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Si queremos ser productivos, quizás deberíamos hablar menos del trabajo

Actualizado: 1 abr 2021


Por Alberto Equihua,

En 2013 Robert J. Shiller fue laureado con el premio Nobel de economía por sus contribuciones pioneras a la volatilidad del mercado financiero y la dinámica de los precios de los activos. Uno de sus libros más recientes es “Narrative Economics: how stories go viral and drive major economic events” (Shiller, 2019). Desde su perspectiva, las historias que nos contamos se comportan como epidemias. Se generalizan y contagian a muchos; con el efecto de que llegan a influir poderosamente en las decisiones y tendencias económicas, y probablemente en otros ámbitos también. Según él, conviene incorporar esta perspectiva en el análisis económico, si queremos mejorar la capacidad de predicción de la economía. Algo que seguramente Shiller ha observado con detenimiento desde que quiso arrojar alguna luz sobre la volatilidad de los mercados financieros o más recientemente entender fenómenos como el bitcoin y las criptomonedas en general.

La idea de la narrativa económica (Narrative Economics), como la llama Shiller supone algunos principios, tales como:

  1. Las personas cuentan historias. A sí mismas y entre ellas

  2. Las personas se creen en algún grado sus historias y las que escuchan de otros

  3. Las personas toman decisiones y actúan con base en lo que creen de las historias

Qué tan poderoso puede ser este efecto de las narrativas es algo que todavía debe ser estudiado con más detenimiento. De paso, es necesario desarrollar enfoques metodológicos para incorporar a las narrativas como parte de la teoría y el análisis económicos. En su libro citado, Shiller señala ya esta ruta y herramientas que la tecnología moderna ha creado y que pueden facilitar precisamente tales esfuerzos. Una de ellas es el visor de Ngrams (Ngrams viewer) de Google. Esta empresa se ha dado a la tarea de digitalizar una gran cantidad de libros en varios idiomas, a lo que llama “corpus”. Se puede considerar como una especie de “big data” de la producción literaria y científica de la humanidad. Con esa data ya digitalizada, es posible contar el número de veces que se usa una palabra en uno de esos “corpuses”. La aplicación disponible en línea da como resultado el porcentaje de apariciones de esa palabra o “unogram” (“onegram” o “1gram”), en la nomenclatura técnica que usa Google, respecto de todas las palabras contenidas en el corpus. También es posible hacer el mismo conteo y cálculo con secuencias de 2 y hasta 5 palabras (2grams, 3grams, etc.). En cada caso Google calcula el porcentaje del ngram contra los ngrams totales en el corpus, integrados por palabras sucesivas a lo largo del tiempo. A final de cuentas, se trata de un análisis semántico; de manera que el orden en que están las palabras sí que importa.

El análisis con el ngram viewer permite enfoques todavía más ambiciosos y significativos que el simple conteo de ngrams. Uno que juzgo fascinante es la posibilidad de tomar particularmente un verbo significativo en las oraciones y relacionarlo con otro ngram. Para probar esta opción tomé el verbo “trabajar” asociado con el sustantivo “éxito”. El resultado se exhibe en la gráfica con la línea azul. Así tenemos una representación de cómo ha cambiado la proporción de oraciones basadas en el verbo “trabajar” y con el sustantivo “éxito”, que gramaticalmente podría aparecer en el sujeto o como complemento de las oraciones. En todo caso, estamos seleccionando afirmaciones que asocian de alguna manera a la acción de trabajar con el éxito. Por ejemplo: “trabajar para tener éxito”. Más interesante que la magnitud puntual de esa proporción, que son necesariamente ínfimas, es la dinámica que reflejan y las tendencias que sugieren. En nuestro ejemplo, se ve que la línea azul se mantiene cercana a cero y es hasta por 1750 que empieza a subir con decisión, después de un “falso arranque” evidente por la jorobita en esa región de la gráfica.

Podemos afirmar entonces, que es hasta la segunda mitad del siglo XVIII que la comunidad hispanoparlante empezó a escribir más ngrams con el verbo “trabajar” y el sustantivo “éxito”. Independientemente de las disciplinas a que se hayan dedicado los textos, es difícil dejar pensar que en esa comunidad no sólo se escribía, sino también se hablaba cada vez más de una relación entre el trabajo y el éxito. En esa medida, parece legítimo suponer que en esa sociedad y a lo largo del tiempo seguramente ganaba terreno la idea de que para tener “éxito” era necesario trabajar. Para contextualizar un poco, es precisamente a mediados del siglo XVIII que el mercantilismo dio paso a la modernidad con la primera revolución industrial, detonada por la invención de la máquina de vapor en 1769. Para 1776 Adam Smith publicaba su obra más famosa “La riqueza de las naciones”, con lo que sentó definitivamente las bases del liberalismo económico. En este trabajo científico ya se establece la idea del trabajo como factor de éxito y progreso económico.


La herramienta de Google permite comparar entre corpuses de diferentes idiomas. Los resultados están en la misma gráfica. En verde para el inglés y en la línea roja lo que refiere al alemán. De esta manera podemos comparar narrativas análogas en tres comunidades y culturas diferenciables. De la comparación se desprende que la narrativa del trabajo como factor de éxito arrancó más temprano en el siglo XVIII en el ámbito alemán y en el anglosajón. Sin embargo, fue en el último en el que se extendió con más celeridad. Es más, según estos resultados, la narrativa despuntó con ímpetu comparable tanto en el ámbito de habla inglesa como alemana; pero en ésta última cayó un tanto en el olvido y no volvió a recuperar totalmente la fuerza inicial. De manera que la narrativa del trabajo como fundamento del éxito se extendió preferentemente en el mundo de habla inglesa. ¿Cómo resistir la tentación de asociar esta narrativa con el éxito económico de Gran Bretaña primero y después también de Estados Unidos a partir de la segunda mitad del siglo XVIII y luego en el XIX? No es que esta sea necesariamente una respuesta; pues todavía tendríamos que entender que es lo que hace que una narrativa así se difunda, se virilice más en una región que en otra; y por supuesto, cómo se traduce en acciones individuales que sumadas llegan a afectar las tendencias económicas.

La historia continúa y se pone más interesante. Porque para 1898 el contagio de la narrativa trabajar/éxito en el ámbito de habla alemana adquirió una fuerza similar a la que tenía en el ámbito inglés y para 1930 en el español también. Porque la epidemia de la idea del éxito basada en el trabajo siguió creciendo lentamente en estos dos espacios, mientras que en el inglés había empezado a perder fuerza alrededor de 1804. También llama la atención como para la segunda mitad del siglo XX los tres espacios lingüísticos se sincronizaron y la epidemia de la idea vuelve a tomar fuerza aproximadamente con intensidad similar en los tres espacios. ¿Producto de la globalización y la interrelación económica, social y cultural más intensa en el mundo entero?

En su capítulo más reciente la narrativa visible gracias al visor de ngrams de Google, en la región alemana la idea de trabajar para tener éxito ha empezado a debilitarse. Aparentemente en el mundo anglosajón también. Solo en el español parece continuar con firmeza. ¿Qué narrativas podemos estarnos contando recientemente sobre el trabajo? ¿Con qué convicciones seguiremos hablando del tema después del efecto de la pandemia del Covid-19 y conforme avanza la tecnificación ahora que la Industria 4.0 sigue ganando fuerza? A juzgar por las gráficas la idea del trabajo ha venido acompañando a la humanidad en una etapa de crecimiento de la productividad, de la producción y del consumo. También ha crecido la población y se ha intensificado la globalización. En ese contexto, la idea del trabajo como factor de éxito y prosperidad ha estado sistemáticamente presente. Las crisis cíclicas del capitalismo, notablemente la que marcó el “crack” de 1929, han impuesto cargas pesadas en las sociedades. La dificultad generalizada para encontrar un empleo en momentos de contracción económica no solo limita el acceso de muchos al consumo; también cala en el ánimo de las personas, que por desocupación llegan a caer en espirales depresivas.

Las narrativas alrededor del trabajo posiblemente giran alternativamente alrededor de dos mensajes centrales:

  1. Trabajar para vivir

  2. Vivir para trabajar

Cuál de éstas sea la preferida en una comunidad hará no solo que se repita con frecuencia, sino que muchas personas la crean y normen sus actitudes y actos correspondientemente. La primera opción coloca al trabajo en una posición instrumental, al servicio del propósito de vivir. Claramente puede tener implicaciones sobre las conductas de las personas. Quienes creen en este principio se esforzarán en sus actividades productivas tanto como sea necesario para llevar una vida que les satisfaga; pero más allá de ese punto podría perder la motivación para esforzarse todavía más. Los economistas podrán reconocer aquí el efecto de la “desutilidad marginal del trabajo”. Por supuesto, aquí cabe una gama amplia de posibilidades, según las expectativas y ambiciones de cada quien. Sin embargo, no cabría esperar que alguien trabaje más, una vez que tenga −a su juicio− lo necesario para darse la vida que desea. La gráfica siguiente muestra precisamente el uso de esta fórmula en tres lenguas: español, inglés y alemán.

Si las frecuencias relativas reflejan la intensidad de esas narrativas en cada ámbito lingüístico, tendríamos que reconocer que es entre los que hablan español que tiene la mayor fuerza en la historia reciente. Aunque parece que ha empezado a declinar en los últimos años. La idea de “trabajar para vivir” para los angloparlantes (work to live) es más débil y todavía más para el espacio alemán (arbeiten um zu leben). Con esta perspectiva puede ser legítimo afirmar que en el mundo hispanoparlante trabajar se considera fundamentalmente como un medio para vivir. De una manera sensiblemente más intensa que en las áreas de habla inglesa y alemana.


La alternativa “vivir para trabajar” también es mayor en español que en los otros dos idiomas. Pero su ascenso se remonta a mediados del siglo pasado y con altas y bajas. La última en 2015. La idea inglesa “live to work” también arranco su ascenso aproximadamente al mismo tiempo; pero ha sido notablemente continuo, hasta 2012. En cambio, la expresión equivalente en alemán “leben um zu arbeiten” tiene una historia muy diferente. En la gráfica se observan períodos en los que prácticamente no se usó la expresión. El último de ellos terminó en 1923. A partir de entonces se ha venido usando con más frecuencia con altibajos, hasta alcanzar un máximo absoluto en 2008.


La comparación entre las dos gráficas también revela una diferencia en órdenes de magnitud. Las frecuencias relativas a la idea de “trabajar para vivir” son en general 4 veces mayores comparadas con la idea contraria de “vivir para trabajar”. También la distancia entre el español y los otros dos idiomas es mayor para el primer 3gram que para el segundo. Podría concluirse que las personas conceden un valor instrumental al trabajo, más que aceptarlo como el destino y propósito de sus vidas. Algo que es más sentido en el mundo de habla hispana que en los ámbitos inglés y alemán. Tampoco es una dicotomía. En efecto, en los tres ámbitos se favorece la fórmula “trabajar para vivir” en el orden: 1º los hispanoparlantes, 2º los angloparlantes y 3º los germanoparlantes. El mismo orden se conserva para la fórmula contraria semánticamente “vivir para trabajar”. Pero unos órdenes de magnitud más abajo, como ya se indicó. Así que en los tres ámbitos la narrativa que predomina es la de “trabajar para vivir” sobre la opuesta. Pero, además puede afirmarse que independientemente de cómo se hable del trabajo, donde ocupa más la atención de las personas es en el ámbito de habla española, luego inglesa y finalmente alemana. Parece pues, que estos últimos no dedican muchas de sus historias al sentido del trabajo. Por lo menos, es a quienes les preocupa menos de los tres espacios lingüísticos.

¿Qué efectos podría tener estas narrativas en la economía? Si un efecto debiera resultar de lo que se dice la gente sobre el trabajo, lo que creen sobre el tema y lo que deciden hacer al respecto en la práctica es claramente la productividad. ¿Hablas mucho o poco del trabajo podrá tener algún efecto en la capacidad de las personas para producir? ¿Las respuestas que nos damos sobre el sentido de nuestra actividad económica puede afectar nuestro desempeño en nuestras ocupaciones?

En la siguiente gráfica se recupera la historia del volumen del producto (PIB) que en promedio produce una persona en países representativos de los tres espacios lingüísticos a los que nos hemos estado refiriendo: México y España para los hispanoparlantes, Reino Unido y Estados Unidos para los angloparlantes y para el alemán, naturalmente Alemania.

A la vista queda Estados Unidos como el país con la productividad más alta en esta muestra. Reino Unido, para completar el ámbito del inglés, ocupa el 4º lugar la mayor parte del tiempo entre 1970 y 2019. Sólo en el último tramo, a partir de este siglo, logra avanzar al tercer lugar. Alemania, por su parte, se sitúa consistentemente en un 2º lugar. En el 3º España, hasta que recientemente se lo ha disputado Reino Unido. Como el otro ámbito hispanoparlante está México en un 5º lugar lejano en esta amuestra.

Por supuesto, en línea con lo que afirma Shiller, los determinantes de la productividad de los países obedecen a un número de factores y su interacción. Pero en un intento por agregar aquí la narrativa sobre el trabajo, tendríamos que constatar que las regiones que hablan español son al mismo tiempo las que se cuentan más historias sobre el sentido del trabajo y las que presentan las productividades más bajas. En el otro extremo están los países que hablan ingles con el caso de Estados Unidos a la cabeza de la productividad y el Reino Unido en una posición intermedia. Igualmente, intermedia es su lugar en cuanto a sus narrativas sobre el trabajo. Como el Reino Unido, Alemania y su segundo 2º lugar en productividad coincide con que su interés por reflexionar sobre el sentido del trabajo es el menor del grupo analizado.

Si algo pueden sugerir estos resultados es que ocuparse intensamente en dilucidar sobre el sentido del trabajo no acompaña a una productividad mayor. Ciertamente, no en México. Pareciera que económicamente es mejor hablar menos del tema y quizás sí, entregarse a las actividades productivas sin tanta reflexión “filosófica”. A final de cuentas, el trabajo es parte de la vida de las personas. Es una quimera soñar con una vida sin trabajo e igualmente cierto, el trabajo es parte de nuestro pacto con la comunidad para vivir en sociedad. Quizás eso es justamente lo que reflejan los datos de Alemania en los ngrams analizados: una sociedad que simplemente ha aceptado el trabajo como parte de la vida: no necesita ser una obsesión de productividad ni tampoco es un “mal necesario”. Y así, en esa aceptación del trabajo como parte integral de la persona y de su ciclo vital, se produce. Sin perder tiempo ni energía en el cuestionamiento y la frustración.

Esta mirada simple en la narrativa sobre el trabajo y sus efectos potenciales en la productividad por lo menos ilustra cómo podría enriquecerse el análisis económico. Esta vez el abordaje ha sido cualitativo. Sería interesante explorar la posibilidad de incorporar las narrativas en modelos de producción, por ejemplo. Para un análisis cuantitativo, haría falta contar con información de los ngrams no solo por ámbitos lingüísticos, sino también por países o economías, por lo menos.

Algo que se puede afirmar, es que esta perspectiva abre nuevas vertientes teóricas y también de políticas. Por ejemplo, nos da más elementos para recuperar la desutilidad marginal del trabajo en la teoría y el análisis aplicado. Con los datos a la vista, lo que se puede pensar es que conviene que la gente hable menos del trabajo. Lo que podría significar una actitud más “natural” de las actividades productivas como parte de la vida humana. Algo así podría implicar, por ejemplo, una menor tensión entre los empleadores y los trabajadores. Seguramente los conflictos en esa relación provocan tanto narrativas sobre el trabajo, como reflexiones sobre su sentido. Las políticas y prácticas que contribuyan a armonizar las relaciones trabajador-empleador claramente impactarían en la productividad y seguramente se reflejarían en narrativas menos frecuentes sobre el trabajo y su significado.


Una reflexión final sobre el término “trabajo” visto aisladamente con la herramienta de Google. Si algo indica esta última gráfica es que el término “trabajar” está lejos de desaparecer de las narrativas. El mundo inglés empezó a dejar de usarlo en 1917, cuando ese 1gram representó prácticamente 0.1% del corpus en inglés. No obstante, llama la atención la declinación en el uso del término primero en inglés y después, a últimas fechas, en los tres idiomas. ¿Qué nuevas historias empezaremos a contarnos sobre o en lugar del trabajo? En un mundo dominado por sistemas ciberfísicos, como los que se están introduciendo con la 4ª Revolución Industrial, en los que la intervención humana es cada vez menos relevante en la producción directa y los humanos se distancien de las operaciones. Ocupar nuestras mentes y conversaciones con la idea del trabajo parece que no es condición para la productividad. Los alemanes son los que menos hablan del trabajo (línea verde) y su posición económica en el mundo es relevante. Quizás el reto para países como el nuestro sea: menos “narrativa” y más resultados.

Marzo 2021


Referencias

 

Shiller, R. J. (2019). Narrative Economics: how stories go viral and drive major economic events. Princeton & Oxford, Estados Unidos: Princeton University Press. Retrieved febrero 22, 2021.


 

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