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Raíz de Fuego. La visión del retorno

Actualizado: 10 ago

Gildardo Cilia López.


Chiautla de Tapia Puebla, 2025
Chiautla de Tapia Puebla, 2025

Todo retorno es divino. Quien retorna no busca un espacio físico, busca reencontrarse espiritualmente. En el regreso se encuentran las raíces que forjaron nuestro ser. Queremos entender todo: la esencia de nuestros pensamientos, los recuerdos que no se olvidan, el origen de nuestros mitos y el cauce de nuestra nostalgia. En nuestra búsqueda, queremos ir más allá de las dimensiones concebibles: el tiempo y el espacio. 

 

El universo espiritual es múltiple y diverso. La conciencia es un misterio: dilucida sobre lo abstracto, explora lo que parece inconcebible y percibe el orden y el caos. Nuestro pensamiento nos traslada a una interrogante insondable: ¿Cuál es el sentido de la vida? Las respuestas son diversas, poco concluyentes; sólo concebimos que existe un propósito, un plan divino: emanamos del amor y nuestros pasos peregrinos buscan el amor.

 

Caminamos infinitamente en medio de circunstancias impensables. Como en el mito de Creta, un hilo invisible nos conduce para no perdernos en nuestro propio laberinto. 

 

Nuestro espíritu en movimiento hace concebirnos en un viaje mítico. Nuestra imaginación es un mar infinito y en ese mar navegamos. Todo viaje tiene un proceso, un ciclo que se tiene que cumplir: la partida y el retorno. Ambos cabos son divinos. Partimos para ser distintos: para enriquecer nuestra identidad en lo desconocido, para cultivar nuestro talento e ingenio y para medir nuestra astucia. Se regresa por nostalgia, para volver a encontrar lo más íntimo, lo más propio; para honrar a nuestras raíces profundas. Al regresar ya no somos los mismos: nuestra piel refleja el resplandor de otros soles; se ha curtido con otros vientos. La arena del tiempo se ha transformado en fina filigrana.      

     

Lo indefinido y lo desconocido nos atrae; y en oposición, pervive en nosotros una noción de origen. El ritmo de la vida es dialéctico y pendular: nos movemos permanentemente entre el recuerdo y el olvido, entre lo íntimo y lo extraño, entre lo sensible y lo insensible. El mayor de los riesgos es olvidar, no desear regresar, navegar por las aguas oscuras del olvido. La importancia de relatar una trayectoria de vida es que permite perpetuar la memoria colectiva, le da contenido histórico a las nuevas generaciones.

  

Quien relata una vida, narra una hazaña. Reproduce un propósito: salí en búsqueda de nuevos horizontes; algo que es más preciado que el vellocino de oro, la piedra filosofal, la ciudad aurea, la heroica Ilión y el mismo paraíso perdido.  Describe un universo desolado: la lejanía, la soledad y el dolor de la ausencia. Nos lleva por un contexto de acción, lleno de riesgos y peligros: me enfrenté a miles de desventuras; voces seductoras quisieron desviarme del camino; era tan fuerte como el mismo Heracles; la bestia era más temible que el guardián del Hades. Y concluye con la razón del retorno, el aspecto más amoroso y espiritual: la patria por la gloria; extrañaba a mi tierra y a mi gente; regresé para esperar el fin, para morir con los míos.


Iniciemos nuestra historia. La realidad supera a la fantasía. Un hombre de 88 años decide emprender el retorno, consciente no le tiene miedo al destino. Diserta sobre lo infinito y lo finito, sobre lo eterno y lo temporal.  Se pregunta: ¿Qué es lo que queda, si la vida es transitoria?

 

Su reflexión es profunda, sabe que el verdadero fin es el olvido; y que el hombre muy pronto olvida:

 

“Los seres humanos somos apáticos, ingratos; desamorosos. A nuestros seres queridos los amamos sólo cuando viven y cuando se mueren los olvidamos”. (Sabino Cilia Flores).

 

A lo largo de su vida había creado diferentes valores, su espiritualidad era peculiar. Viajero permanente concebía que era el momento de regresar para cumplir con su sueño de hacer excavar el tepetate volcánico en su último suspiro.

Piedras volcánicas y tepetate volcánico, Chiautla de Tapia, Puebla
Piedras volcánicas y tepetate volcánico, Chiautla de Tapia, Puebla

Por el tiempo que fuese, deseaba darle vida a sus recuerdos. Anhelaba: caminar por Cĥiautla, su tierra amada; contemplar el majestuoso templo erigido por los mendicantes agustinos; visitar los barrios, vestigios geopolíticos de la fundación de un altepetl muy antiguo (de casi 900 años); y recorrer el admirable paisaje caducifolio que se sobrepone a las intensas sequías. Regresaba con la firme convicción de quedarse para siempre: temía morir en parajes desconocidos, como sus abuelos, su padre y su hermano "Mirito". 

 

Conocedor de paisajes, ponderaba su vida a través de sus experiencias y sensaciones. A diferencia de otros hombres, su pensamiento no lo trasladaba hacia el mar, en donde la inmensidad hace concebir lo infinito. Más cercano a su espiritualidad, le daba más valor a su sentido de pertenencia; además la naturaleza granítica y los contornos pétreos de su tierra, le evocaban una sensación insuperable e incomparable: el de la eternidad.      

 

Recordaba toda la historia que se conoce de la Chiautla ancestral: los asentamientos nahuas; la donación a los señoríos mixtecos; el comercio de la sal que data de hace más de mil años; la evangelización agustina que inició en 1535; la República de Indios, la congregación y la explotación forzosa durante el periodo colonial; el comercio de arrieros y el contrabando de mercancías y de la plata por los caminos alternos que tocaban el corazón de la Baja Mixteca; la toma de Morelos del Templo de San Agustín Obispo, en diciembre de 1811 y su convalecencia después del Sitio de Cuautla, en mayo de 1812; la insurgencia en la región, último bastión de Morelos y la aprehensión de Don Miguel Bravo en 1814; el bandolerismo imperante en el siglo XIX y la leyenda de los "plateados"; el rezago vívido en el porfirismo; las diferentes incursiones de Zapata y la suscripción de Plan de Ayala en Ayoxuxtla en 1911; el valiente y honorable internacionalismo de Don Gilberto Bosques durante la Segunda Guerra Mundial; las corrientes de emigrantes a lo largo de la última mitad del siglo XX y el increíble esfuerzo de la gente humilde y esforzada para mantener en pie a sus familias y a su gran pueblo.


Firma de Plan de Ayala, en Ayoxuxtla, noviembre de 1911
Firma de Plan de Ayala, en Ayoxuxtla, noviembre de 1911

Amaba a su tierra ritualmente. Ahí había honrado permanentemente a sus muertos; recordaba a todos con independencia de que estuvieran o no en el seno de sus entrañas. Sabía que era una tierra de frutos esforzados; que en sus campos crecía el árbol del lináloe, de esencia grata; y que de su savia emanaba la sal de la purificación ritual. Su misticismo no era desbordado, en su intimidad corría la conciencia de un nostálgico perpetuo.

 

Su razonamiento nunca dejó de ser juicioso. No se podía engañar a sí mismo, estaba consciente de que el viento a lo largo de su longeva vida había movido y removido las arenas del tiempo. Al retornar no iba a encontrar a sus seres queridos, a los amigos de su generación y aun de generaciones posteriores. Tenía que confrontar una nueva realidad; su estancia tenía que ser más espiritual que física, más íntima y menos sujeta a las eventualidades externas.

 

De regreso a su tierra, no tiene la percepción del poeta que encuentra una patria desolada, llena de ausencias; que versifica sobre la visión de un paraíso perdido. Su horizonte imaginario lo había previsto, regresaba no para situarse en un pasado inexistente. Contemplaba rostros distintos, pero sabía que la historia es un continuo relevo de generaciones; y que en cada generación renace una nueva esperanza.

 

Como si fuese un héroe homérico estaba consciente de que tenía que hacer frente a cualquier circunstancia. No retornaba con el espíritu de un hombre vencido. Vital, seguía creyendo que tenía que seguir forjando su propio destino, aun en su avanzada senectud y pensando en la muerte. Rechazaba la idea de la predestinación: ¡nadie debe morir sin dejar de luchar! Llegaba paradójicamente a su tierra con la idea de seguir viviendo, para reencontrarse - por el tiempo que fuese - con las huellas espirituales de sus pasos peregrinos.

 

Retorna con el don de la esperanza: el obsequio de su Dios divino. Ningún humano puede vencer a Cronos, pero quien cree que la vida es esperanza fortalece su espíritu. El invicto tiempo se debilita porque los brazos protectores de la Esperanza son atemporales.

 

En su tierra seguía siendo esencialmente el mismo: disciplinado y ordenado. Medía el tiempo: corría una hora en la madrugada; se aseaba escrupulosamente; desayunaba y almorzaba; escribía; leía detenidamente periódicos y revistas; acudía al billar; descansaba; comía; hacía su siesta; se sentaba en las sillas forjadas con hierro en la plaza principal o en las jardineras del camellón principal, ahí se deleitaba con una o dos copas de nieve; regresaba a su casa; prendía la televisión para escuchar noticias; merendaba su chocolate y se dormía.

 

Los domingos a las 11:00 horas iba a misa; después visitaba a sus queridos seres difuntos. En el Panteón Municipal de Chiautla le gustaba estar muchas horas; recordaba a sus muertos, les hablaba como si lo estuvieran oyendo y en su honor hacía amena la visita, refrescándose con unas cervezas muy frías para mitigar el candente sol de mediodía.

Durante los últimos ocho años de su vida supo aprovechar el tiempo para escribir sus memorias y reflexionar sobre la esencia de las rapsodias de la Odisea. Ponderaba que en las épocas gloriosas los hombres nostálgicos hubiesen rechazado incluso la inmortalidad; afirmaba que no había mayor ingratitud que la ausencia perpetua en vida, en donde se pierden los conceptos elementales que elevan nuestra espiritualidad hasta el infinito: la patria y la familia. ¡Qué no debía existir impedimento, ni anzuelo alguno, que evitaran el retorno hacia lo que más se ama! (*)

 

Nada dejó a la deriva, meticuloso, preparó todo para su ascenso a la gloria: ordenó abrir una veta granítica para depositar ahí los restos de su mujer amada y los suyos propios. Los dos - apóstoles infatigables - tenían que estar justos en su último destino.


Chiautla de Tapia, Puente de las Flores, 1898
Chiautla de Tapia, Puente de las Flores, 1898
Plaza Principal de Chiautla de Tapia, entre 1940 y 1950, con sus tradicionales sillas de "fierro" ("No quiero ver huevones sentados en la plaza a plena luz del día", Ángel J. Andonegui, jefe político en 1911)
Plaza Principal de Chiautla de Tapia, entre 1940 y 1950, con sus tradicionales sillas de "fierro" ("No quiero ver huevones sentados en la plaza a plena luz del día", Ángel J. Andonegui, jefe político en 1911)

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(*) Más que la inmortalidad, lo que le parecía verdaderamente admirable era que Odiseo se hubiese revelado al yugo amoroso de la encantadora ninfa Calipso.



 

 
 
 

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