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El desprestigio de nuestra democracia y de nuestros partidos. Aun así, debemos votar

Actualizado: 24 may 2021

Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña y Eduardo Esquivel

Poca confianza en la democracia


El contexto en el que se desenvuelve nuestra democracia es pobre y en términos generales, poco relevante para nuestra sociedad. En marzo de 2021, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) publicó los resultados de la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) 2020, en donde se observan resultados preocupantes en torno a la ponderación que se tiene sobre la participación política, la cultura democrática y la confianza a los partidos políticos:

  • El 55.8% de la población de 15 años o más dijo estar muy interesada o preocupada por los asuntos del país; en tanto que el 44.2% muestra poca o nula preocupación.

  • El 69.2% de la población de 15 años o más está muy de acuerdo con la idea de que para gobernar un país se necesita de la participación de todos en la toma de decisiones; sin embargo, los porcentajes de las personas que creen que se requiere de un gobierno encabezado por un líder fuerte o por militares siguen siendo relevantes:

  • Sólo el 27.7% de la población de 15 años o más considera que cuenta con conocimientos y habilidades para participar en actividades políticas:

  • El 65.2% de la población de 15 años o más considera que la democracia es preferible a cualquier forma de gobierno y el 34.8% muestra cierta indiferencia hacia la democracia o considera que es preferible otra forma de gobierno:

  • El 46.8% de la población de 15 años o más que sabe o que ha escuchado lo que es la democracia se siente nada o poco satisfecho con ella. El dato revelador es que sólo el 12% se siente plenamente satisfecho con la democracia:

El desprestigio de los partidos políticos


Lo que más preocupa de la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) es la poca confianza que tiene la sociedad a los partidos políticos; lo que expresa elocuentemente la peor atrofia de nuestra democracia. ¿Cómo confiar en la democracia, si no se cuentan con protagonistas comprometidos con el crecimiento de la participación ciudadana en la toma de decisiones dentro de la vida de las comunidades, los municipios, las entidades federativas y la nación? ¿Cómo esperar una alta participación en las próximas elecciones del 6 de junio de 2021, si la población mantiene una pobre opinión sobre los partidos políticos? Dos fenómenos preocupan:


1) Que los partidos políticos sean los peor evaluados en términos de confianza respecto a otras instituciones o grupos sociales:

2) Que el 76.4% de la población de 15 años o más le tengan poca o nada de confianza a los partidos políticos:

¿Cómo explicar esta crisis de confianza de los partidos políticos? Tratemos de dar respuesta a esta interrogante a partir de la esencia y de las posibles causas que explican este deterioro ante la sociedad.


Los partidos políticos en los sistemas democráticos son la principal vía de acceso al poder político, pero con la característica básica que este acceso se debe dar mediante la racionalización de la lucha por el poder; lo que implica la competencia pacífica por el voto popular. La pluralidad que surge de los diferentes partidos lleva a contar con diferentes ofertas y propuestas de acción para la vida pública y para el ejercicio del gobierno. El sufragio popular no es superfluo, en esencia, se debería articular a las aspiraciones que tienen los ciudadanos de contar con gobiernos eficientes que posibiliten la superación de los problemas y retos públicos y el desarrollo de las capacidades y potencialidades de los ciudadanos.


El México, el artículo 41 de la Constitución Política de los Unidos Mexicanos, define y aclara cuales son las funciones básicas de los partidos políticos. Conviene subrayar las dos que le dan un sentido vital a la existencia de los partidos:

  1. Promover la participación del pueblo en la vida democrática.

  2. Hacer posible (como organizaciones ciudadanas) su acceso al ejercicio del poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo.

Podríamos creer erróneamente, que la esencia de la democracia sólo se circunscribe al sufragio. Este acto, si bien es importantísimo, es sólo uno de los que constituyen esta forma de gobierno. En realidad, hay mucho más que considerar. El fundamento del sistema democrático más significativo es el de los pesos y los contrapesos.


Como forma de gobierno, la democracia debe producir decisiones, que necesariamente tendrán consecuencias sobre los gobernados. Algunos resultarán beneficiados, otros perjudicados y a otros les resultará indiferente. La manera de generar beneficios y limitar los perjuicios es el desmembramiento del poder. La división que se ha establecido a lo largo de la historia es la de tres poderes: 1) el legislativo, que expide las leyes que rigen a la sociedad 2) el ejecutivo, que administra su imposición y los asuntos de gobierno y 3) el judicial, que imparte justicia y combate los abusos del poder de los que gobiernan y entre los ciudadanos. El voto es un acto clave y conduce a la conformación e integración de los poderes legislativo y ejecutivo.


Otro fundamento de la democracia es la coexistencia perenemente de dos fuerzas en oposición, pero siempre sometidas a los pesos y contrapesos y por supuesto a la voluntad ciudadana. Una fuerza detenta el poder y la otra debe conformar una oposición. En democracia, la que detenta el poder usualmente ocupa la posición ejecutiva, con lo que tiene el privilegio de liderar la toma de decisiones y ponerlas en práctica. Pero debe someterse a los límites que se le impongan a través de las leyes que expida el poder legislativo y a las decisiones del judicial.


La oposición ejerce también un poder, en la medida que cuestione fundadamente (este calificativo es clave) las decisiones de la fuerza en el poder. Su papel es subrayar errores y deficiencias de la fuerza en turno en el poder; pero más importante es proyectar y ofrecer alternativas. La oposición debe así constituirse y consolidarse como una opción, que eventualmente pueda llegar a ganar las preferencias de la ciudadanía y conquistar el poder en cuanto el ritmo del sufragio lo permita.


Hay que decirlo claramente: la democracia exige la coexistencia de dos fuerzas, una en el poder y otra en oposición. Sin oposición es imposible hablar de una democracia plena. Cabe agregar que en una democracia sana y dinámica lo natural es la alternancia de las fuerzas en estos dos papeles.


En la democracia hay un concepto que generalmente permanece implícito, pero que tiene enorme importancia en la utilidad y eficacia que deben tener los partidos políticos. Toda democracia es representativa, es decir, quienes asumen el cargo popular toman decisiones a nombre del pueblo. Los representantes se eligen a través del sistema electoral; de modo que el voto se traduce en darle el poder a otro para que tome decisiones por nuestra cuenta.


La democracia no puede ser monolítica, el acto de elegir mediante el sufragio debe conjugarse con la posibilidad de elegir entre diversas opciones. De modo que el proceso democrático se hace perfectible a partir de la lucha electoral de los diferentes partidos políticos; entendiendo que cada uno de ellos manejan diferentes ofertas o plataformas ideológicas y de acción.


Quienes compiten en las elecciones por cargos populares tienen que hacer un esfuerzo para distinguirse de los demás con propuestas y programas atractivas. Para que la democracia tenga un sentido profundamente cualitativo se requiere, entonces, de electores exigentes y de candidatos competitivos, no por su imagen o carisma, sino por su capacidad de competir con programas ambiciosos e innovadores en beneficio de los que quieren representar.


La definición de Maurice Duverger es del todo pertinente: “la democracia es un régimen en la cual los gobernantes son escogidos por los gobernados por medio de elecciones sinceras y libres” y cabe agregar mediante una efectiva competencia de ideas, programas, proyectos y propuestas. El acceso al poder, generalmente, se ha dado mediante la integración de candidatos a las plataformas de los partidos políticos, aun cuando empieza a ser más recurrente la presencia de candidatos o individuos que aspiran al poder en forma independiente o mediante asociaciones y/u organizaciones no partidarias. Sin embargo, continúa prevaleciendo lo que se denomina sistema de partidos, mismos que interactúan y luchan en el y por el poder público. Así en todos los Estados prevalece un “sistema de partidos”, cuyas características se pueden enlistar para su real vigencia:

  1. El número de partidos, que se traduce en el número de opciones que puede tener la ciudadanía para votar a nivel local, estatal o popular. ¿Cuántos partidos deben de ser? Las legislaciones electorales de los países definen como deben integrarse los partidos y su permanencia a partir del voto popular. Se ha llegado a absurdos como el que se registra en el Estado de Morelos en donde de cara al proceso electoral del 6 de junio de 2021 se registra una participación de 21 partidos u organizaciones políticas que compiten por cargos de elección.

  2. La escala de los partidos, cuyos alcances pueden ser local o nacional. La diversidad de opciones es importante, pero carece de sentido la existencia de múltiples partidos no sólo porque se diluyen principios y objetivos, sino porque suele ser muy costoso.

  3. La distancia ideológica entre partidos es trascendente porque ello les permite a los ciudadanos contar con preferencias políticas mediante dos principios básicos: identificación y diferenciación.

  4. La relación de los partidos con los grupos sociales, sobre todo, con los que buscan identificarse. Esto en mucho define su capacidad de crecer. No sé trata sólo de luchar o de tener acceso al poder, se trata de mantener una posición cotidiana activa a manera de interesar y promover la participación de la sociedad en las cosas o en la vida públicas.

  5. Su actitud frente al sistema o poder público vigente. La auténtica representación significa ser proactivo y defender principios; cumplir promesas y llevar las demandas sociales a los diferentes ámbitos del poder público y desde luego, mantener en los hechos la pluralidad. El sometimiento y la simple connivencia de nuestros representantes partidistas nunca van a ser bien vistos socialmente.

El marco de actuación de los partidos no puede desbordar la legalidad que emerge de la Constitución y de las leyes, sin que esto signifique que se asuman posiciones pasivas que dejen de responder a los intereses de sus electores o a su base electoral. Estas dos consideraciones deben interactuar para institucionalizar la lucha política, tomar decisiones y proponer cambios legales o normativos. Lo importante es que prevalezca la racionalidad que le da razón de ser a la existencia de los partidos: tanto la racionalización en la lucha por el poder, como la racionalización en el ejercicio del poder, cualquiera que sea el mandato o cargo.


En términos reales los partidos luchan por el poder y quien lo alcanza tiene como misión primordial el no perderlo. Es en el ejercicio del poder que la ciudadanía se da cuenta de lo que significa su voto. Sartori es claro cuando precisa que “además el electorado puede votar a favor o en contra". Por un lado actúan las bases positivas y esperanzadoras; y por el otro, las bases negativas o de castigo.


Tratemos de cerrar el círculo, la esencia de un sistema democrático se constituye a partir de la capacidad que tienen los ciudadanos de elegir a sus gobernantes o representantes; de tener opciones electorales que le permitan encontrar la mayor identificación con sus ideas y principios y ejercer el voto tomando en cuenta no sólo sus preferencias, sino su deseo de premiar o castigar.


La desconfianza


A partir de la segunda mitad de la década de los setenta del siglo pasado se han instrumentado un conjunto de reformas que le dan un contenido positivo a nuestra vida democrática: el pluralismo, la alternancia en el poder y en forma previa, la creación de un órgano autónomo electoral imparcial, lo que actualmente se conoce como el Instituto Nacional Electoral (INE), que debería posibilitar no sólo el voto libre, sino el respeto a ese sufragio, que en forma agregada adquiere la dimensión de voluntad ciudadana o popular para determinar quién nos debe gobernar o representar. En suma, todo un esfuerzo social y político de dimensiones inéditas para hacer creíbles los resultados electorales en nuestro país. Hoy lo damos por sentado, pero todavía en los noventa creer que las elecciones pudieran ser organizadas por una institución independiente al gobierno parecía un sueño imposible.


Cuando se efectuaron estas reformas nadie dudaba que eran positivas y ahora, en apariencia, todos tendríamos que estar satisfechos. ¿Qué pasó en el camino que ahora la ciudadanía muestra poca estima por la democracia y tiene gran desconfianza por los partidos?


Lo primero que habría que notar es que las reformas poco han permeado hacia la sociedad y ha quedado la sensación:


1) Que el objetivo ha sido fortalecer a los partidos políticos, dejando a un lado elementos sustantivos como la cultura cívica y política hacia la sociedad. Toda acción, particularmente del INE, pareciera tener como principio y fin a los partidos políticos.


2) En apariencia, nuestra vida democrática se ha concentrado más en la repartición de cuotas de poder político, incluidas cantidades extraordinarias de financiamientos públicos.


3) En no pocos ciudadanos ha quedado la percepción que algunas cúpulas partidistas en realidad buscan tener un holgado “modus vivendi" con el acaparamiento y manejo de estos recursos.


4) Existe la idea de que nuestra democracia es costosa, no sólo por la distribución de cuotas o de recursos en el partido, sino porque hemos creado una burocracia permanente privilegiada para garantizar el respeto del voto.


5) Los frutos de mantener una democracia sustentada sobre bases más cualitativa y particularmente las alternancias en los gobiernos federales, estatales o municipales no han traído mejores condiciones de vida para los ciudadanos y las comunidades. El efecto depurador del voto, la opción de castigo hacia uno y de premio al otro, no ha traído beneficios reales, quedando en el imaginario colectivo la expresión coloquial: “lo mismo da Chana que Juana".


6) Las campañas políticas además de ser costosas, se sustentan en bajos contenidos. El intercambio de adjetivos y la natural recriminación entre los partidos por actos de corrupción pasados, generalmente ciertos, ensancha insospechadamente el desprestigio de los partidos. En efecto, nuestra democracia electiva es una de las más caras del mundo y las campañas se transforman en lodo y rapiña.


7) La existencia o la percepción latente de que existe fraude electoral; lo que inhibe la idea de que tenemos organismos electorales para evitarlos o sancionarlos.


8) La existencia de “horrorosos" actos de corrupción, que desprestigia todo acto de sufragio electivo y lleva a la conclusión de que la política no es el acto de servir, sino de servirse. “Para que votar si todos hacen lo mismo".


9) Las prebendas y privilegios a favor de elites económicas y políticas, que han dañado en mucho el sentido de la democracia. La concentración no es lo que le da vida a la democracia y menos si además le agregamos el concepto de liberal; por el contrario, lo que debe prevalecer es la distribución del poder y la riqueza hacia la sociedad.


10) La existencia de alianzas o coaliciones oportunistas entre partidos que distan mucho entre ideologías. No operan los principios, sino el acceso al poder mismo y es notorio que partidos de derecha se alíen con partidos de izquierda en un lado y que sean opositores entre sí en el otro. Lo más grave es que de tener éxito no exista un ejercicio congruente de gobierno y que al final se diluyan los acuerdos, aún los mínimos, para instrumentar un programa de gobierno o una agenda legislativa consensuada entre los partidos coaligados. Tal parece que la línea política es el pragmatismo, ganar por ganar, sin importar ideologías y principios: el “poder” lo permite todo.


Sin duda, el desprestigio de los partidos proviene de un monstruo de mil cabezas. Si quisiéramos hacer una breve síntesis podríamos señalar que en la sociedad existe la percepción de que:

  • Gastan mucho a costa del erario público.

  • Detentan mucho poder y hacen un mal ejercicio de él.

  • Establecen alianzas vergonzantes.

  • Postulan a personas sin importar su calidad moral o sus antecedentes, a veces claramente conocidos; por lo que luego defraudan a los ciudadanos.

  • Los partidos y quienes gobiernan son muy propensos a favorecer a elites; siendo el elitismo contrario al espíritu de la democracia.

  • La pluralidad significa disenso; es decir, se busca la estridencias del pleito, cuando siempre son necesarios los consensos para definir acciones políticas y estratégicas a favor de la población.

  • En el ejercicio del poder prevalecen intereses de cúpula sobre los problemas que deben resolverse a favor de la ciudadanía.

Es difícil entender que al momento de asumir un cargo público los hombres asumen responsabilidades superiores a la de formar parte de un partido, para convertirse en hombres de Estado, en hombres al servicio de la sociedad.


La lectura de esta columna no debe llevar a un desdeño hacia los partidos políticos; por el contrario, siendo fieles con su espíritu original son instrumentos indispensables para el ejercicio de la democracia. Las instituciones partidarias surgieron para sustituir institucionalmente a la autocracia monárquica y al absolutismo. Se crearon para darle cauce a las aspiraciones y demandas del pueblo y luego evolucionaron respetando el derecho también de las minorías.


En ese cauce requerimos de partidos maduros y responsables, alejados de la mezquindad. Hay que volver al principio de que deben servir para configurar un sistema plural, con opciones, y que se tiene que cumplir con el principio que fundamenta cualquier democracia: alcanzar el poder para servir. Regeneremos y reformemos nuestro sistema partidista, es urgente y necesario. Debemos cuidarlo y vigilarlo; sancionar sus excesos y hacer que cumpla con el propósito esencial de consolidar nuestra democracia.


Como país soberano y con una tradición libertaria, los mexicanos necesitamos darnos una forma de gobierno que nos permita tomar las decisiones que mejor nos permitan prosperar y vivir en armonía. La democracia que hoy tenemos es solo un momento en esa ruta. Tenemos todavía mucho que hacer para perfeccionarla. Es una tarea de todos los ciudadanos. Es inútil solo quejarse y criticar. Es importante entender que nuestra responsabilidad democrática está lejos de agotarse en los días de votación. La democracia se vive a cada minuto: al convivir, al cumplir con nuestras obligaciones y responsabilidades y al exigir que los demás hagan lo propio por las vías establecidas para el propósito. Este 6 de junio es por supuesto una fecha importante de nuestra vida social. Pero igualmente o más importante es el 7 y el 8 de junio y todos los días que siguen. Porque la democracia es una forma de vida.



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