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Balance, Estado, Economía y Legado Histórico

Actualizado: 5 sept 2021

Gildardo Cilia, Guillermo Saldaña y Eduardo Esquivel

Leviatán

El balance que hace un gobierno sobre su gestión es del todo necesario. “Mandar obedeciendo” es una máxima que parece sencilla; no lo es, se articula a una relación dinámica entre quien gobierna y la sociedad; quien es la que elige a sus gobernantes. Nada más grave que no informar sobre las acciones de gobierno; quien gobierna y concibe que el rendir cuentas sólo es un requisito o un mal necesario que debe de cumplir, no es un verdadero demócrata; o, lo es, veladamente, por estar más cerca de la autocracia.


La sociedad debe participar activamente y pedir cuentas, no hay nada más efectiva que la contraloría social para templar el poder de quienes llevan a cabo el ejercicio del gobierno. Los gobernantes nos tienen que decir cómo y en qué han ejercido los fondos públicos, que se constituyen a partir del esfuerzo social y que por lo tanto, son de todos. A mayor participación en la vida pública, menor posibilidad que se tomen decisiones en función de intereses personales o que se desvíen o se apropien recursos públicos; se evita, así, que se reproduzcan actos inmorales: corrupción, fraudes, sobornos, entre otras prácticas.


Hay quien concibe la política como el simple ejercicio del poder público. De modo que lo que interesa es conquistar, conservar y utilizar el poder, sin que medie el interés social, o sí, pero como dadivas en vistas a la conservación. Desaparece, así, la única virtud válida en todo proceso político: el de servir a los demás.


El frágil hilo del laberinto político oscila entre dos posibilidades: 1) la ambición por el poder, sólo con el fin de apropiación de la riqueza social, lo que hace a esos gobernantes intrascendentes o los convierte en villanos históricos; o, 2) la honradez con la sociedad, que generalmente implica contar con una visión de futuro; es decir, se busca trascender para formar parte ejemplar de la historia. Este dilema no es falso, revisen la historia del mundo y aun la de México y encontrarán grandes ejemplos.


La política y por lo tanto, los políticos requieren de tener virtudes inapreciables, si lo que desean es la posteridad. Platón, hace 2,500 años, pensando en las virtudes, decía que los filósofos deberían hacerse cargo de los puestos públicos; de no ser, así, se requería que los políticos se convirtieran en filósofos. La democracia nunca ha garantizado que lleguen al poder los hombres con las máximas virtudes; pero es inobjetable que sí garantiza la remoción de los gobernantes, necesaria para depurar y regenerar el poder público.


Podríamos revisar nuestra historia y concluir que no es así, pero durante casi todo el siglo XX nuestra democracia era simulada y aparente. En los últimos 20 años de este siglo hemos votado por propuestas que nos han parecido atractivas, aun cuando se hayan incumplido: “transición democrática”, “reformas estructurales” y el de la “cuarta transformación” histórica, que consiste básicamente en retomar una moralidad que parecía extraviada. Políticamente, esta moralidad significa no sólo recuperar valores inmanentes a nuestra condición humana, sino romper con conceptos que identifican al proceso de desarrollo humano con la evolución biológica de la teoría darwiniana: la sobrevivencia o el encumbramiento del más fuerte.


En política romper con el darwinismo significa alejar al servicio público de las leyes que explican la eficiencia del proceso económico, que implican tomar para sí mismo el mayor beneficio posible con los menores recursos al alcance. Esa ley es irrenunciable en la vida económica, pero no en la vida política, en donde el cauce tiene que ser el adoptar medidas que socialmente resultan ser las más útiles; es decir, el crear valores que lleven a ampliar las capacidades de los individuos, en aras de avanzar objetivamente hacia el principio de igualdad de oportunidades. Se puede alegar de que en forma natural existen disparidades, pero ampliarlas no nos lleva a una mejor convivencia social. El gran sentido de la política es disminuir los tramos de las diferencias, a efecto de garantizar la armonía social, aun con capacidades distintas.


Favorecer a unos, sin importar los otros, más cuando se mantiene postrada a la masa social, profana la vocación de servicio de los que gobiernan; transformando al Estado en un leviatán. Esta transformación monstruosa no queda al interior del propio Estado, se trasmina a la sociedad, a los individuos, quienes entienden que la falta de humanismo es más natural que la solidaridad. “El hombre, es un lobo para el hombre”, decía Hobbes: lucha contra el prójimo para sobrevivir, sin que pudiera existir nada que lo contenga.


El monstruo conduce al precipicio social, de eso no hay duda. El caos no se contiene, porque la debilidad moral del Estado lo hace incontenible. Eso lamentablemente estaba sucediendo en México. Por fortuna, el cauce democrático nos permite cada seis años cambiar el curso de nuestra historia; lo que significa la posibilidad de reordenar la vida pública sin una violencia traumática generalizada. La ruptura violenta no se ha dado, nuestro sistema democrático-electoral lo impidió; de romperse el tejido social, toda posibilidad de convivencia racional se pierde e hilvanar de nuevo ese tejido lleva muchos años. Las décadas pérdidas significan siempre atraso y pobreza. Miseria.


Existían signos inevitables de una gran descomposición, porque los propios hombres de Estado participaban confabuladamente en actos delictivos que propiciaban la ganancia fácil. Ejemplos hay muchos, sólo mencionaremos uno por ser lamentablemente ilustrativo: el huachicol. En el robo de combustible participaban los tres niveles de gobierno, mafias e innumerables pobladores de comunidades severamente empobrecidas, que incluía, generalmente, a la totalidad de los miembros de una familia. La práctica estaba a tal grado envilecida, que los niños cumplían la función de “halconcitos”, es decir, la de observar y advertir sobre el único cuerpo que podía impedir el robo de combustible: el ejército; incluso, un número importante de menores de edad abandonaban la escuela, porque el huachicol les permitía tener más ingresos que sus miseros padres. De esta forma se complementaba el ingreso familiar.


Los delitos no se han desterrado del todo, como es natural; pero existe una clara intención de corrección. Era necesario volver a los ordenamientos que hacen posible la convivencia humana: los que dictan las leyes y nuestra constitución y crecer sobre las bases que ofrecen la moralidad y el civismo. ¿Se está logrando? Quien lo puede decir con toda certeza; pero hay algo que es irrefutable, más de 30 millones de mexicanos (53% del padrón electoral) votaron en 2018 por el presidente Andrés Manuel López Obrador, en busca de un cambio de rumbo: para darle un contenido sustantivo a las instituciones de gobierno, garantizar la armonía social y redimir al estado de derecho.


El ingreso y la libertad

Los resultados en materia económica no siempre se mueven en la dirección que uno supone. El deseo de fracaso de un gobierno, políticamente, no es más que un deseo insano; no se está pensando en lo que la gente sufriría por la ruina o el desplome económico y en la dificultad que entraña el recuperar lo que se pierde en materia de ingresos, empleos, productividad, crecimiento y desarrollo.


Francamente y en nuestros tiempos, resulta difícil entender la historia sustentada en conceptos trasnochados provenientes de la época de la guerra fría. El ascenso del proletariado a través de la lucha de clases - con revoluciones violentas - lleva años caducado; por la simple razón de que la caída del muro de Berlín significó la extinción del bloque comunista; lo que le dio un nuevo giro a la historia de la humanidad.


La libertad impera en el mundo, pero queda como escollo, el de ejercerla plenamente. Esta es una discusión interminable. En economía alguien ha pensado que el ejercicio de la libertad significa contar con mínimos de bienestar; bajo el concepto proporcional de que quien desea actuar en torno a sus deseos (adquirir bienes y servicios, movilizarse de un lugar a otro, disfrutar del ocio, retirarse absolutamente de la actividad laboral, entre otras cosas) requiere de ingresos y entre más ingresos mejor. Este debate en torno a la libertad y al ingreso se dio en el espacio de los propios países capitalistas, sus mejores representantes son Keneth Arrow de Estados Unidos y Amartya Sen de la India, ambos Premio Nobel.


Aun sin ser economista, uno debe entender que la pobreza existente en el mundo lleva inevitablemente al tema de cómo hacerle para que el ingreso contribuya plenamente al ejercicio de la libertad. Ello lleva a concluir que es necesario hacer un uso adecuado de los medios que están al alcance: los intrínsecos al desarrollo humano (educación, capacitación, cultura y ciencia, entre otros); así como los que ofrece el mercado (intercambio comercial, transferencia tecnológica, ventajas comparativas, entre otros).


Quien toma causa a favor del ingreso, no actúa en contra de la libertad y menos debe vérsele como un agitador que quiere cambiar radicalmente el orden de las cosas. En dado caso, lo que existe es oposición hacia el capitalismo salvaje: aquel en donde los recursos, como un gotero, drenan de arriba hacia abajo.


Los economistas nos hemos enfrentado vehemente en teorías que involucran como principal motor del crecimiento económico al Estado o al mercado. Hemos discutido mucho y hay quien cree que no existe mejor opción que el “Estado mínimo”; aun cuando continuamente nos salimos de esa órbita durante los periodos recesivos, cuando queremos que el Estado proteja al empleo, a la planta productiva, amplíe la demanda efectiva, atienda a los pobres y muchas cosas más.


Las discusiones en torno al Estado son inacabables, uno de ellos que llama la atención es la del populismo; asociada a la idea del gasto excesivo. Se vincula a la “izquierda” con la vehemencia por el gasto público y la intervención del Estado en la economía; ésta es una verdad a medias, también han existido - y existen - gobiernos populistas de derecha. En los hechos gastar menos o gastar más debe significar un acto coherente de gobernanza y tendría que ver con la capacidad de ingresos de los Estados.


Las cuentas

Desde siempre nos ha confundido la idea de asociar al populismo con la izquierda y en el plano económico, sí, nos debe preocupar que el gobierno gaste más allá de sus ingresos, porque ello lleva a variaciones indeseables en parámetros básicos: más deuda interna y externa, mayores tasas de interés, devaluaciones e incrementos en tasas de inflación; todo en círculos perversos que tienden a retroalimentarse y que cuando inician parecen no acabar nunca. Siendo el presidente López Obrador un hombre ubicado en la geometría de la izquierda, muchos pensaron que iba a dar inicio esa cadena dinámica de males; más aún que todo ello iba a redundar en una caída estrepitosa de nuestra moneda y de los mercados de capital (la bolsa de valores) y que los capitales como “las golondrinas” iban a emigrar.


No ha sido así, gobernar significa ante todo la responsabilidad de mantener finanzas públicas sanas; de no ir más allá de lo que soporta el equilibrio; esto es, de la necesidad de que todo esté sustentado en el equilibrio fiscal, incluso los apoyos que se otorgan a la población vulnerable. Eso que ha sorprendido, ha alejado al actual gobierno de México del populismo, nada que ver con Chávez o Maduro o si queremos pensar en México, con Echeverría o López Portillo. La conducción actual puede tener como base una buena asesoría económica, pero notoriamente responde a años de aprendizaje. No hay improvisación, López Obrador, antes había sido un servidor público y sabe de la importancia de administrar recursos escasos; además, conoce la historia económica de México, sólo hay que recordar sus referencias a los modelos del desarrollo estabilizador y del desarrollo compartido.


La prioridad en el equilibrio fiscal la ha sostenido el gobierno del presidente López Obrador, incluso en los momentos álgidos de la crisis pandémica, cuando economistas críticos exigían ampliar el gasto público, soportándolo con los préstamos disponibles del Fondo Monetario Internacional (FMI) e incluso recurriendo al déficit primario o al improcedente financiamiento directo del Banco Central.


Nada que atentara contra el equilibrio fiscal se hizo, por el contrario, se ampliaron los recursos mediante una estrategia jamás implementada en México: se evitó la elusión y la evasión fiscal; se cobraron adeudos anteriores; se procedió a prohibir las condonaciones fiscales que se les hacían a los grandes consorcios y se consolidó el proceso de administración electrónica.

Fuente: Banco de México


Las transferencias a los pobres y los mismos proyectos estratégicos de inversión pública tuvieron como fuente recursos frescos y sanos, derivados de la propia recaudación fiscal. El balance primario al finalizar 2020 tuvo un superávit de 0.1% con respecto al PIB, lo cual es un símbolo del éxito de la política fiscal y de la austeridad del gasto público.

Fuente: Banco de México


No es lo único, pero la estabilidad de precios está indisolublemente ligada a finanzas sanas. El gobierno, por otra parte, con la mayor abundancia recaudatoria ha ampliado su inversión a manera de propiciar la suficiencia energética y promover polos de desarrollo regional. La formación fija bruta de capital pública se ha ampliado hasta en 2.2% con respecto al Producto Interno Bruto (PIB), pero - de ser posible fiscalmente - todavía existe un margen coherente de ensanchamiento de acuerdo con el parámetro de 3.3% promedio de los países miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).


El gobierno no se quiere erigir en el motor del crecimiento económico, puede ayudar a reactivar la economía, incluso a elevar el PIB transitoriamente en un punto o en 2 puntos porcentuales. Hasta ahí.


La visión de los que gobiernan es que la economía sólo puede crecer en forma sostenida con los impulsos del mercado y con una mayor contribución de la inversión privada, sea nacional o extranjera. En torno al libre mercado, el presidente López Obrador fue un activo promotor de la firma del tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá (T-MEC), con la visión de que la integración regional es vital para el crecimiento del país; también reiteradamente ha señalado que el papel central en la reactivación económica y en la permanencia del crecimiento económico le corresponde a los particulares.


Hay signos que parecen contrarios. No ser partidario incondicional del laissez faire, laissez passer (dejen hacer, dejen pasar), le ha costado al presidente críticas exacerbadas. La posición presidencial parece correcta cuando se ha puesto fin al proyecto del aeropuerto de Texcoco, cuyo suelo es frágil por su hundimiento o a proyectos cerveceros en marcha que se desarrollaban en zonas de gran estrés hídrico; o cuando se han tratado de corregir contratos leoninos que iban en contra de las arcas de la nación; o cuando se ha eliminado la condonación de impuestos, entre otras acciones.


Sigue siendo tema para discutir si el rescate de las dos principales empresas públicas del país Petróleos Mexicanos (PEMEX) y Comisión Federal de Electricidad (CFE) sea la medida más indicada para propiciar la suficiencia energética en el largo plazo; pero es indudable que en el corto plazo, sí, lo es. Resulta cierto que en el sector energético se está consolidado una estructura monopólica del Estado o que se esté configurando una posición oligopólica para combatir a otros oligopolios (es el caso del “Gas Bienestar”). No obstante, hay dos aspectos sobresalientes: se trata de bienes estratégicos o básicos, en donde es necesario garantizar en lo más posible el suministro suficiente y a precios bajos; además de que se trata de mercados sensibles y por lo tanto, no es aceptable que los privados actúen en contra de las sanas prácticas del mercado o la libre competencia.


Grandes críticas se hicieron en torno a la extinción de fideicomisos públicos. Algunos equipararon esta acción como una nacionalización de entidades. No lo es, porque la acción fue únicamente contra “los públicos” y nadie puede dudar que existían fideicomisos que ya habían cumplido con su objetivo por el que fueron creados o que eran claramente ineficientes. Mantenerlos significaba una carga para el erario. Triangular, siempre va a ser menos transparente que entregar directamente recursos a los beneficiarios; también la asignación directa evita mantener la carga de estructuras administrativas que resultan onerosas.


Varios temas más saltan a la vista, entre ellos las críticas a los órganos autónomos o la de los sueldos de los funcionarios de esas entidades. Se ha dicho mucho, pero es indudable que el principal funcionario público de la nación se bajó el sueldo y que la obviedad indica que nadie podría ganar más que él. La oposición de los posibles afectados se ha puesto de manifiesto, pero nadie razonablemente ha justificado por qué no; el argumento sólo se ha sustentado en la impenetrabilidad de los organismos autónomos.


Preocupa, sí, sus programas masivos en educación y salud porque en ello no se garantiza la calidad de los servicios. Atender con lo que se tiene sería una primera etapa; pero la segunda, es imprescindible desde hoy: preparar a los futuros profesionistas con una educación cuidadosa y esmerada. Tal vez es en este punto, donde el presidente se acerca más al populismo; desde luego, la condición básica para que todo funcione bien es la adecuada preparación y continúa superación en el conocimiento de la técnica, la ciencia y la tecnología


La agenda del gobierno ha sido muy activa y ha abordado casi todos los puntos de la agenda nacional; nadie podría sentirse desilusionado en ese sentido. Muchos paradigmas se han roto, entre ellos, se ha incrementado los salarios mínimos reales hasta en 44%, sin que se haya generado inflación. Los salarios mínimos eran de miseria, por debajo de los niveles mínimos de bienestar; por lo tanto, no podían alentar la demanda del conjunto de bienes que integran el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC). La medida se dio y es la mejor de las noticias porque se debe seguir ampliando el mercado interno y sobre todo, incidir en los niveles de productividad; quien va a querer educarse o capacitarse sin estímulos que tengan que ver con un mejoramiento en los niveles de vida personales o de la familia.


Más que los récords históricos que señaló el presidente en su tercer informe de gobierno en materia de salarios, inversión, valores, remesas y reservas internacionales, que sólo reafirman que los pronósticos en contra de su gobierno eran erróneos, nos debe de ocupar lo que viene de aquí en adelante. Los equilibrios económicos están dados como consecuencia del buen manejo fiscal y financiero en la crisis; la confianza en el futuro se ha acrecentado y los motores económicos se han puesto en marcha, a tal punto que ahora la tasa de crecimiento previsible para 2021 es de 6% y para 2022 de más de 4%. Dentro de este contexto, vale más la pena pensar en cómo mantener el sistema económico en marcha y perfectamente afinado, ese sería el gran reto. Una cosa está garantizada, que el equilibrio fiscal no se va a perder.


El retiro

Muchas cosas se han escrito después del tercer informe de gobierno, nada realmente trascendente ¿Qué las metas alcanzadas son neoliberales? Falso. Antes del neoliberalismo, en los años cincuenta o sesenta del siglo pasado, en México hubo un periodo denominado estabilizador que se sustentaba en la disciplina fiscal, en el equilibrio externo y en un adecuado manejo de la deuda; lo cual garantizaba la estabilidad de precios, del tipo de cambio y de la tasa de interés. Claro, existían diferencias por las condiciones históricas: de lo que se trataba en aquel tiempo era de dinamizar el mercado interno sustituyendo importaciones y no, de ampliar nuestra presencia en el mercado internacional.


Mantener el equilibrio fiscal con finanzas públicas sanas es la primera gran responsabilidad que debería tener un gobernante. Siguen en consecuencia otras, todas relacionadas con la de mantener condiciones adecuadas para posibilitar el crecimiento económico, con la participación conjunta de los principales actores que integran el sistema económico: trabajadores, empresarios y el propio Estado, con la provisión de infraestructura. Más importante es la honradez en el servicio público y el desterrar los demonios que ponían en riesgo la estabilidad política del país.


Hay quien piensa que con el tercer informe de gobierno inicia el adiós del presidente Andrés Manuel López Obrador. Aún falta la mitad de camino por recorrer: tres años, sí, pero para consolidar la democracia sustentada en una mejor justicia distributiva. El propio presidente ha dicho que su ciclo de vida política concluirá en septiembre de 2024; bajo la máxima de que es bueno retirarse a tiempo. Lector de la historia, seguramente conoce el buen ejemplo de Solón que vale la pena narrar:


“En el siglo VI antes de nuestra era, Atenas vivía en un sobresalto continuo, las graves dificultades políticas e inquietudes sociales hacían padecer a la Ciudad griega, hasta poner en duda su continuidad histórica. Los ciudadanos atenienses le pidieron a Solón salvar al Estado y limar las enormes diferencias que existían entre los ciudadanos.


Una vez cumplida su misión como Arconte; es decir, de dejar establecidas las bases futuras para la configuración de la democracia ateniense y de establecer, sobre todo, la igualdad de los ciudadanos ante la Ley, Solón hizo algo inesperado, compró un barco y partió al exilió durante 10 años. Lleno de sabiduría comprendió que estaba cerca de la tiranía: contaba con el aprecio y el apoyo de los ciudadanos que lo adulaban y eso - a él - lo envanecía. Su gran conciencia lo hizo optar por el retiro, sabía que tenía que dejar intacto su legado político e histórico.


Tiempo después las diferencias volvieron a surgir, pero no fue por él: la historia es inacabable, nada la detiene.


En su momento histórico Solón hizo lo que tenía que hacer”.


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