 2021.
No hay que olvidar que se están superando los estragos de una de las mayores crisis en la historia económica del mundo y que nuestra moneda ha tenido una recuperación admirable; empero, tampoco es bueno salirse del análisis detallado y sobre todo de largo plazo, que nos permita tener un diagnóstico adecuado para evitar que el optimismo se desborde. Lo que sigue es una estrategia de desarrollo que propicie la prosperidad de los mexicanos.
El ingreso per cápita en 2021 se ubica ligeramente por debajo del de 2019, cuando alcanzó la cifra de 9 mil 946 dólares, es decir, permanece dentro del rango observado en los últimos diez años y al igual que el PIB, sólo se ha recuperado la cifra que antes se tenía. La preocupación a partir de ahora debería ser el cómo darle celeridad a la generación de valor en la producción para ampliar los indicadores económicos por arriba de los máximos históricos observados. En un sentido superlativo esto significaría dignificar la posición que guarda el país en el concierto internacional, ya que nuestro PIB per cápita es severamente inferior al de nuestros socios comerciales e incluso con el observado en diferentes países de la región latinoamericana. El consuelo sería decir que el PIB per cápita de México es mayor que el de Argentina o Brasil, pero nos estaríamos comparando con países con graves problemas financieros y socioeconómicos. Además hay que recordar un principio válido de economía: “más es mejor”. La comparación hacia abajo no tiene mucho sentido.

El ingreso por persona en México es bajo y se encuentra estancado. Hay que elevarlo, pero nada podría cambiar estructuralmente, sino aumenta la productividad laboral. Se derivan diversos factores para tratar de corregir el deterioro de ambos conceptos (del ingreso y de la productividad). En primer término, se encuentra el dilucidar entre el origen y la causa, es decir: ¿las bajas remuneraciones salariales son reflejo de la baja productividad? o más bien, ¿la baja productividad es reflejo de las bajas remuneraciones salariales?
La masa salarial con respecto al PIB, según cifras del INEGI, en el segundo trimestre de 2021 ascendió a 5.1 billones de pesos, a precios de 2013, lo que representó 28.3% del PIB; mientras que las ganancias empresariales representaron 43.3% del PIB. El dato es pobre, si se considera que antes de 1995 las remuneraciones salariales representaban 34% del PIB. Hay otro fenómeno llama la atención: en los países desarrollados, cuya productividad es considerablemente más alta, la relación se invierte, es decir, los salarios representan más del 50% del PIB; en tanto que la contribución de las ganancias de las empresas muestran porcentajes inferiores a 50%.
Acorde con conceptos progresivos, desde 2018 dio inició en México un proceso de recuperación real de los salarios, particularmente del mínimo, mismo que no debe detenerse, a efecto de crear las condiciones idóneas para actuar sobre la productividad en dos sentidos: 1) generar estímulos en los ingresos para aumentar las bases efectivas para un mejor desarrollo laboral; y 2) hacer que las ganancias recaigan en la necesidad de ampliar los procesos de inversión con la introducción de bienes de capital y tecnología, más que con la existencia de bajos salarios. ¿Podríamos asegurar que el desarrollo de la productividad puede tener como punto de lanza el incremento salarial? Lo cierto es que la fórmula fue descrita por los economistas clásicos y en forma previa fue un mecanismo convertido en axioma por los socialistas utópicos; sin dejar de señalar que es una tendencia observada en el mundo en la época contemporánea. El efecto del cambio tecnológico significaría, por otra parte, superar la trampa de mantener utilidades sólo con bajos salarios; existiendo el corolario de que los ingresos reales se incrementarían a partir de la mayor aportación marginal del trabajo en la generación de valor económico.

El incremento de los salarios reales, en teoría, podría tener otros efectos virtuosos: la expansión del mercado interno, que correría a la par que el ensanchamiento del mercado externo propiciado por la liberalización de la economía y la integración comercial con Estados Unidos y Canadá (T-MEC); y una reestructuración de la economía a favor del sector formal. Este último fenómeno es de suma importancia. En México la población ocupada asciende a alrededor de 56.4 millones de personas, de los cuales 24.6 millones (43.6%) mantienen un empleo formal y 31.8 millones (56.4%) un empleo informal. Si se toma en cuenta el PIB a precios reales al segundo trimestre de 2021, esto implica que 13.9 billones fueron generados por el 43.6% de la población ocupada formal y 4 billones por el 56.4% de la informal; es decir, el trabajo formal contribuye 3.4 veces más en la generación del valor del PIB.

Con cierta desesperación se observa que la recuperación del empleo no implica un cambio en su estructura. ¿Cómo creer que alrededor de 32 millones de mexicanos espontáneamente pasarán del empleo informal al formal? Más bien, lo que se debe pensar es en el cómo hacerle para que en forma gradual y en el menor lapso posible exista una recomposición del mercado laboral. Nada podría hacerse si existe indiferencia en el trabajador al momento de decidir ocuparse en una unidad de trabajo informal o formal. Sin duda, lo que se requiere es consolidar los beneficios que genera el formar parte de la formalidad con salarios que sobrepasen claramente la línea del bienestar y con la dotación de servicios que den beneficios sustantivos en materia de salud, vivienda, pensiones para el retiro, entre otros.
De entrada, el salario promedio en la economía formal debería distinguirse por ser sensiblemente más alto que el del sector informal. Eso pasa ahorita mismo, pero pocos lo saben porque no se da a conocer masivamente, al no tener capacidad el sector formal de competir en la absorción de la fuerza de trabajo. Mucho se tiene que hacer también en materia cultural y educativa, nuestra gente tiene que ponderar más la visión a futuro a la de simplemente sobrellevar el presente con sueldos de subsistencia.
La estrategia fiscal, por otra parte, debe ser más universal. Nadie podría sentirse satisfecho si los negocios informales, sobre todos los grandes, mantuvieran el privilegio de no pagar impuestos. La meta de inclusión debería ser permanente; al mismo tiempo, eso le exige al Estado la dotación de más y mejores servicios, a efecto de mantener en línea el efecto de la justa contraprestación. Ingresos y gastos deben concordar y ello conllevaría a ampliar la capacidad operativa y la infraestructura de las instituciones públicas orientadas a cubrir las prestaciones y la necesidad de servicios de los trabajadores.
El tener una economía en donde predomine la formalidad requiere de tiempo; sin embargo, hay una condición sine qua non: no se podría pensar en una economía volcada a la formalidad sin gobiernos honestos y transparentes. La confianza ciudadana es indispensable: sólo es dable que se acepte prescindir de parte de los ingresos, si se tiene un Estado que asigna esos recursos en forma eficiente y sin que existan actos que lleven a desviación de fondos. Sobre esta base, la sociedad también debe organizarse e irse preparando para ejercer por sí misma esquemas de contraloría.
La responsabilidad del Estado en materia de crecimiento económico se puede sintetizar en la orientación de los instrumentos con los que cuenta para crear valor. En el futuro todo depende de la consolidación de los procesos productivos formales y de actuar en contra de aquellos que depredan la formación de capital humano y el capital natural. Únicamente con una nueva recomposición del mercado laboral a favor de la economía formal, sustentada en una relación progresiva entre salarios y productividad, se podría aprovechar cabalmente el potencial productivo de una enorme fuerza laboral; misma que degrada su valor porque pese a que trabaja por muchas horas (muy por encima de los estándares internacionales) produce poco y se encuentra en el limbo de la subsistencia.
Las brechas de la productividad.
El diagnóstico convergente es que el modesto desempeño que ha tenido la economía mexicana obedece básicamente a la baja productividad. Muchas preguntas hay que responder, la primera sería: ¿cómo es posible que una economía volcada hacia el exterior, con sectores con mayor complejidad tecnológica, no haya tenido como efecto de arrastre una expansión productiva en el resto de las actividades económicas? Se podría resolver la duda si pensamos que en el país se desarrollaron en forma excluyente dos mundos: un sector exportador moderno integrado a la economía internacional y otro sustentado en procesos tecnológicos obsoletos y con un requerimiento intensivo de mano de obra, que no necesita para su operación de empleados con educación, capacitación o adiestramiento. Sin la conexión que dan los esquemas de abasto y proveeduría, la polaridad productiva se hizo creciente y la balanza del esfuerzo social se inclinó hacia actividades con poca aportación de valor económicos.
La exclusión de los mundos, al mismo tiempo llevó a la diferenciación productiva regional. Cuando nos referimos a México, siempre hablamos del Norte y del Sur, pero en realidad la mayor productividad se ha dado en aquellos estados en donde se concentran las actividades manufactureras, particularmente la industria automotriz: Aguascalientes, Querétaro, Coahuila o Puebla. Eso hace pensar que deban desarrollarse actividades en los Estados del Sur de México que generen más valor. La inversión en obras públicas, la conectividad y el surgimiento de corredores agrícolas e industriales se pueden convertir en una herramienta básica para la nivelación productiva interregional.
Pese a la expansión del sector exportador, diversos estudios demuestran que las horas empleadas en la producción manufacturera han disminuido comparativamente en relación con la que se utilizan en el sector servicios, particularmente el comercio. Este desplazamiento ha originado la distorsión del mercado laboral, ampliando el autoempleo; pero también ha reducido los tiempos de trabajo que socialmente se dedican a actividades que generan mayor valor agregado. No se trata ahora de asistir a laborar a talleres que maquilan o producen manufacturas, sino de que gran parte de la población se ocupa en puestos que llevan a cabo actividades comerciales a baja escala, generando un sesgo productivo de magnitudes inconcebibles y atrofiando el paisaje de las ciudades y aun de poblaciones con menor tamaño.
El tamaño de las empresas juega un papel relevante en materia de productividad. “En promedio, la productividad laboral de las empresas grandes manufactureras es 20% superior a la que presentan las microempresas, 7% por encima de las pequeñas y 5% mayor que las empresas medianas” (CEPAL. Productividad y Brechas Estructurales en México. Mayo 2016). También el estudio de la Comisión Económica para América Latina aclara que los giros amplían la brecha productiva. Citemos algunos ejemplos:
“En la industria alimentaria (fabricación de alimentos, bebidas y tabaco) las empresas grandes registran una productividad 180% mayor que las microempresas. En cambio, en la industria de la madera la productividad de las empresas grandes es solamente 26% superior a la de las microempresas.
Las clases de actividad económicas con alta intensidad exportadora (por ejemplo, fabricación de componentes electrónicos y de motores de combustión interna) son en promedio 84% más productivas que los que desarrollan una baja intensidad exportadora (elaboración de alimentos para animales)”.
La paradoja del crecimiento