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¿Quién es la madre de Huitzilopochtli?

Gildardo Cilia López


Coatlicue. Museo Nacional de Antropología e Historia de México

La degollación de una madre


Leo el ensayo de Jean-Claude Delhalle y Albert Luykx: “Coatlicue o la degollación de una madre”. El texto es sobresaliente. Sorprende la descripción que hacen de la Coatlicue, cuya estatua monumental se encuentra en la sala Mexica del Museo Nacional de Antropología e Historia de México. De 2.60 metros, la Coatlicue aparece decapitada y aprecian en la falda de la Diosa - constituida por un amontonamiento de serpientes - un simbolismo trino: resurrección, fertilidad y muerte

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La mayor resonancia mítica la encuentran en la parte superior de la estatua: “la cabeza de la Coatlicue se ve reemplazada por dos cabezas de crótalos dispuestas frente a frente. El chorro de sangre transformado en serpiente sólo puede ser el símbolo de la vida volviendo a surgir”. A partir de la magnífica descripción, surgen dos preguntas razonables:


¿Quién degolló y cuál fue la causa de la degollación de la Coatlicue?


La explicación mítica adquiere diferentes vertientes, pero los autores encuentran en los simbolismos del gran disco de piedra de la Coyolxauhqui, descubierto en 1978 - que se puede apreciar en el Museo del Templo Mayor – los vértices conjuntados que llevan a una posible respuesta. La diosa yace decapitada y desmembrada y las serpientes se enrollan en sus brazos y sus piernas. Como su madre, en la Coatlicue, son sobresalientes – portentosos - sus senos, símbolo indudable de una capacidad de procreación infinita; además los senos están caídos como representación de la amamantación de un sinnúmero de hijos.


La Coyolxauhqui - dice Miguel León-Portilla - es un singular reflejo de su madre la Coatlicue: es una Diosa hija que a su vez es una Diosa madre. En ambas deidades existen símbolos de fertilidad y la necesidad de recrear la vida mediante el sacrificio. El plano de la vida y la muerte es una dualidad indisoluble y entre ambas es necesario contar con la fuerza innata para volver a reproducir y regenerar la vida. Los corazones en los senos maternales de la Coatlicue es símbolo de vida mediante el sacrificio.


La Deidad no quiere que nazca el hermano: Huitzilopochtli y es capaz de sacrificarlo para consolidarse como regidora del universo visible: de los Centzonhuitznahua (Los Cuatrocientos Surianos). La Coyolxauhqui no lo logra: es degollada y desmembrada; nadie puede oponerse a los designios del Dios poderoso, cuya luz sólo florece con la guerra. Huitzilopochtli nace en medio de un conflicto y su vitalidad sólo puede prevalecer si es capaz de vencer continuamente a las deidades nocturnas. He ahí la concatenación del mito mexica: el Sol necesita de la guerra.



Coyolxauhqui. Museo del Templo Mayor

La Coyolxauhqui: la verdadera madre de Huitzilopochtli


Delhalle y Luykx, en su ensayo, hacen una referencia importante sobre la madre de Huitzilopochtli. Citan a Hernando de Alvarado Tezozómoc, quien considera que la Coyolxauhqui es su madre y no su hermana:


“Se armó para la guerra…y tomó su escudo, con que enfrentó a sus tíos…estaba allí su madre llamada Coyolxauhcihuatl…viene luego a destruir y matar a sus tíos, a los Centzonhuitznahua…cómese a sus tíos y a su madre…”


Hernando de Alvarado Tezozómoc, autor de dos obras históricas: Crónica Mexicana y la Crónica Mexicáyotl, es una fuente digna de tomarse en cuenta. Descendiente de emperadores mexicas: sobrino nieto del huey tlatoani Motecuhzoma y bisnieto de su sucesor Axayácatl; formaba parte de una de las familias más nobles y respetadas del imperio mexica. Nace entre 1520 y 1525 y era un conocedor del significado de los códices mexicas, además de que seguramente conocía por fuentes orales la historia de la formación y fundación de la cultura mexica.


¿Por qué es importante hablar sobre quién es la madre de Huitzilopochtli ? Es factible que estemos hablando de una misma Diosa en diferentes momentos; de ser así el mito de la Coatlicue-Coyolxauhqui respondería a etapas civilizatorias que se entrelazan entre el nomadismo y el hallazgo de la tierra prometida por el Dios que los guía.


En la concepción de la madre puede existir una dualidad: “la madre buena”, la que se relaciona “con la abundancia de la tierra y de la riqueza”, la que reparte y da de comer; y “la madre mala”, la que se asocia con “la sequía y la miseria”, la que hace sufrir a los hijos de manera inmisericorde. Esta última, es la que padecieron los aztecas en su peregrinaje del Norte de Mesoamérica al Valle del Altiplano Mexicano. Sujetos a privaciones y a tribulaciones en el Norte árido, no podían amar del todo a la madre tierra; asediados por el hambre ésta representaba la escasez y al mismo tiempo, el espejismo de la sobrevivencia.


La Coatlicue fue la primera madre de Huitzilopochtli, es decir, la madre de la larga peregrinación azteca. No podía existir en su representación belleza, más bien era un ser que tenía que ser escalofriante. La estatua monumental es una síntesis del horror de ser nómada; de no encontrar un sitio para poder constituirse en una civilización sedentaria. La figura de la Diosa significa la angustia de los pocos frutos que producía la tierra para la recolección; también de las noches de insomnio, cuando en el horizonte sólo se pueden apreciar los ojos luminosos de los animales y las fieras y de las sombras que parecen transformarse en seres nocturnos. La Coatlicue es la representación monstruosa de la escasez y de la zozobra que origina los momentos aciagos; del terror de la penumbra siempre asociada a la muerte.


La Coyolxauhqui, no es la madre buena que sustituye a la mala. En la narración de Hernando Alvarado Tezozómoc, más bien es la confirmación del mito, llevado éste a sus últimas consecuencias: el matricidio. Los aztecas matan a la madre por medio de su Dios tutelar, como el único medio de encontrar con la luz solar un mejor destino. Se erige Huitzilopochtli como el Dios portentoso, el que rige sobre todas las cosas; el que por fin - sin obstáculo alguno - los puede guiar hacia la tierra prometida.


Coyolxauhqui sería, entonces, el mito renovado de la madre que le infligió a los aztecas penurias durante la larga peregrinación. Encuentran físicamente un lugar para su sacrificio: el Cerro de Coatepec (en la Colina de la Serpiente). Según hallazgos recientes de investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia, es un lugar donde pudieron haberse asentado temporalmente antes de llegar a Tula. La contemplación de civilizaciones que florecieron mediante la sabiduría, puso al descubierto su ignorancia y la necesidad de refundarse, reformando el mito, tal como lo hizo Tlacaélel.


En Coatepec, yace la Coyolxauhqui, pero nace Huitzilopochtli ; ahora – reitero - el Dios guía (el Colibrí Azul) puede cumplir con el destino que les tiene prometido: constituir el imperio más grande del mundo mesoamericano. Se dice que en el desmembramiento de la Coyolxauhqui, su cuerpo quedó en diferentes partes de la Colina de la Serpiente. En la vasta concepción mítica, existe la versión de que Huitzilopochtli lanza la cabeza de la Diosa hacia arriba, formando la Luna.


Me gusta pensar - reformulando el mito - que el cuerpo de la Coyolxauhqui se diseminó más allá de Coatepec y que el Dios colibrí llevó a los aztecas a donde se había esparcido el vientre de la Coyolxauhqui, en la parte acuosa del Altiplano mexicano: en el Lago de Texcoco. El Dios los guío hacia el centro del Lago de la Luna (el Lago de Texcoco); ahí nació la civilización mexica: en el ombligo de la Luna: “En el Centro del Todo”.




El ombligo de la Luna


Darle un seguimiento preciso a la simbología de los mitos nahuas es sumamente complejo: porque las historias de los dioses se entrelazan y más de una divinidad puede regir sobre los astros del cosmos. Estar en el ombligo significaba ubicarse en el centro del todo: era el quinto punto cardinal, por lo tanto, representaba el equilibrio cósmico y geográfico; por extensión, era el punto imaginario de la armonía y como consecuencia, constituía un emblema de virtud; sin olvidar que todo equilibrio y toda virtud exigían sacrificio.


Según Gutierre Tibón del ombligo emana el fuego divino y también el erotismo; el ombligo es la huella que deja la acción sexual, convergente y fértil, del hombre y la mujer. Las civilizaciones mesoamericanas asociaron la fertilidad con la Luna, por la atracción que ejerce sobre el agua y sus efectos en el desarrollo y la fecundidad de las plantas. Para los mexicas, no sólo la Coyolxauhqui, sino la Coatlicue (madres las dos) eran las divinidades que regían a la Luna; por eso la Coatlicue llevaba como atuendo una falda de serpientes, indicando su capacidad infinita de procreación.


El mito unía un todo: la luz tenía que reflejarse en el paisaje que representaba a la Luna y los que habitaban en el corazón del Lago de Texcoco, en el ombligo del cosmos: Tenochtitlán, tenían la misión divina de hacer que ese todo floreciera. La fertilidad tenía que ser perpetua.



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