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Malinalli Segunda parte

José Enrique Vidal Dzul Tuyub

Cortés y la Malinche. José Clemente Orozco. Antiguo Colegio de San Ildelfonso


Gritaban y con sus tambores a nuestro derredor, bravos guerreros cruzaban sus flechas, sus lanzas y piedras muy cerca; se levantaba el polvo de la batalla; se cernia sobre nosotros la guerra y la muerte. No había espacio para cubrir cabeza, espalda y carnes; morir no era mi destino, ya que para eso los escuadrones de Xicoténcatl, sin nada de ánimo de aceptarnos el diálogo de paz, nos enfrentaban sin lograr rompernos. Grité por un dolor terrible e intenso con el que sentía que la cabeza me reventaba, es cuando mi señor, Cortés, me sacudió y dijo: “Doña Marina, Marina, despierte su merced, despierte, ¿qué sucede?”. Cuando logré despertar, sudorosa, con el aire escapando de mi vida, sorprendida por la pesadilla que ocupaba mi intento de descanso y que sentí vívidamente hasta el dolor, mi señor me cobijo. En muchos momentos me encontré forzada también a pelear por mi vida y la de mis iguales, pero la que recuerdo más, son las batallas de los señoríos de Tlaxcallan durante tres ocasiones. Todos supimos como acabaron estos guerreros con el señor Pedro Morón y diez de los señores en Tecoac; dentro de los muros y laberintos que servían de frontera entre Tlaxcallan y los mexicas. Ahí se dio fin a la vida de una valiosa yegua, que ya muerta, fue enviada a los pueblos como un tributo de batalla para demostrar que hombre y bestia, no eran uno solo y que además eran mortales. Los guerreros de Xicoténcatl eran muy ordenados y fieros. Se hablaba de un tal Tlahuicole, fuerte guerrero capturado por los mexicas; igualmente de todos sus capitanes, todos los caciques y sus penachos, junto a sus divisas como estandartes, que además de vistosos se distinguían en sus ordenamientos de pelea, siempre enfrentaron a los mexicas, sus eternos rivales con éxito, aunque vivían rodeados de los pueblos que les tributaban, en especial los de Chollolan. Ya despierta totalmente, pero aún confundida y triste, con temor y miedo, nunca con pánico, pero sí con mucho valor y coraje por esta circunstancia que me rodeaba. Así, recorrimos veredas, brechas, valles, montañas y cerros; usábamos sobre todo las brechas para evitar caminos principales, evitando así ser visibles ante el enemigo, los cuales permitían el avance de nuestra gente camino a Tenochtitlán, lugar del gran Moctezuma, sin que sus poderes, tanto de él, como de otros pueblos nos encontraran y dieran guerra, ya que podrían acabar con nosotros, por los pocos que éramos, tanto españoles como cempoaltecas. Miro mis pies nada agradables ante mi vista y noto que desde mis ocho años hasta ahora antes de cumplir los veinte, he recorrido con ellos, desde Oluta donde nací, Xicalango donde me intercambiaron con los mayas, Potonchán donde diez años estuve, La Vera Cruz cuando se fundó, Tlaxcallan y Chollolan; todos esos mundos bajo mis pies, caminando a tropiezos, entre tierra, arena, espinas y piedras. Algunas veces, entera, otras cansada al extremo del agotamiento, siempre sudando, espinada, con fiebre; también una vida intensa navegando en ríos, lagos y mares; he bebido de charcos, manantiales y de la lluvia misma. Me confundo, no sé si iré por las nueve regiones del Mictlán y si ese es mi camino, si podré atravesarlas como ánima, o si bien, viajaré al inframundo de los mayas del Xibalbá, en donde el cuerpo se descompone y el alma subsiste y visita de nuevo a sus seres queridos; o tal vez, al cielo hecho paraíso cristiano, o irremisiblemente al infierno por los errores cometidos en mi vida, o las decisiones tomadas en convencimiento a mi sobrevivencia; me siento sumamente afligida, me angustia pensar que será de mí después de la muerte, me genera un conflicto en mi interior que me arrebata y me deja con mayor fuerza. De lo que estoy segura, es que hablarán de mí por siempre en diferentes pueblos y señoríos, por todo lo que ha hecho hasta ahora mi señor, y al ser yo “su lengua”. La muerte, que es algo tan común; es el camino para seguir sin algún punto de referencia… y esto es lo más seguro que sucederá en algún momento, lo que todos esperan… la muerte natural, en sacrificio o en guerra… pero como entender la muerte por sacrificio, y por guerra, por un dios o a nombre de ellos. Chollolan significa algo para mí por el número de guerreros muertos, entre unos y otros, es parte de quien tiene su turno de morir, y en nombre de quién sucede la muerte. No me arrepiento porque eran ellos o nosotros los muertos; muerta en las trampas en fosos con postes afilados o flechada, no me hubiera dado la oportunidad, si eso ocurría, de arrepentirme, si quedaba en batalla, como alimento o en ofrenda de Huitzilopochtli. Reconozco que después de esa matanza, dejar a cargo a los propios señores principales de Chollolan de su propio pueblo, fue importante acierto de mi señor; lo cual aconsejé, haciéndome caso don Hernán; así como en el declarar la hermandad entre cholultecas y tlaxcaltecas, unidos por su mercado, lo que ayudaría incluso por el comercio, y así los tlaxcaltecas pudieran acceder a conseguir la sal de mar, por lo que consumían únicamente el tequesquite, de igual forma el algodón para la vestimenta, lo que antes no podían obtener, y usaban el ixtle del maguey para sus ropas, por el enfrentamiento desde tiempo más atrás entre los mexicas y tlaxcaltecas.

Mi vida, aunque intensa, aun no tiene un objetivo, tampoco sé qué pasará, ya que en tan poco tiempo ha pasado de todo. Siento que tendré un hijo de mi señor; no es un deseo, pero es algo que puede pasar en cualquier momento; estaré atenta ya que con estos caminos y con esta vida es casi imposible, ni sé si por ahí ha quedado en algún camino algo, me siento feliz cuando me miran con cariño por mi señor Cortés, cuando me consultan grandes señores, me hacen sentir necesaria, y claro también siento que algunas personas me temen. Esta es mi vida ahora, en la casa de los mexicas, en Tenochtitlán; me parece que es grandiosa, un pueblo ordenado, limpio, que su fuerza impone, pero afecta a otros pueblos por los tributos excesivos. La prosperidad y la armonía de un pueblo o de unos pocos rompe con el equilibrio de muchos, generando contrarios y penurias que parecen voluntad divina; también vivimos entre esos antagonismos, como las estrellas y la luna; la siembra del maíz y la voluntad de los dioses; la calma del inmenso lago y los cauces de los ríos…

17 de abril 2021

José Enrique Vidal Dzul Tuyub.


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