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El semáforo económico de México y la Luz Roja ¿Estaremos Listos para Arrancar? Primera Parte


Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña, Eduardo Esquivel y Arturo Urióstegui


Breve historia del semáforo


El 9 de diciembre de 1868, se instaló en Londres el primer semáforo. Su función era controlar el tráfico ferroviario y de noche utilizaba una lámpara de carburo (candil de gas) con color rojo para indicar “alto” y con color verde para dar la señal de pase, para “seguir”. Desde esa época y con la “explosión de la industria automotriz”, los semáforos experimentaron cambios tecnológicos importantes: el primer diseño eléctrico se instaló en Cleveland, en 1914, y poco tiempo después para el cambio de luces se utilizó la programación automática. Esto sucedió en 1917, en San Francisco, California. En 1920, William Potts, añadió la luz amarilla para advertir a los conductores sobre el inminente cambio de luces.


En México, el flujo de vehículos se empezó a controlar en los años veinte del siglo pasado. Los agentes de tránsito haciendo uso de letreros o de sus brazos indicaban “adelante” o “alto”; aún ahora lo siguen haciendo en las horas pico o en las avenidas con intenso tránsito vial.


Hacia los años treinta, aparecieron los primeros semáforos eléctricos y el inaugural se colocó en la Avenida Juárez y San Juan de Letrán (hoy, Eje Central Lázaro Cárdenas). Estos semáforos eran manuales y tenían asignado a un agente para manipular el “alto” y el “siga”. En 1932 fueron instalados los semáforos eléctricos que cambiaban automáticamente las luces de los faros: de rojo a amarillo y de amarillo a verde y viceversa.


Los semáforos fueron producto del desarrollo de dos etapas de la revolución tecnológica: la ferroviaria y la automotriz. ¿Por qué los colores rojo y verde? El código de colores es una herencia del sistema ferroviario. El rojo es el color con mayor longitud de onda, por lo que se puede distinguir desde una mayor distancia respecto a otros colores; además de tener un profundo efecto sobre nuestra percepción, como una tonalidad de alerta. El rojo siempre ha estado asociado al peligro.


El verde no es un color primario, como lo son el rojo o el amarillo; de hecho, el tercer color primario es el azul y cuenta con un espectro de visibilidad alto, es decir, puede distinguirse con facilidad a largas distancias. ¿Por qué entonces el verde? Este color tiene una menor longitud de onda, pero aun cuando el rojo y el azul son colores que parecen opuestos, por efecto óptico (daltonismo) estas tonalidades suelen confundirse. Este problema no se suscita con el verde, la mayoría de las personas con vista atrofiada puede diferenciarlo con respecto al rojo. El verde, pues, es un color más nítido dentro del espectro de colores y da “el siga”.


El amarillo es un color con amplia longitud de onda y hay que insistir: es una tonalidad de alerta que no sirve para pisar más el acelerador; antes bien significa reducir la velocidad hasta frenar el móvil para brindarle el paso a los peatones.


Más allá de cualquier explicación, los colores de los semáforos funcionan a partir del principio de contrastes; razón por lo cual resulta un instrumento útil para dar señales o advertir sobre la evolución de un fenómeno o sobre el comportamiento que debe seguir cualquier ser humano: parar (rojo), pensar (amarillo) y avanzar (verde). La triada es útil porque cada acción humana debería contemplar tres fases: detenerse para evaluar riesgos; luego, reflexionar, para encontrar la mejor solución o, en su caso, continuar con la misma estrategia; y finalmente, proseguir, llevando a la práctica la mejor alternativa que se encuentre al momento de pensar.


Contar con semáforos ―físicos o metafóricos― es útil en cualquier actividad humana y su señalización resulta metodológicamente aplicable a cualquier ciencia. En la ciencia económica los semáforos se han convertido en un instrumento metodológico invaluable.


Caminar, hacer un alto y avanzar, es un proceso natural que nutre al razonamiento científico. La ciencia económica no puede prescindir de semáforos y de definir parámetros para identificar zonas de oportunidad y riesgo.


La página “México, ¿Cómo Vamos?”, que es un colectivo plural de investigadores, se ha dado a la tarea de generar un semáforo económico sobre aquellos indicadores que tienen gran incidencia en la actividad económica y en la generación de empleos de calidad. Cada indicador cuenta con un meta objetivo, que permite visualizar alcances y los espacios de oportunidad y riesgo; sobre todo, genera alertas oportunas, siempre necesarias para no sobrepasar límites razonables. Los indicadores de ese portal están relacionados con temas económicos trascendentes: crecimiento económico, empleos formales, inflación, inversión, productividad, competitividad, exportaciones, valor agregado, pobreza laboral, estado de derecho, acceso al capital y deuda pública. Hay que visitar el portal, ¡es muy útil!


Contar con indicadores oportunos siempre va a ser adecuado. Advertir en un mundo que es variable, frecuentemente volátil, nos permite hacer ajustes y no rara vez, nos lleva a establecer cambios de estrategia, incluso, opuestos a los inicialmente planteados.


Nada surge de la espontaneidad. Hace 2100 años el filósofo Cicerón dijo que “la historia es la madre de la vida”; por lo tanto, no la podemos ignorar. Las condiciones cambian, también las estrategias, es decir, las formas de afrontar los problemas; pero hay lecciones que nunca se deben olvidar porque forman parte de la esencia de la ciencia económica.


¿Semaforizar la economía de México?


¿Vale la pena semaforizar la historia económica moderna de México? Si lo preguntamos, de seguro, la mayoría contestaría: ¿para qué, si las condiciones son distintas? Luego añadirían: el mundo ha girado y carece de sentido pensar en lo que ya pasó: la historia tiene la extraña virtud de no repetirse. Lejos se pensaría que la ciencia económica tiene, como todas las ciencias, principios y leyes que la sustentan y que los mismos tienen un carácter atemporal; es decir, permanente, hasta que no se demuestre lo contrario. ¿Por qué seguir enseñando que la Tierra gira alrededor del Sol, si la teoría heliocéntrica tiene alrededor de 400 años? ¿Por qué recurrir a Keynes, si la “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero” ronda ya en los 90 años? ¿O por qué definirse como neoliberal, si el consenso de Washington data de 1989 y la revolución conservadora se llevó a cabo 10 años antes? Todavía más atrás: la madre que engendró al neoliberalismo, la escuela liberal austriaca, surgió en los años treinta del siglo pasado como una corriente alternativa al clímax keynesiano. Ahora mismo, se analiza sobre la posibilidad de instrumentar medidas keynesianas (neokeynesianas) para imprimirle dinamismo a la actividad económica de los países y así superar la crisis pandémica.


Conviene analizar la historia económica e iniciar en 1954, periodo en el que México se sometió a medidas de choque para dar paso a un modelo denominado “desarrollo estabilizador” y concluir en 2020. El periodo abarca 67 años, por obviedad no podemos considerar los 12 indicadores que se aprecian en la nota metodológica de “México, ¿Cómo Vamos?” Nuestro análisis es menos ambicioso, pese a ello pretende hacer un examen histórico sobre las dos variables más recurrentes para evaluar a la economía: la tasa de crecimiento y la tasa de inflación. Para darle un mayor contenido al análisis también se tomarán en cuenta otras variables como el déficit público y sobre todo, el que más nos interesa: el ingreso real de las personas.


Desarrollo estabilizador


Lo deseable, siempre, es que no exista incremento de precios. Si quisiéramos semaforizar, el único verde que debería ser permisible es la tasa de inflación “0”. Parece difícil pero no imposible, actualmente se pretende que la tasa de inflación ronde en 3%. Esa es la visión actual, antes en los ochenta del siglo pasado, en los años de hiperinflación, parecía un sueño tener un crecimiento inflacionario siquiera de 20%.


La inflación es un impuesto regresivo, que repercute desfavorablemente en el ingreso real de las personas. Un punto de inflación es mucho, sobre todo en los tiempos actuales. De entrada, existe una carga impositiva de 16 % en los precios de los productos por el impuesto al valor agregado (IVA). Hay que exceptuar, desde luego, a los alimentos y a las medicinas.


Cualquier punto adicional en la tasa de inflación amplía la carga regresiva de los consumidores, con la característica de que ni siquiera existe una utilidad fiscal. Por simple proporción aritmética, todo incremento inflacionario abulta el precio de los productos (precio + IVA); existiendo, en México, un sobreprecio por IVA de 16%. No se está criticando la existencia del impuesto, simplemente se está hablando de su efecto en los precios.


De 1954 a 2020, hay 67 años, de modo que pasaron muchas cosas (muchos fenómenos) y tenemos para fines estadísticos que contar con rangos más flexibles, a efecto de poder analizar de una mejor forma los datos. Así, hemos establecido tres intervalos de inflación:


1. De 0 a 5%, inflación aceptable (luz verde).


2. De 5.1 a 10%, inflación excesiva, pero no desbordada (luz amarilla)


3. Más de 10% inflación desbordada (luz roja)


Visualicemos la gráfica:

En la gráfica se observa un valor mínimo de -0.3%, en 1961, y un valor máximo de 159.2%, en 1987. Destacan como datos relevantes los siguientes: hay dos años con deflación (1959 y 1961); 8 años con tasas de inflación superiores a 50% (1982, 1983, 1984, 1985, 1986, 1987, 1988 y 1995) y dos años con tasas que sobrepasaron 100% (1986 y 1987). Siguiendo nuestra propuesta metodológica se aprecia la siguiente semaforización:

Dada la dispersión de datos, es casi imposible que exista una tendencia general, por lo que es necesario dividir los 67 años en periodos para llegar más o menos a algunas conclusiones que podrían ser lógicas. Empecemos con el primer periodo, el de 1954 a 1970, al que denominamos modelo de desarrollo estabilizador. La gráfica inflacionaria es la siguiente:

El desarrollo estabilizador abarca un periodo de 17 años, en 13 de los cuales la luz del semáforo está en verde (inflación menor a 5%); 3 en amarillo (inflación mayor a 5%, pero inferior a 10%) y uno en rojo (inflación mayor a 10%). No se podría redondear el análisis, si no consideramos las tasas de crecimiento económico. Tradicionalmente y desde los años sesenta se ha concebido que la tasa de crecimiento que propicia un equilibrio en el mercado de trabajo es de 6%. De modo que podría ser “aceptable” (por eso el entrecomillado) una alta inflación, siempre y cuando se tuviera una tasa de crecimiento real de 6% o más:

En términos de crecimiento económico se tendrían 11 años verdes (buenos) y 6 años rojos (malos), aun cuando la tasa de crecimiento mínima se sitúa durante el periodo en 3%, que en los términos actuales no sería nada despreciable.


En términos de inflación, en 1954 y en 1955, hay un efecto de choque como resultado de la determinación de subir el tipo de cambio de 8.65 pesos por dólar a 12.50, con la clara intención de “anclarlo”; por cierto, ese tipo de cambio (12.50 por dólar) se mantuvo firme hasta septiembre de 1976. Parece que fue una decisión fácil, pero fijar el tipo de cambio significaba mantener un diferencial de precios razonable con nuestro principal socio comercial. Con resultados mixtos por año (con ejercicios de desajuste y corrección hasta 1964), este entorno se logró; de haberse tenido relaciones de intercambio claramente desfavorables, “el anclaje” hubiera sido artificial, por no decir imposible.

Mucho se ha discutido sobre el desarrollo estabilizador, tirios y troyanos abundan. Con el fin de acotar los resultados en materia de crecimiento económico, hay quien afirma que las tasas de crecimiento observadas fueron sólo un reflejo de la expansión económica que se estaba suscitando en el mundo (ver por ejemplo: Schettino, 2006). En dado caso, lo que se debería decir es que México supo aprovechar convenientemente esta expansión, mediante una estrategia de sustitución de importaciones y de desarrollo hacia adentro, para lo cual era indispensable instrumentar políticas de fomento, de protección comercial y de subsidios.


El Estado tenía el suficiente margen para hacer inversiones útiles, en pleno proceso de modernización se tenía que avanzar en la construcción de obras públicas esenciales: caminos, pavimentación, electricidad, telefonía, escuelas, drenaje, clínicas y hospitales, viviendas, entre otras. Pero no era un Estado que se excedía en gastos (o keynesiano como se quiere ver en un sentido ortodoxo), claramente los gobiernos “estabilizadores” medían sus posibilidades y concebían que un proceso de desarrollo sostenido sólo era factible con estabilidad de precios. En consecuencia, se tenía que alinear la política fiscal y monetaria con el objetivo de mantener un tipo de cambio fijo.


En forma congruente, se tenía que mantener un balance público sano, a efecto de no generar presiones significativas que requiriesen elevar la deuda pública y menos recurrir al financiamiento primario del Banco de México. Se tenía que crecer con equilibrio, así era vital que los ingresos efectivos y los egresos ejercidos fueran razonables. En promedio, de 1954 a 1970, el balance del sector público fue de -1.12% en relación con el PIB, si bien a partir de 1965 se ubicó en 2 puntos o más negativos.

El Desarrollo Compartido


En el plano político, tal como lo señala Carlos Tello, pareciera lógico hablar del agotamiento del modelo de desarrollo estabilizador; incluso pudiera ser que ocultara lo que en realidad existía: “junto con la solidez monetaria, el crecimiento económico y la aparente estabilidad, estaban la creciente concentración de la riqueza, los rezagos en la atención de los servicios sociales, la concentración de la propiedad de los medios de producción, la penetración del capital extranjero (incluyendo la adquisición de empresas ya establecidas), la insuficiencia agropecuaria, la ineficiencia industrial, el creciente subempleo, el debilitamiento del sector público y la insuficiente práctica democrática” (Tello, 2010).


También se recurre al movimiento estudiantil de 1968, para hacer referencia a un parteaguas que traía consigo la necesidad de cambios políticos. ¡Sí!, nadie está en contra de las libertades políticas, pero la gran pregunta es: ¿por qué se abandonó el esquema prudencial en las finanzas públicas? ¿Cómo concebir que con gasto y deuda se iban a corregir los males sociales y la desigualdad que vivía el país? La reforma política, sin duda, era necesaria; pero en el terreno económico, hubo una sobredimensión: se quiso corregir lo que acontecía socialmente, sin concebir que existían equilibrios económicos que no podían hacerse a un lado, a riesgo de generar males mayores en términos de distribución del ingreso, pobreza y desigualdad, o si se quiere, de producción, inversión y consumo. A mediados de la década de los setenta el boom petrolero nos hizo concebir que se podía avanzar significativamente; pero se hizo en forma desordenada y nos volvimos dependientes de un sólo producto: el petróleo.


Así en términos de inflación, el semáforo se tiñó de rojo a partir de 1973 con tasas superiores a 10%, hasta llegar a una hiperinflación de 98.8% en 1982:

De 1971 a 1982, durante 6 años, con inflación, se creció por encima de la tasa objetivo (6%); a partir de 1977 tuvieron un papel importante las inversiones dirigidas hacia la industria petrolera. En 1982, ante el deterioro de los precios del petróleo y la inminente existencia de un Estado sofocado, se registró una caída del Producto Interno Bruto; situación que no se había presentado desde 1932; es decir, en 50 años. Con una agravante más, además de la contracción de 0.01%, se vivía en hiperinflación; el país sufría el peor de los males: estancamiento con inflación:

Durante esos años, mucho se había perdido, en septiembre de 1976, se modificó la estrategia de mantener fijo el tipo de cambio y se pasó a un esquema de flotación controlada, existiendo como primer efecto que el tipo de cambio pasara de 12.50 a 20.50 pesos por dólar. Era imposible seguir anclándolo, el diferencial de precios entre Estados Unidos y México era causa e indicio de que existían condiciones de intercambio muy desfavorables para la economía mexicana:

La idea de corregir, de crecer a toda costa, llevó a una crisis fiscal sin precedentes hasta situar al balance primario en -14.07% en relación con el PIB:

La ilusión de corregir yendo más allá de nuestras posibilidades fue una dura lección. Los desequilibrios no se corrigieron, por el contrario, se exacerbaron; todavía más, se deterioró nuestra capacidad de poder corregir nuestros problemas en forma más autónoma. Al despertar, sí, el dinosaurio todavía estaba allí; pero se encontraba convaleciendo, “no podía respirar”.


La sociedad mexicana no podía, ni nunca podrá, seguir el camino de la extinción. Económicamente, la estructura estaba dañada, profundamente debilitada. La receta keynesiana fue aplicada no solamente en exceso, también se ignoraron los efectos secundarios y las contraindicaciones. La década de los ochenta significó un terrible reto, había que reestablecer las bases del crecimiento y de la estabilidad económica; pero fue un camino lleno de abrojos y de grandes sacrificios.


...Esta historia continuará.


Bibliografía citada:


Schettino Yáñez, Macario. “Cien años de confusión. la construcción de la narrativa que legitimó al régimen autoritario del siglo XX”. Paidos, México, 2016.


Tello Macías, Carlos. “Notas sobre el Desarrollo Estabilizador” en ECONOMÍA INFORMA, num. 364, jul-sept, pp 66-71. UNAM, México 2010.




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