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La clase media ¿La clase incómoda?

Actualizado: 23 jun 2021

Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña y Eduardo Esquivel

Hacia una definición


El mapa geopolítico de la Ciudad de México parece haberse dividido entre el este y el occidente. Recuerda los bandos de la guerra fría; pero esa es una analogía vaga, acaso engañosa. Porque no son ideologías ni sistemas políticos y económicos lo que diferencia a los territorios. Sólo características socioeconómicas. Notablemente el oriente de la ciudad registra indicadores que ubican a la población como más pobre que la del occidente. ¡Claro!, ahora después de una elección, se agrega una dimensión política al contraste entre las dos regiones: la oriental como territorio morenista y la occidental como anti-morenista. Y el prefijo no es trivial; porque las preferencias electorales por los partidos de oposición probablemente responden más a un deseo de oponerse a la llamada 4ª transformación y no un respaldo a una alternativa. Es sobre todo, una expresión de lo que no quieren.


Así las cosas, el presidente López Obrador ahora tiene una nueva némesis en sus narrativas: la clase media. Y es que en su intento por explicar la división política territorial de la Ciudad de México, empezó por señalar: “en las delegaciones donde hay más pobreza ganó Morena, y donde vive la clase media-media y media alta, ganó la alianza del PAN y el PRI...” Días más tarde profundizó y matizó:


“Hay un sector de la clase media que siempre ha sido así, muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista (sic), que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que se pueda, sin escrúpulos morales de ninguna índole. Son partidarios del que no transa, no avanza”.


Por la cantidad de columnas escritas sobre el tema (hemos contado más de cincuenta) se confirma una vez más la habilidad del presidente de México para dictar desde Palacio Nacional la agenda política del país. Una estrategia que empezó a aplicar desde su paso por la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal y que le rindió dividendos políticos excepcionales, al catapultarlo como un personaje político en todo en el país y más allá de sus fronteras.


En Ekonosphera, consideramos que el tema de la clase media merece nuestra atención porque es un fenómeno de gran interés desde el punto de visto social, económico y político; además, existen análisis y reflexiones que aún no han recibido la debida atención pública. Nos referimos particularmente a un texto que vale la pena reseñar y comentar: “México: país de pobres, no de clases medias. Un análisis de las clases medias entre 2000 y 2014”, cuyos autores son Graciela Teruel, Miguel Reyes, Enrique Minor y Miguel López. El resumen coeditado por la Universidad Iberoamericana y la fundación Konrad Adenauer Stiftung se puede encontrar en internet y el análisis más amplio en la revista Trimestre Económico del Fondo de Cultura Económica.


Lo primero a destacar es que la categoría “clase media no tiene un significado único y consistente”. Al analizar la literatura económica, política y sociológica podemos citar a tres grandes autores: Karl Marx, Max Weber y Antonio Gramsci.


Marx separa a las clases sociales a partir de la propiedad sobre los medios de producción; de modo que básicamente existen dos clases: la que detenta el capital y la del proletariado, es decir, la de los desposeídos, que sólo pueden vender su fuerza de trabajo. Hasta ahí una perspectiva nítida y simple. Dos clases condenadas a luchar, simplemente por estar en extremos opuestos en el espacio del tener y no tener; sin posibilidad de reconciliación. Sin embargo, Marx no pudo ignorar que entre los que tienen capital y los que no lo tienen existe un nutrido y diverso grupo de personas, con características socioeconómicas e históricas peculiares y distintivas. Marx, así, propone una tercera “clase”, producto de la negación de las otras dos y de su pureza teórica: la “pequeña burguesía”. La clase de los que no son propietarios, más que de su fuerza de trabajo; pero que de alguna manera se las arreglan para tener acceso a privilegios (¿poder de compra?), como para simpatizar preferentemente con los capitalistas y sus intereses. ¿Podríamos cuadrar a la pequeña burguesía con la clase media?, sí, pero sobre la base de ser una clase secundaria, porque Marx se mueve en el espacio propietario/no propietario, que es lo que le da sustento a la lucha de clases.


Weber prefirió desarrollar sus reflexiones en el espacio de la diligencia para el trabajo. En lugar de la propiedad, es la moral lo que define las diferencias entre las personas y su posición social. Aquellos proclives a trabajar más diligentemente disfrutarán de más abundancia. Así la prosperidad personal y social es efecto de la disposición al trabajo: los que trabajan más tendrán más prosperidad y la pobreza, entonces, sería producto básicamente de la holgazanería. Desde la perspectiva weberiana, el espectro amplio de las clases o de los niveles socioeconómicos está determinado por la moral de trabajo de la población. Entre el extremo de los industriosos (los que tienen mayor prosperidad y abundancia) y el de los desafortunados (los menos diligentes u holgazanes) existe cualquier cantidad de variaciones en fortunas.


La versión gramsciana está más dentro de la teoría sociológica y política y tiene que ver con los conceptos de hegemonía, vanguardia y masas. ¿De qué clase nos queremos sentir y cuál es el interés real o los motivos de orden psicológico o sociológico (o político) cuando buscamos una inclusión abstracta (a veces hasta con calzador) con la masa o, por el contrario, cuando queremos excluirnos del pueblo o de las mayorías? Con cierta conveniencia hay quien invoca formar parte del pueblo (integrado por una inmensa masa de pobres), sin realmente sentirlo o ser parte de él; o bien, siéndolo, quieren distinguirse de los simples asalariados. Con cierto realismo y desprecio hay quien dice: ¡no!, no soy parte del pueblo (trabajador, obrero o campesino) y admirablemente (sin serlo, por sus ingresos, por no tener empleo o por carecer de servicios de primera necesidad) prefieren formar parte de otra clase (la media) conformada por capas de intelectuales, profesionistas, medianos y pequeños empresarios o burócratas. Ser parte de una clase social pareciere ser una opción individual, en el que intervienen factores psicológicos, sociológicos o políticos. ¿En los hechos, será así?


Ser o no ser de la clase media


Gran parte del debate de las últimas semanas ronda en el criterio de que sentirse o no parte de la clase media amplia el quantum que puede afectar al gobierno actual o favorecer un cambio de rumbo político, sobre todo, en 2024. El presidente de la República advierte un riesgo en ella y los opositores la conciben como la base social que puede descarrilar el proyecto de gobierno y evitar su continuidad transexenal. Se piensa en la clase media como la fuerza que va a inclinar la balanza de un lado o del otro; y naturalmente hay quien la considera como frívola y adherente a los intereses del “conservadurismo”; en tanto que para otros, es un núcleo pensante que posibilitaría detener los avances de la “izquierda”, socialista y comunista. Ambas partes tendrían algo de razón, porque el comportamiento de la clase media históricamente dista mucho de ser uniforme. Tampoco es un bloque monolítico, por el contrario su estructura es heterogénea; por eso a su vez generalmente se divide en tres subclases: media baja; media-media y media alta.


Sobre el comportamiento de la clase media en México, el sociólogo Gabriel Careaga Medina escribió varios ensayos (“Mitos y fantasías de la clase media en México), centrando su análisis en familias de las colonias Narvarte, Condesa, Lindavista, Del Valle, entre otras. Era el México de los sesenta y grandes segmentos de las clases medias actuaban con una frivolidad tal, que parecía sólo iba a perpetuar el establishment, sustentado en el unipartidismo y en el corporativismo. La movilidad social permitía tener una mentalidad “aspiracionista”, acorde con los frutos que se esperaban del progreso y de las dadivas del gobierno.


Lo paradójico es que a partir de esas clases medias surgieron grupos emergentes dotados de amplias expectativas de participación y ascenso; cuyos objetivos iban más allá de los beneficios económicos y que plantearon la necesidad de abrir los cauces acotados del sistema político hacia una sociedad democrática. El fundamento de estabilidad dejó de ser, así, el único concepto básico que alineaba a las clases medias a los propósitos del Estado. La sociedad hasta entonces casi monolítica se volvió plural y divergente.


Han pasado más de 50 años y ahora nuestro México es más desigual. Desde luego no es que se hayan perdido las aspiraciones, pero la movilidad social se ha reducido significativamente. Frente a este fenómeno muchos estratos sociales (medianos y pequeños empresarios y profesionistas, entre otros) han visto reducir sus rentas o sus salarios, hasta acercarlos al umbral de la pobreza y ante tal ambigüedad, más que de la clase baja, se sienten parte de la clase media. Lo mismo pasa con segmentos de la clase alta, cuyos ingresos les parece insuficientes, por lo que se conciben como parte de la clase media


De las Heras-Demotecnia, en una interesante investigación, concluyó que 61% de los mexicanos se siente parte de la clase media. El estudio elaborado mediante encuestas hace una segunda pregunta. ¿Cuál es el ingreso mínimo para considerarse parte de la clase media? La mayor referencia fue 15 mil pesos. ¿Será que ese monto en una familia (en promedio, de cuatro miembros) sea suficiente para no ser pobre? Más aún: ¿será que 61% de los mexicanos gane 15 mil pesos o más?


Hay una conclusión del estudio realizado por De las Heras-Demotecnia, que debe preocupar; el relativo a la estructura de la edad de la clase media: 37% tiene más de 60 años; 24% entre 46 y 60 años; 15% entre 36 a 45 años y solamente 11% tiene entre 26 y 35 años. De ser así, alrededor de 89% de la población más joven de México es pobre, sin importar su preparación, habilidades o destrezas. ¡Preocupante!


El índice de quien se siente parte de la clase media puede que suba a 75%. Sergio Sarmiento explica que muchos ricos se asumen como parte de la clase media, porque comparan su riqueza con la de otros que viven en países con altos ingresos, dentro de la misma tesitura que ofrece el estudio De las Heras-Demotecnia, así como del trabajo previo de Luis Rubio y Luis de la Calle (“Clasemediero. Pobre no más, desarrollado aun no”) publicado en 2010.


Lo sustantivo para Macario Schettino es que sentirse parte de la clase media cambia mentalidades; políticamente genera un comportamiento distinto al que tienen los pobres, más sumidos en el conformismo. En sus palabras: “la clase media es la base de la democracia… Es sólo cuando existe un grupo de personas con ingresos suficientes para tener tiempo libre, con educación suficiente para leer y debatir, con vivienda suficientemente cómoda, que la democracia se convierte en una posibilidad”.


Una columna interesante es la de Viri Ríos (“No eres de la clase media”), publicada en el New York Times, en español, que destaca lo siguiente:

  • “El 61 por ciento de la población se identifica como tal pero sólo el 12 por ciento lo es.

  • El 84 por ciento de la población no tiene seguridad laboral o un sueldo que les permita satisfacer las necesidades de su familia, pero lo niega

  • Aún entre el 1 por ciento más rico del país, dos terceras partes creen ser clase media… mexicanos que ganan 120.000 pesos mensuales, por ejemplo, creen que tienen un sueldo “promedio” cuando en realidad ganan más que el 90 por ciento del país.

  • Existen al menos 43 millones de mexicanos que viven en condición de pobreza moderada pero que creen que son clase media.

  • Hay casi 37 millones de personas que técnicamente no son pobres, pero tienen carencias básicas como acceso a la salud, seguridad social o educación.

  • Para ser clase media, de acuerdo con el Índice de Desarrollo Social de Evalúa de Ciudad de México, se necesita tener ingresos suficientes para satisfacer necesidades de educación, salud, servicios sanitarios, drenaje, teléfono, seguridad social, electricidad, combustible, bienes durables básicos y no trabajar más de 48 horas a la semana…La clase media en México logra esto ganando en promedio 16,000 pesos por persona”.

Para Viri Ríos la clase media debe tener una agenda propia, que incluya la recuperación de los salarios; carga fiscal distinta a la que se le otorgan a los “ultraricos” y demandar servicios públicos suficientes y de calidad. Señala que los 15 millones de mexicanos que sí forman parte de la clase media no pueden tener la misma agenda de los ricos, ello a riesgo de su estancamiento: “En este momento, los integrantes de la clase media tienen mayor probabilidad de volverse pobres que de ser ricos”. ¿Será que el criterio de permanencia o de transitoriedad sea determinante para formar parte de una clase social, baja, media o alta?


Las mediciones para clasificar a la clase media


Para determinar quién es parte de la clase media existen además diferentes criterios de medición. Empecemos con los unidimensionales que en forma más o menos sencilla adoptan criterios universales. Para el Banco Mundial el universo de personas que integran a la clase media debe percibir de 13 a 70 dólares diarios; sobre la base que con un ingreso de 13 dólares se es poco vulnerable a caer de nueva cuenta en la pobreza. En México implicaría que un trabajador para permanecer en el estrato de la clase media debería obtener como mínimo un ingreso de 260 pesos; esto es, 1.83 veces el salario mínimo general actual.


Para OCDE el segmento de la clase media estaría integrado por hogares cuyos ingresos rondan entre 75% y 200% del ingreso mediano nacional. Conforme al estudio realizado por dicho organismo (“Bajo presión: la reducción de la clase media”), publicado en 2019, en México el ingreso medio mensual de un hogar de dos personas era de 7,128 pesos, por lo que si esos hogares contaban con ingresos entre 5,346 y 14,256 pesos formaban parte de la clase media. Aun con ese intervalo, la OCDE encontró que la clase media mexicana (45%) es mucho menor que el promedio de sus países miembros (61%). Sin querer prejuzgar cifras: ¿se puede tener certidumbre que con ingresos mayores a 14,256 pesos se ubicaría un hogar de dos personas dentro del rango de la clase rica del país?


Se puede ofrecer otras cifras, por ejemplo, Schettino en uno de sus artículos (“La base de la democracia”) señala que el ingreso promedio por persona es de más o menos 10 dólares (12 mil pesos en un hogar de dos personas que laboran), por lo que siguiendo el criterio de la OCDE ubica dentro de la clase media a los hogares cuyos ingresos oscilan entre 8,000 y 24,000 pesos. ¿Será que un hogar de dos personas con ingresos de 8 mil pesos no sea vulnerable a la pobreza? ¿En un intervalo de ese tamaño, podemos medianamente confiar que un hogar que percibe ingreso menor en 3 veces tenga los mismos patrones de consumo o se sienta igualmente satisfecho en cuanto a sus necesidades materiales y emocionales que los que perciben 3 veces más? Para pensarse.


El estudio más socorrido en estas dos últimas semanas para hablar de la pobreza es el realizado por INEGI intitulado “Cuantificando la clase media en México: un ejercicio exploratorio”, publicado en 2014. El análisis multidimensional se sustenta en criterios económicos y sociológicos. El estudio privilegió los rubros de gasto sobre los de ingresos y se fue más allá de los gastos relacionados con el consumo de bienes y servicios básicos presentes en todo hogar. Así se tomaron en cuenta variables tales como “el gasto per cápita en consumo de alimentos y bebidas fuera de la vivienda; gastos en cuidados personales; gastos en educación cultura y recreación, gastos en regalos otorgados a otros hogares, pago de tenencia y pago a tarjetas de crédito entre otros.”


A partir del análisis se agruparon 7 estratos de hogares, haciéndose una nueva revisión no sólo para identificar diferencias cuantitativas de gasto entre los hogares, sino para identificar diferencias cualitativas en variables tales como “los porcentajes de jefes de hogar con un nivel de estudios medio-superior y superior; qué proporción de ellos tenían acceso al mercado de trabajo formal, en ocupaciones no manuales y en las de carácter gerencial o de supervisor, así como qué porcentaje de hogares al interior de cada estrato tenían acceso a una vivienda propia”. Sobre este análisis cualitativo se distinguió a los estratos que corresponden a la clase alta (estrato 7), a la clase media (estrato 6,5,4 y 3) y a la clase baja (estratos 2 y 1).


Uno de los aspectos que llaman la atención es la misma aclaración que se hace en el resumen del estudio del INEGI, que conviene citar textualmente: “Es importante precisar que clase social baja no es sinónimo de pobreza en este estudio”. Sin negar la solidez teórica y metodológica del estudio (más cuando el documento lo firman los reconocidos analistas Rodrigo Negrete Prieto y Ana Miriam Romo Anaya), el análisis abre la posibilidad de que un número significativo de pobres, al no formar parte de la clase social baja, se integren a la clase media. Así se concluye que si se seleccionara una familia de clase media, lo más probable es que:

  • Cuente con computadora.

  • Gaste 4 mil 380 pesos trimestrales en alimentos y bebidas fuera del hogar.

  • Abone alrededor de mil 660 pesos mensuales a una tarjeta de crédito.

  • Haya al menos un integrante asalariado con contrato escrito y labore para una empresa con razón social del sector privado.

  • La cabeza del hogar tenga al menos educación media superior.

  • El jefe o jefa del hogar esté casado.

  • El número de integrantes de la familia sea cuatro.

  • Los hijos asistan a una escuela pública.

  • La vivienda sea propia o se esté pagando y se haya financiado con recursos de la familia o crédito de interés social.

Con independencia de la profundidad metodológica, queda la sensación que el análisis nos puede llevar a lo aparente; es decir, que una familia con gastos (o ingresos) de 8 mil pesos puede formar parte de la clase media, incluso con carencias dentro de sus viviendas, entre ellas agua, luz, drenaje. Muchos clientes de “Elektra” o de “Coppel” que viven en zonas urbanas o rurales con marginación intermedia o incluso alta, pasarían a formar parte de la clase media.


Los resultados del análisis del INEGI arrojaron lo siguiente: 42.4% de los hogares en donde vive 39.2% de la población total del país son de clase media; 2.5% de los hogares son de clase alta viviendo en ellos 1.7% de la población del país; y 55.1% de los hogares con 59.1% de la población mexicana integrarían la clase baja.


México país de pobres no de clase media


El estudio coeditado por la Universidad Iberoamericana y la fundación Konrad Adenauer Stiftung (“México: país de pobres, no de clases medias. Un análisis de las clases medias entre 2000 y 2014”) nos lleva por un camino más objetivo, al sustentarse en las siguientes consideraciones:

  • Toma en cuenta el nivel de ingresos que implica no ser pobre.

  • Se asume un enfoque que supera la visión basada exclusivamente en los ingresos de la población y, siguiendo la metodología multidimensional del Coneval para la medición de la pobreza, evalúa aspectos como educación, salud y seguridad social, entre otros. Esto es, identifica la condición de las clases sociales a partir de una perspectiva de bienestar y de derechos sociales.

Bajo estas premisas, los investigadores encontraron que los niveles de vida indicativos de no ser pobre sólo se garantizan para 27.5% de la población mexicana. En este mismo panorama, la población en pobreza supera 2.3 veces a la considerada como clase media. Las cifras así distan mucho de las que ofrece el estudio de INEGI:

Aun así, la población clasificada como no pobre, no deja de estar vinculada fuertemente con la situación de vulnerabilidad y, por lo tanto, corre el riesgo de caer en situación de pobreza o de carencias múltiples. Esto es, “la situación de las clases medias no deja de ser frágil en México, país en el que no existen políticas públicas de fortalecimiento de la clase media de la mano con el combate efectivo y eficaz de la pobreza”. La crisis pandémica sólo es un fiel reflejo de esa vulnerabilidad; innumerables hogares de la clase media en un plazo inferior a 3 meses mostraron poca capacidad para mantenerse incluso por arriba de la línea de bienestar.


Con un análisis así de objetivo, es más fácil concebir políticas públicas para superar la pobreza y evitar la vulnerabilidad de la clase media. Enlistemos las que propone el Estudio coeditado por la universidad Iberoamericana y la fundación alemana:

  1. Instrumentar una política laboral que garantice salarios por encima de la pobreza monetaria.

  2. Avanzar progresivamente hacia salarios medios que vinculen al salario real con la productividad y que, combinados con políticas sociales y fiscales redistributivas, contribuyan al crecimiento sostenido y sostenible de las clases medias

  3. Contar con esquemas amplios de protección o seguridad social: seguro de desempleo, por enfermedad y de vejez, y cobertura amplia en materia de salud, que eviten, ante situaciones de shock o crisis, caer en vulnerabilidad o pobreza

  4. Generar un sistema con pensiones dignas y adecuadas.

  5. Ampliar el proceso de inclusión financiera hacia todos los sectores de la sociedad.

  6. Diseñar estrategias que eviten el control monopólico y oligopólico de los recursos económicos por parte de los grandes grupos económicos.

  7. Establecer un sistema impositivo progresivo, sin tratamientos y regímenes fiscales especiales para la clase alta o los que tiene ingresos extraordinarios, así como ejercer un gasto público garante de derechos.

En términos de medición se establece que para evitar caer en la pobreza el salario mínimo debería ubicarse en un nivel de 353 pesos diarios, 2.5 veces más que el actual; ello sin tomar en cuenta que la cifra debe actualizarse, ya que el estudio se publicó en 2017. Es decir, queda mucho por mejorar los ingresos para tener un país con una clase mayoritariamente media y para desterrar en forma definitiva a la pobreza.


A manera de conclusión


La clase media es una realidad. En las sociedades y en México existen personas que viven en esa región a medio camino de la riqueza y de la pobreza. Esa medianía simplemente representa un estilo de vida posible, lejos de las carencias opresoras, pero también de los excesos decadentes. En ese sentido, la clase media y sus estilos de vida pueden ser más la aspiración natural de una sociedad. Simplemente, por esta razón ya sería necesario entender las implicaciones económicas de este estrato social y de su expansión.


Socialmente la clase media tiene más consecuencias. De sus filas provienen expresiones culturales, políticas y hasta empresariales significativas. Es cierto que las mayorías desposeídas, marginadas o excluidas (como se prefieran denominar) fácilmente constituyen contingentes numerosos, que cuando se movilizan tienen efectos notorios pero impredecibles. Estas movilizaciones no tienen porque ser violentas, como lo fueron frecuentemente en el siglo pasado. Ahora también se pueden expresar a través de los mecanismos democráticos, particularmente en las elecciones. Las mayorías empobrecidas pueden encumbrar mediante el voto a personas, a grupos y a partidos políticos y por supuesto, a las consecuentes ideologías.


La clase alta es una minoría y su capacidad de influir con su voto en las decisiones electorales democráticas es reducida. Lo notable en estos años de transformación es que la clase media es la que sostiene la balanza política. Puede afirmarse que es ella la que le dio el triunfo al López Obrador en 2018, cuando la mayor parte de ella salió a votar por su propuesta. Ahora también parte de esa clase media, seguramente desilusionada, salió a manifestarse en contra. Los efectos más palpables fueron en la Ciudad de México, que ha sido baluarte de la izquierda y en las últimas elecciones de Morena; eso fue lo que dolió, lo que le dolió al presidente.


Políticamente hay lecciones importantes para reflexionar:

  1. México sigue siendo un país flagelado hondamente por la pobreza. Sin embargo, cuenta con una clase media suficientemente significativa como para inclinar elecciones en un sentido o en el otro. La gran duda es si en algún momento podría actuar políticamente para sí y si esa cohesión le permitiría tener una agenda propia, con demandas específicas, tal como lo propone Viri Ríos.

  2. Establecimos que es posible caer desde la clase media nuevamente a la pobreza. ¿Quién sufre este accidente automáticamente adquirirá la conciencia de pobre, o mejor aún de la clase proletaria? ¿No será que conservará sus convicciones ideológicas de clase media, aunadas a un resentimiento por la pérdida de “estatus” y que culpará a alguien o a algo por su “degradación”? Esta última interrogante sería la explicación más coherente para entender porque Morena perdió las alcaldías del Occidente de la Ciudad de México.

  3. Estar en contra de las causas de los pobres es totalmente incorrecto, significaría un suicidio político. La pobreza es la peor de las condiciones, por eso las políticas públicas deben dirigirse a erradicarla, siendo el siguiente peldaño natural el concentrar a la mayor parte de la población en el ámbito de vida de la clase media.

  4. La clase media no puede concebirse como indeseable o incómoda; ese es un error de apreciación del presidente. Las políticas públicas deben promover su crecimiento y su consolidación y en estricto sentido, deben tener tal vitalidad que permitan la invulnerabilidad hacia la pobreza. La educación pública, particularmente la superior, ha sido un generador importante de clase media; pero eso no basta, es necesario reactivar la movilidad social. Ello requiere entender de mejor forma la dinámica de la clase media para robustecerla como el grupo más dinámico de la sociedad. No se trata sólo de repartir, sino de crear condiciones que le den cauce a las iniciativas individuales, desde las que se construyen impactos sociales positivos: empresas, asociaciones y organizaciones civiles, entre otras.

  5. Es cierto que la clase media es ingrata, porque tiene opciones y diversidad; en todo caso más que lo que ocurre entre los pobres, suficientemente ocupados con resolver el cortísimo plazo. Precisamente es ahí en donde yace el dilema para el político: ¿se justificaría mantener a un pueblo en la pobreza para contar con una base social? Desde luego que no, porque se pondría en riesgo la estabilidad social, ante el repudio de los pobres por el incumplimiento de promesas. Los pobres no viven obnubiladamente, también aspiran a la prosperidad, más si entre ellos se encuentran profesionistas, técnicos y en general, un importante número de personas con preparación media superior o superior.

México está llamado a ser un país de clase media, a eso nos debe llevar el progreso económico. Pero debemos entender que para avanzar hacia allá no podemos abandonar a millones de mexicanos que se encuentran en medio de la riqueza y de la pobreza. La acción transformadora debe ser incluyente con esa gran capa de la población que aporta ideas, convicciones, actitudes de superación y que tiene un cúmulo de iniciativas y de creatividad. Todo debe coincidir para tener un México pujante: la moral del trabajo diligente y bien hecho; las condiciones que premien contundentemente al que se esfuerza; la solidaridad de todos hacia las clases menos favorecidas y un Estado que debe entender que la clase media, más que un riesgo, significa un motor de desarrollo para cumplir con metas y objetivos.


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