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El Trabajo desde Casa (Home Office): ¿Será la Revolución Productiva que el Mundo Necesitaba?

Actualizado: 24 ene 2021

Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña, Eduardo Esquivel y Arturo Urióstegui

¿Se tiene que rescatar algo del confinamiento?


Las tragedias son dolorosas y difícilmente se puede creer que de ellas se puedan obtener aspectos que resulten positivos. A lo más que lleva el razonamiento, es a entender que no se deben cometer los mismos errores; o en su caso, a corregir y reconfigurar lo que estaba mal.


Nuestro sistema de salud, consuetudinariamente rezagado, se vio fortalecido, en medio de angustia y agobio, con la contratación de personal. Durante 2020 para atender la crisis pandémica se contrataron más de 44 mil profesionistas de la salud, se rehabilitaron hospitales y a marchas forzadas se registró una reconversión hospitalaria. Lejos se está de superar el daño de la pandemia; por el contrario, el rebrote ha hecho crecer significativamente la cantidad de contagios y muertes por día. Las cifras cruentas se pueden consultar diariamente; también está el número de los héroes: médicos y enfermeros quienes han sufrido a lo largo de la crisis sanitaria alrededor de 1500 defunciones. No hay nada que festejar, pero, sí, debemos mostrar nuestro agradecimiento y no olvidar la lección: no podemos aspirar a un mejor futuro, si no se cuenta con un sistema de salud eficaz y digno. Todavía falta mucho por hacer.


El confinamiento significó una parálisis económica en todo el orbe, fenómeno nunca visto antes en la historia económica del capitalismo. La contracción pudiera ser comparable con las quiebras que originó la Gran Depresión de 1929 o con las dos conflagraciones bélicas mundiales. Sin embargo, en las guerras, la industria armamentista creció y hubo avances tecnológicos. Ambas guerras enlutaron al mundo, con alrededor de 75 millones de muertes; empero, en forma paradójica dieron a luz a industrias y energías que han movido al mundo. Las guerras fueron las parteras de la modernidad. Es lamentable que las cosas sucedan así, pero así fue.


¿Qué aspecto favorable pudo traer el confinamiento? Sin un análisis de contexto, podríamos decir tajantemente: nada. No es así, durante estos 10 meses las ciudades mejoraron su calidad ambiental y el planeta se nutrió de oxígeno más puro. El humano depredador detuvo su paso incontenible y de seguro, si los múltiples seres y elementos que integran la biodiversidad pudieran hablar, mostrarían un profundo agradecimiento.


En las metrópolis es notoria la mejor calidad del aire dada la reducción del tránsito intenso y la inactividad de algunas industrias y servicios contaminantes. La menor emisión de bióxido de carbono y de partículas nocivas permite que la gente respire aire más puro.


Esta depuración del medio ambiente y en general, del capital natural debería continuar. Ello sólo es posible mediante tres acciones: 1) disminuyendo y purificando las fuentes de emisión; 2) utilizando energías más limpias y 3) dándole continuidad a la decisión de que millones de personas trabajen desde casa.


Una breve historia del trabajo desde casa (home office)


Desde hace mucho tiempo existía la posibilidad del trabajo desde casa (home office). La modalidad inició desde 1973 (hace 48 años) cuando ante la crisis petrolera, el físico John Nilles exploró la necesidad de reducir el uso de combustibles. Disminuir el traslado respondía a una alternativa para enfrentar el incremento de precios que llevó a la economía mundial a un fenómeno inédito: recesión con inflación (estanflación). La disminución del uso de combustóleos también traía consigo una solución a los problemas del tránsito vehicular intenso; lo que contenía los niveles de contaminación.


Trabajar desde casa traía enormes beneficios: mejoraba la calidad de vida; disminuía costos y tiempo de traslado para los trabajadores y generaba ahorros tanto para las empresas como para las entidades del gobierno. De esta forma, el home office conlleva a un mejor aprovechamiento de recursos no renovables inapreciables: el tiempo y la energía. ¡Magnífico!


A la modalidad del trabajo desde casa, Nilles la denominó telecomunicación. Su idea fue prosperando en la medida que avanzaban los medios tecnológicos que lo propiciaban: la telecomunicación, la computación, el desarrollo de dispositivos móviles y el crecimiento de las redes o internet. En los ochenta del siglo pasado empresas y entidades gubernamentales fueron explorando la modalidad de introducir el home office, empero, sólo se generalizó en este siglo: en 2010 alrededor de 60% de los trabajadores remotos lograron figurar en las nóminas de las empresas.


“The Economist" señala que la aceptación y el término home office, como tal, surgió durante la recesión económica de 2008, cuando las empresas se vieron obligadas a ahorrar costos de instalación y mobiliario y a racionalizar costos de operación: electricidad, insumos y papelería. El crecimiento en la segunda década de este siglo fue impresionante: se estima que más del 50% de los trabajadores estadounidenses realizan trabajos desde casa, parcial o totalmente.


México había sido reacio a aceptar el modelo home office como una realidad que se podía extender a casi todas las entidades públicas y a innumerables empresas. En ramas como las manufacturas, las actividades primarias, las relacionadas con la infraestructura y otras de servicios básicos, si se requiere de la presencia física de los trabajadores; pero un análisis detallado de la multiplicidad de los productos y servicios que ofrecen las entidades públicas y empresas privadas lleva a la conclusión de que la presencia en los lugares de trabajo no siempre es necesaria.


La aplicación del home office todavía es limitada cuando se requiere la atención al cliente cara a cara o cuando existe la necesidad de contar con la fuerza física y mental para generar productos y servicios, manejar equipos o supervisar en forma directa el correcto funcionamiento de los sistemas o circuitos de producción. El desarrollo tecnológico todavía no da para eso, pero la automatización y la robótica van por ese camino. No se está tan lejos. Por ejemplo, ya es posible que cirujanos intervengan pacientes a control remoto con ayuda de instrumentos conectados por internet. Por lo pronto, con los medios actuales es perfectamente posible actuar en diversos giros de actividad: ventas y marketing; servicios al cliente; tecnologías de la información y cómputo; educación y capacitación profesional; rubros profesionales que pueden ser atendidos a distancia y un número significativo de actividades administrativas.


El desarrollo de la telecomunicación y los medios informáticos ya ha traído enormes beneficios. El hecho mismo de pagar servicios o transferir recursos desde una computadora o desde dispositivos móviles, evita estrés por traslado y hacer filas, además de otros contratiempos relacionados con la seguridad personal. Aun así, hay quien podría pensar que los beneficios del home office son limitados porque no conllevan a una solución laboral universal. Tendrían cierta razón, pero el mundo se está moviendo hacia la mayor de las libertades: ejercer actividades fuera de los centros de trabajo. Millones de empleados o de profesionistas ahora mismo lo están haciendo. Una tendencia que además está siendo reforzada con la “Industria 4.0”, que no sólo se concreta en la automatización de procesos, sino también en los sistemas “ciberfísicos”; es decir, en los que interactúan los mundos digital y físico. De manera que las tecnologías de la información tienen interacción y efectos materiales; como la entrega automatizada de productos en casa o mejor aún, la “impresión” de los mismos en el hogar.


Algunas estimaciones para México


Las Megalópolis, como la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), se verían sumamente favorecidas si se redujera el traslado de empleados dedicados a trabajos que se pueden efectuar desde casa. En la ZMVM circulan alrededor de 9 millones de automotores y se calcula que potencialmente 40% de la población ocupada podría dejar de trasladarse.

No existen datos concretos y hay fenómenos o eventos que difícilmente se pueden medir, por lo que sólo se pueden tener estimaciones. El Fondo Nacional para la Vivienda de los Trabajadores (INFONAVIT) estima que los empleados de la zona metropolitana de Guadalajara destinan casi 3 horas en traslado diario; los de Monterrey, dos horas y media; y los de la Ciudad de México, dos horas. El investigador Alfonso Bouzas de la Universidad Nacional Autónoma de México estima que 60% del trabajo de oficina se podría hacer desde casa; es decir, el home office despresurizaría el estrés por traslado y el movimiento vehicular.


El índice TomTom indica que la situación de la circulación en la Ciudad de México es la peor del mundo; los datos recopilados entre 2016 y 2019 son impactantes:


1. El nivel de congestionamiento vial es de 66%; esto es, la gente que circula en la capital mexicana tarda un 66% más de lo que deberían ser sus traslados en tránsito libre.


2. Los tiempos de traslado en horas pico aumentan 96% en la mañana y 101% en la tarde.


3. La velocidad promedio de circulación se encuentra 50% por debajo del promedio óptimo (24 km/h).


4. Los habitantes de la Ciudad de México pasan hasta 209 horas al año metidos al tránsito vehicular.


5. Se estima que por los estragos del estrés y el desgaste físico y emocional originados por el traslado y el tránsito vehicular, los empleados disminuyen hasta en 28% su productividad.


En la recopilación de datos, hay otros que destacar. El estudio “El costo de la congestión: Vida y recursos perdidos”, elaborado por el Instituto Mexicano para la Competitividad revela lo siguiente:


1. Una persona que viaja en transporte público pasa 432 horas al año en el tráfico en sus traslados entre el trabajo y casa.


2. Los que utilizan automóvil pierden 264 horas al año por tránsito.


3. En la Zona Metropolitana del Valle de México un trabajador invierte hasta 480 horas al año en traslados en transporte público y hasta 384 horas si lo hace en automóvil.


4. La congestión vehicular en las principales urbes de México representa pérdidas de 94 mil millones de pesos anuales en productividad.


5. En la Ciudad de México el impacto del tiempo por traslado es de 47 mil millones de pesos.


Las cifras que ofrecen las diferentes instancias e investigadores se hacen incuantificable, si además se asocian los gastos por salud y otros que son intangibles. Los tiempos de traslado aumentan la propensión a la obesidad y a adquirir enfermedades cardiovasculares; orillan a someterse a malos regímenes alimenticios: comida chatarra, rápida o frituras; hace que los empleados y trabajadores sean vulnerable al estrés, cansancio, aburrimiento y disgusto laboral; y provocan un incuantificable desgaste físico y mental. Los datos sobre disminución y pérdidas por productividad sólo son indicios; si se pudieran sumar todas las contingencias, los números serían seguramente más rojos.


La gran pregunta sería que tanto ayudaría el home office a solucionar los problemas de congestión vehicular que dañan severamente a la productividad. Desde luego, todavía no se pueden establecer con precisión datos concretos, porque el confinamiento obligó a paralizar las actividades de industrias y empresas que si requieren del trabajo presencial. Sin embargo, es interesante exponer algunos datos que realizó Waze para la Ciudad de México y otras metrópolis:


1. Durante abril y junio, con el decreto del semáforo rojo, el flujo de la circulación registró hasta una disminución de 88% en kilómetros recorridos.


2. En Ciudad de México los conductores recorrieron 75% menos distancia que al inicio del año; en Monterrey 76%; en Guadalajara 68% y en Puebla 71%.


3. Con el semáforo en naranja, cuando se retomaron actividades, la disminución en la Ciudad de México pasó de 76% a 53%; en tanto que en Monterrey se redujo a 45% y en Guadalajara a 30%.


No existe todavía una base firme para determinar cómo disminuiría el tránsito vehicular con home office una vez que concluya la crisis pandémica; pero sin duda ayudaría mucho a la vialidad si se trabajara desde casa. Tal vez, hasta en 30%, que es el porcentaje mínimo observado en las metrópolis de la República mexicana cuando se reiniciaron actividades; sobre todo porque un número importante de empresas (79%, según lo señala “El Financiero”) estarían dispuestas a continuar con el home office; lo mismo tendrían que hacer las dependencias y entidades del Gobierno.


Volvamos a las estimaciones: según el Centro Manuel Espinosa Yglesias, entre el 20 y 23% de los trabajadores del país podrían llevar sus actividades laborales desde casa; en tanto que en la Ciudad de México el porcentaje asciende a 40%. Si se toma en cuenta la población ocupada, esto significa que a nivel nacional alrededor de 11.5 millones de trabajadores podrían realizar labores desde casa y 1.4 millones de considerar únicamente la Ciudad de México.


La revolución laboral


Resulta interesante señalar cuáles han sido las reticencias para instrumentar el modelo de home office. En primer lugar, no existe una cultura de la confianza; es decir, se piensa que los trabajadores tienen diversas “tentaciones” que los distraen y que los desvían del camino productivo. En segundo lugar, se concibe que la mejor forma de supervisión es aquella que se ejerce en forma directa, ya que esta evita distracciones y que se ensanchen los “tiempos muertos". Tercero, se piensa que desde lejos, los trabajadores no sienten “amor por la camiseta”; esto es, se alejan de la visión, misión, objetivos, metas y en general, de la cultura que se requiere para ampliar los resultados productivos de las entidades y empresas.


Nada que no se pudiera superar si se emplean estrategias productivas adecuadas, en las que se deben incluir: 1) metas claras y concretas; 2) reportes constantes acerca de resultados, expectativas y plazos de entrega; 3) focalización de actividades basadas en resultados; y 4) acciones de acercamiento y fomento a la cultura corporativa. Existe un elemento adicional que debe mencionarse, el home office permite instrumentar estrategias de expansión regional y de descentralización sin incurrir en costos adicionales o afectar el modo o el estilo de vida de los trabajadores.


El empleado debe tener acceso a la tecnología: internet, laptop, smartphone con internet, extensión telefónica y software de trabajo colaborativo. Nada que sea imposible, de hecho, millones de personas ya cuentan con computadoras y dispositivos móviles. El uso de las tecnologías nos acercó al futuro próximo: a la desaparición de las oficinas fijas y a la consolidación de las oficinas móviles; en donde la cercanía está dada por los espacios virtuales de encuentro; almacenes de información; archivos y contenidos de la nube; así como por las conexiones permanentes que nos permiten las conversaciones instantáneas y realizar videoconferencias desde cualquier punto del planeta.


Para las empresas y las entidades del Gobierno, el trabajo en casa significaría ahorros económicos. Algunas estimaciones ofrecidas por Efrén González, Coordinador del Centro de Empleabilidad de la Ibero, indican que los gastos generales de las empresas se podrían reducir hasta en 30%: se reducen los espacios de oficina y, por tanto, los alquileres; los gastos en energía eléctrica; mobiliario, papelería y de diversos insumos.


Otro elemento a destacar ―como se ha dicho― es que el incremento de la calidad de vida y la eliminación de traslados podría llevar a aumentos en la productividad, en un margen que podría ser en México superior a 28%. A nivel internacional, un estudio realizado por la Universidad de Stanford concluyó que los empleados que trabajan desde su casa son más productivos en 13%, comparados con los que acuden a sus puestos de trabajo.


Economía y el anexo de lo que dice la ley del teletrabajo


La pandemia nos ha enseñado que debemos de utilizar los recursos tecnológicos disponibles para preservar la vida; para no movernos innecesariamente y trabajar en casa. Podemos discurrir, pero creo que este es el aspecto más positivo que ha traído la crisis sanitaria.


El mundo avanza cíclicamente y las crisis profundizan los cambios tecnológicos; y estos cambios se transforman en revoluciones. En medio de tormentas, el hombre ha salido adelante, asociando en su desarrollo, la mayor libertad que le concede la ciencia y la tecnología.


Los economistas clásicos descubrieron que la fuente de valor y de la riqueza es el trabajo; ello en el entorno de la primera revolución industrial que trajo consigo una acumulación de riqueza sustentada en la sobreexplotación. Con el paso del tiempo este episodio del capitalismo nos parece más salvaje y primitivo.


Estos primeros economistas (los padres de la economía) mostraban una gran preocupación por la productividad. El análisis científico llevaba a la necesidad de intensificar la división del trabajo; a mejorar las técnicas productivas; a contar con políticas demográficas y a tratar de que todo rindiera más. El desarrollo del pensamiento económico nutrió a la misma ciencia, pero fue fuente de inspiración para otras ciencias. Sólo hay que pensar en Malthus y Darwin.


El crecimiento de la productividad era el motor que podría contener o evitar panoramas sombríos: la ausencia de bienes y satisfactores y los inevitables rendimientos decrecientes; tiempo después esta preocupación llevó a la revolución marginalista. Era importante medir cuanto más se podía avanzar con una unidad más de trabajo.


La ética siempre ha sido una fiel acompañante de la ciencia económica. Desde la acumulación salvaje, se advirtió que se podía producir más si se mejoraban las condiciones de vida de los trabajadores. Tiempo adelante, entre los cincuenta y setentas del siglo pasado, otros economistas advirtieron que la libertad era el don que se requería para ampliar la riqueza productiva.


La libertad estaba dada por dos condiciones: ampliar los ingresos y la mayor autonomía para ejercer el trabajo. El avance tecnológico les ha dado la razón: no hay mayor libertad que la de desarrollar los impulsos y las capacidades productivas desde cualquier punto físico y la de recibir en reciprocidad los recursos que se requieren para mejorar las condiciones de existencia. El home office parece que conjuga todo eso, con un atributo adicional: el mejoramiento de la calidad de vida derivado de un menor estrés laboral y de los traslados y de la mejora en la calidad del medio ambiente, particularmente, del aire.


La legislación, desde luego, siempre va a ser necesaria. Hay quien piensa que el home office podría ser un nuevo detonante para la precarización laboral, debido a que puede afectar a las dos variables básicas: jornada de trabajo y salarios. Sin duda hay que legislar y seguir ejemplos para que esto no pase: el Acuerdo Marco Europeo de Teletrabajo busca que los trabajadores contratados bajo esta modalidad tengan un trato igual al resto de los trabajadores de las empresas.


También hay que adecuar el mercado laboral para que pueda funcionar en las nuevas condiciones que introduce la tecnología. Se trata de alinear a las instituciones de protección al trabajo y al trabajador, para que el acceso a la red social de protección pueda ocurrir desde el individuo, y no obligatoriamente a través de la empresa. Asunto que de cualquier manera ha estado pendiente en México: asegurar el acceso a la salud, la vivienda y el retiro de las personas que trabajan por su cuenta. La tecnología ha venido a escalar esta posibilidad, a través de lo que se ha dado en llamar la “uberización” del trabajo. ¿Malo? En realidad, no. Pero si retador. Porque la estructura de derechos y obligaciones que hemos establecido nunca ha respondido adecuadamente a esa modalidad de trabajo “por su cuenta”. Ahora la tecnología la facilita y el número de personas en esa situación se multiplica.


En México, el 12 de enero de este año, entró en vigor las reformas al artículo 311 de la Ley Federal del Trabajo en materia de teletrabajo o home office. Desde luego, los juristas tendrán mucho que discutir, pero los economistas vemos con buenos ojos estos cambios a partir de las siguientes consideraciones, que creemos hacen a la ley justa, corresponsable y proactiva:


“1. Las disposiciones son aplicables para las personas trabajadoras que desarrollen más del 40% del tiempo sus actividades en casa o en el domicilio elegido por éstas.


2. Las condiciones del teletrabajo deben establecerse en un convenio por escrito, pactado por las partes y tiene un principio de reversibilidad, es decir, la posibilidad de establecer que no es conveniente y que pueda solicitarse el regresar a una modalidad presencial.


3. Los empleadores tienen las siguientes obligaciones y derechos:


• Proporcionar, instalar y encargarse del mantenimiento de los equipos necesarios para el teletrabajo.


• Recibir oportunamente el trabajo y pagar los salarios en la forma y fechas estipuladas.


• Asumir los costos derivados del trabajo a través de la modalidad de teletrabajo, incluyendo, en su caso, el pago de servicios de telecomunicación y la parte proporcional de electricidad.


• Implementar mecanismos que preserven la seguridad de la información y datos utilizados por las personas trabajadoras.


• Respetar el derecho a la desconexión de las personas al término de la jornada laboral e inscribirlas al régimen obligatorio de la seguridad social.


• Promover el equilibrio de la relación laboral de las personas trabajadoras, a fin de que gocen de un trabajo digno o decente y de igualdad de trato en cuanto a remuneración, capacitación, formación y seguridad social.


4.Los trabajadores tienen las siguientes responsabilidades:


• Tener el mayor cuidado en la guarda y conservación de los equipos, materiales y útiles que reciban del patrón.


• Informar con oportunidad sobre los costos pactados para el uso de los servicios de telecomunicaciones y del consumo de electricidad, derivados del teletrabajo.


• Atender las políticas y mecanismos de protección de datos utilizados en el desempeño de sus actividades, así como las restricciones sobre su uso y almacenamiento”.

Fuente: Boletín 02/2021. Gobierno de México. Secretaría del Trabajo y Previsión Social.


El home office estará con nosotros de aquí en adelante. Tecnológicamente, no puede esperarse otra cosa, más que se siga perfeccionando. Todos tenemos que adquirir nuevos hábitos y en conjunto desarrollar culturas para incorporarlo plenamente a nuestra vida cotidiana: los empresarios, los trabajadores, pero también los consumidores y las autoridades. Si no se había establecido antes, es porque implica esfuerzo y algún sacrificio. Pero la pandemia vino a dar la puntilla para que nos decidiéramos. Los efectos de la adopción cada vez más amplia del home office son impredecibles. Pero eso no obsta para asegurar que existe la posibilidad de convertirlo en aliado de la libertad, de un bienestar mayor, en donde se conjuge una mayor productividad y una mejor calidad de vida. Quizás valga la pena alertar para no tratar de frenar la tendencia, o salvaguardar a ultranza las condiciones laborales que existían antes de la pandemia.


Que no se preste lo anterior a malas interpretaciones. No proponemos empeorar las condiciones del trabajador. Al contrario, se trata de aprovechar esta oportunidad para mejorarlas. Para eso será necesario entender al home office (y otras modalidades que permite la tecnología) y crear la infraestructura física, institucional y jurídica que permita aprovechar equitativamente las ventajas que tiene para ofrecer. Sería un gran error tratar de ponerle camisas de fuerza, en un intento vano de mantener un estatus quo caduco y obsoleto.







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