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Los peripatéticos

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La confianza para invertir

Juan Eduardo Martínez Leyva


El Banco de México publicó en días recientes el reporte que registra la inversión extranjera directa que entra al país. Los datos del primer trimestre del año en curso son preocupantes, por sí mismos, porque reflejan una caída del 26.3 por ciento con respecto al periodo enero-marzo del 2019 (10.3 contra 14.0 mil millones de dólares). Si se consulta la serie anual se puede observar que, en términos absolutos, es el monto de inversión extranjera más bajo para un primer trimestre desde el año 2012 (7.8 mil millones de dólares).

     Adicionalmente a los flujos de inversión extranjera directa, la inversión foránea de portafolio también ha sufrido una notable caída. En el mes de enero de este año, los inversionistas no residentes tenían en su poder un monto de alrededor de 124 mil millones de dólares. Para finales de marzo conservaban sólo 91 mil millones; una reducción del 26.6 por ciento. En otras palabras, en sólo tres meses sacaron del país 33 mil millones de dólares.

Si esta información se pone en contexto con el comportamiento de la inversión en general (extranjera y nacional), la situación obliga a encender las alarmas sobre el futuro de la economía. Los niveles de inversión han venido disminuyendo notablemente desde el segundo y tercer trimestre del año 2018, desde 22.4 por ciento del Producto Interno Bruto hasta alrededor del 20 por ciento. La retracción no sólo corresponde a la inversión privada; la inversión pública ha tenido incluso una tasa de crecimiento negativa mayor a la privada, reforzando con ello el ciclo de contracción económica. Para decirlo en términos técnicos, la inversión pública ha sido, por mucho,procíclica.  

Como se puede ver, pero hay que enfatizar, las cifras de inversión ya venían disminuyendo desde mucho antes de que el coronavirus irrumpiera en el escenario mundial y nacional. Ahora la pregunta que muchos economistas nos hacemos es, si esta tendencia continuará después de que el país haya superado la emergencia sanitaria. O, por el contrario, se profundizará llevando a la economía a un proceso de espiral hacía abajo.

    Para responder a esta preocupación habría que hurgar en algunos indicadores, para saber si la causa de la caída de la inversión es coyuntural o responde más a una cuestión estructural.

    Una primera cuestión que hay que revisar tiene que ver con las expectativas de los agentes económicos.Las relacionadas con el sector empresarial son medidas regularmente por el INEGI, en tres apartados, correspondientes a cada uno de los sectores: manufacturero, construcción y comercio.

En los registros de la serie que publica esta institución se puede observar que tampoco hay buenas noticias en este aspecto. Desde diciembre de 2018 y hasta marzo del 2020, las expectativas han venido disminuyendo de manera consistente.  En el sector manufacturero el desplome fue de 28.8 por ciento, al pasar de un índice de de 51 a 36.3, en el periodo. En el de la construcción la caída fue de 20.3 por ciento (de 49.8 a 39.7), y en el de comercio se redujo en 23.3 por ciento (de 54.6 a 41.9). Habrá que esperar las mediciones de los meses posteriores a la crisis sanitaria, pero es muy probable que esta tendencia continuará.

El Banco de México, por su parte, hace una medición periódica de un indicador (subíndice) que nos puede dar otra pista. Éste intenta capturar la percepción o evaluación por parte de los empresarios del momento adecuado para invertir. En el mes de julio de 2018 el momento adecuado para invertir según los empresarios tenía un valor de 116 puntos, para marzo de este año se había desplomado a 61, el 47 por ciento. El pesimismo que muestra este indicador no sólo tiene que ver con los aspectos propios del entorno económico, como son las condiciones del mercado interno y externo, la inflación, la política monetaria, entre otros, sino también y principalmente con las garantías y la actitud que del gobierno muestra hacia la inversión privada; es decir, con el nivel de incertidumbre que generan las políticas públicas.

El deterioro de los indicadores de confianza y expectativas empresariales coincide con la adopción de una serie medidas de políticas públicas del gobierno actual, consideradas hostiles para la inversión privada. Las señales negativas del gobierno y su reflejo en la erosión de los índices, se empezaron a percibir incluso desde antes de su toma de posesión, ocurrida en diciembre de 2018.

Hay quienes piensan que lo anterior es resultado de una serie de equívocos y errores de ejecución y comunicación por parte del gobierno, los cuales, en su momento, se irían corrigiendo, para reestablecer así una buena relación con el sector privado. Otros, en cambio, consideran que el asunto es más complicado y que no habrá corrección en el corto plazo.

¿Cambiarán las condiciones y circunstancias que propiciaron la caída de la inversión en el periodo anterior a la pandemia, una vez que se haya superado la emergencia sanitaría?

  La economía mexicana se va a encontrar muy debilitada una vez que se termine el periodo de confinamiento. Muchas empresas pequeñas y medianas habrán cerrado, el nivel de desempleo habrá crecido considerablemente. La falta de una agresiva política de apoyo al sector productivo por parte del gobierno, como ocurrió en la mayoría de los países, colocará la plataforma de reinicio del ciclo económico en un nivel muy bajo. Si persiste la desconfianza de los inversionistas en el entorno para hacer negocios en México, el potencial de crecimiento que traería la firma del tratado comercial con Estados Unidos y Canadá, se vería mermado.

Las finanzas públicas sufrirán un deterioro considerable como resultado de la profunda reducción de la economía. En el mes de abril de este año ya se observa una disminución de los ingresos tributarios y no tributarios del orden del 15.3 y 25.7 por ciento, respectivamente, en relación con el mismo mes del año anterior. Incluso la suficiencia presupuestaria para cubrir los programas sociales del nuevo gobierno estará en peligro.

La falta de recursos se ha enfrentado reduciendo el gasto del gobierno de manera generalizada, para reasignarlo a los programas prioritarios del presidente. La última reducción del 75 por ciento al presupuesto orientado a los capítulos 2000 (materiales y suministros) y 3000 (servicios generales) de toda la administración pública, muestra el límite de este tipo de fórmulas para enfrentar la carencia de ingresos. Ya no hay más tela de donde cortar.

La convicción personal, o si se quiere los prejuicios,del presidente de la república para no aumentar el gasto ni aprovechar los márgenes de endeudamiento que tiene el sector público, producen un estrés extremo a las finanzas públicas. En estas condiciones la inversión y el gasto público se ven impedidos para jugar un papel anticíclico, de impulso a la economía.

Sin inversión privada (extranjera y nacional), por falta de confianza y deterioro de las expectativas, y sin inversión pública por los dogmas de la austeridad y la no contratación de deuda, el crecimiento de la economía del país se encuentra en un verdadero nudo gordiano.

De persistir esta situación, la recuperación de los niveles de producción y empleo previos a la pandemia será mucho más difícil y tardada.

Junio 03 de 2020

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