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Tema de la Semana: Sacrificar la economía puede que ayude a controlar los daños sociales del covid19

Actualizado: 10 ago 2020

Pero no es seguro y podría comprometer gravemente el crecimiento y el desarrollo futuro


Coordinador: Guillermo Saldaña Caballero

Está claro. El coronavirus causó un apagón general de las actividades sociales y productivas en todos los rincones del planeta. Se bajó el switch de los circuitos económicos, con excepción de los financieros y algunos considerados como esenciales relacionados con alimentos, telecomunicaciones, seguridad, mensajería, medicamentos. Lo que se produjo fue una inmovilidad casi instantánea. Fue un apagón económico. (Martínez Leyva, Juan Eduardo. “La pandemia y la economía” en los Peripatéticos, de la Ekonosphera).

Parece increíble que la propagación de un microorganismo de 120 a 160 nanómetros tenga postrado al mundo. Un nanómetro equivale a una milmillonésima parte de un metro o a la millonésima parte de un milímetro. El enemigo no es un organismo vivo y necesita de las células de un huésped para reproducirse. El Covid-19 es invisible, pero puede ser letal, nada más apropiado que recurrir a la etimología: “virus significa veneno o sustancia nociva”. Los estragos de su esparcimiento son enormes: más de 18 millones de infectados y casi 700 mil fallecimientos en el planeta.

Sin una narrativa que lleve al optimismo, podemos señalar que las economías sólo volverán a “encenderse” (a funcionar a toda su capacidad) cuando se confirme y se tenga acceso a una vacuna o a un tratamiento. En tanto no suceda algo de eso, la pandemia seguirá generando preocupación, ansiedad y parálisis. Las sociedades no se podrán liberar del todo del miedo y continuará siendo necesario instrumentar políticas públicas de confinamiento.

El daño económico de quedarse en casa se hace evidente a la luz del siguiente dato: la economía mundial, según el Banco Mundial, se reducirá 5.2 % en 2020, lo que llevaría al planeta a la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial.

La caída del Producto Interno Bruto (PIB) en el segundo trimestre del año ya fue impactante: el de Estados Unidos se derrumbó a una tasa anualizada de 32.9%, la contracción más grave desde 1947; el de Alemania cayó 10.1%, la recesión más pronunciada desde 1945; en tanto que el PIB de México decreció 18.9%, la peor caída trimestral de la época contemporánea, mayor que la de 2008-2009 y que las vividas en los noventas. Según el INEGI, la caída nos sitúa en los niveles del PIB que tuvimos en 2009. (Santaella, Juli A. INEGI, 2020/07/24).

La pandemia ha planteado en el mundo un dilema. Para limitar el número de contagiados y sobre todo de defunciones, la población debe confinarse; lo que entorpece las actividades productivas. Muchas personas confrontan así la disyuntiva de evitar correr el riesgo de enfermar y en el extremo morir, o bien de arriesgarse para ganar el sustento cotidiano. Lo inédito de la situación es que no hay experiencias comparables o precedentes realmente útiles para tomar decisiones razonablemente fundamentadas. La incertidumbre es prácticamente completa. Ni siquiera es posible anticipar un plazo para que termine la emergencia sanitaria. La humanidad espera con ansiedad esa vacuna, un tratamiento eficaz y seguro o la llamada inmunidad de rebaño. Para colmo de males, se acumulan los casos de personas que vuelven a contraer el covid-19. Al parecer la resistencia al virus es temporal.

El dilema entre salud y economía ha sido afrontado con diferentes estrategias por los gobiernos del mundo, con resultados y efectos diferentes: se ha probado con diferentes dosis de aislamiento; se ha invertido en pruebas; continuamente hay conteos de infectados y fallecidos, siempre con la esperanza de aplanar la curva pandémica y también se han erogado cuantiosos recursos para amortiguar el desempleo y la ausencia de ingresos y ganancias. Parece que todo ha sido en vano, no se ha podido regresar a “la nueva normalidad” y el impacto económico ha afectado las finanzas de los países hasta hacerlos vulnerables.

En los Estados Unidos los apoyos económicos han sido los más importantes en su historia y en la del mundo. La inyección económica, a la fecha, suma 3 billones de dólares, incluyendo, entre otros conceptos: 250 mil millones para efectuar pagos con cheques directos de 1,200 dólares a ciudadanos con un ingreso menor a 75 mil dólares al año, añadiendo 500 por cada menor de 17 años; 350 mil millones a préstamos para pequeñas empresas; 250 mil millones para ampliar los beneficios por seguro de desempleo; 150 mil millones para apoyar a las autoridades locales y estatales; 130 mil millones para reforzar el sistema sanitario; 500 mil millones para empresas de sectores estratégicos como aerolíneas o el sector turístico. En un segundo paquete, se asignaron 484 mil millones de dólares más para préstamos a pequeñas empresas, agricultores y fondos de hospitales.

El apoyo monumental poco sirvió en términos económicos. La economía norteamericana decreció en 32.9% en el segundo trimestre del año. Se estima que, durante el presente ejercicio fiscal, el déficit del gobierno representará 23.8% del PIB estadounidense.

Los apoyos continuarán y se prevé que se anuncie en agosto un nuevo paquete de 1 billón de dólares, que incluye asistencia para los empleados y pago a las empresas para que puedan retener a sus trabajadores. No deja de sorprender que ahora la discusión se centre en el pago a los desempleados. Los republicanos señalan que la retribución actual de 600 dólares semanales supera lo que muchas personas recibían cuando estaban ocupadas; lo que significa un desestimulo para regresar a los puestos de trabajo, por lo que proponen que el estímulo no sea mayor a 70% del salario que percibían al quedar desempleados. Resulta así, que los estímulos significan ahora no sólo una carga fiscal, sino un instrumento que actúa contra el empleo y la productividad.

En la economía alemana también se han inyectado significativos recursos, alrededor de 950 mil millones de dólares (a junio) para paliar los estragos de la crisis pandémica. Sin embargo, al igual que en Estados Unidos, la inyección poco sirvió para detener la caída del PIB.

La comparación de México con países como Estados Unidos y Alemania no es realmente admisible. Estas economías cuentan con un potencial económico y con recursos abrumadoramente superiores. Un análisis más correcto tendría comparar a México con las tres economías emergentes relevantes de Latinoamérica: Chile, Brasil y Argentina.

América Latina

Los datos para América Latina son preocupantes. Según la “Comisión Económica para América Latina y el Caribe” (CEPAL), como resultado de la crisis pandémica, se prevé para la región lo siguiente:

  1. Una caída de 9,1% del PIB, que regresaría a este indicador a los niveles existentes en 2010.

  2. La tasa de pobreza subirá en 7 puntos porcentuales más y se situará en 37.3%, lo que significará que habrá en total 231 millones de personas en esa condición

  3. La pobreza extrema se elevará en 4.5 puntos porcentuales, para situarse en 15.5% de la población. Es decir, se sumarán en este año 96 millones de personas que no podrán siquiera adquirir la canasta básica.

  4. Se calcula que el desempleo en la región subirá de 8.1% en 2019 al 13.5%; lo que significa que el número de personas sin trabajo se elevará a 44 millones.

La crisis pandémica develó muchos problemas estructurales en la región, entre ellos, las debilidades de los sistemas sanitarios, que se encuentran fragmentados o segmentados; la vulnerabilidad de los sistemas de salud que inciden en un rápido colapso de los servicios médicos y hospitalarios; la fragilidad de ingresos que puede llevar a una crisis alimentaria; la necesidad de erogar cuantiosos recursos fiscales por la existencia de numerosas personas en situación vulnerable (personas mayores, mujeres, pueblos indígenas y afrodescendientes, entre otros). Ante esta situación, la CEPAL llamó a invertir 6% del PIB en el rubro sanitario, bajo dos premisas sustantivas: 1) que los servicios de salud son “la infraestructura básica de la vida y sin ella no se puede hablar de desarrollo económico ni social; y 2) que el sector salud tiene una gran cantidad de encadenamientos productivos, por lo tanto, “Es un generador de empleos y de inversiones de gran peso para generar crecimiento” (Noticias ONU, julio 30 de 2020).

Chile

Chile es la economía latinoamericana mejor evaluada desde hace muchos años. Al inició de la crisis pandémica se estimaba que iba a registrar una de las menores caídas del PIB en América Latina. El Banco Central chileno pronosticó una variación de -2%, la CEPAL de -4%, el Banco Mundial de -4.3%, el Fondo Monetario Internacional (FMI) de -4.5 y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) de -5.6%.

La actividad económica avanzaba favorablemente en el primer bimestre del año, hasta alcanzar en febrero un incremento de 2.7%; esto, luego de haber superado la caída originada por el estallido social en octubre y noviembre de 2019 (-3,4% y -4%, respectivamente). En el mes de marzo, como en casi todos los países del mundo, la actividad económica prácticamente se detuvo.

La economía chilena había alcanzado tasas de crecimiento relevantes, mayores a 5% y en la crisis hipotecaria apenas si había tenido una contracción de 1.6%. En los últimos 5 años, sin embargo, las tasas de incremento habían sido más bien mediocres, obteniendo su mejor resultado en 2018, con un porcentaje de 3.9%. Todo ello, en medio de una relativa estabilidad macroeconómica, con tasas de inflación menores a 3% de 2016 a 2019, después de que en 2015 la inflación anual había sido de 4.38%.

La visión menos pesimista sobre la economía chilena se soportaba (así lo señalaba Nora Lustig) en la existencia de una deuda pública baja en relación con el PIB, que en el caso de Chile se situaba en 27.7%. Esta posición de su deuda permitía un mayor margen de maniobra para afrontar el “freno” económico. (BBC News Mundo, 28 de abril 2020)

El primer “Plan de Emergencia Económica” del 19 de marzo fue por 11,750 millones de dólares (4.7% de su PIB) y se sustentó en tres grandes líneas: a) protección al empleo; b) inyección de liquidez a todas las empresas de todos los tamaños y c) apoyo a los ingresos familiares. Posteriormente, en abril, se presentó un segundo paquete con un fondo de 2,000 millones de dólares destinado a la protección de ingresos de trabajadores más vulnerables (informales sin contrato). Dentro del plan de emergencia, asimismo, se instauró un plan de hasta 3,000 millones de dólares para aumentar las garantías estatales.

Tres medidas resultan interesantes de resaltar: la Ley de Protección del Empleo, que le permiten a alrededor de 4.5 millones de trabajadores mantener la relación laboral con sus empleadores y tener acceso al Seguro de Cesantía, aunque no fueran formalmente despedidos; el establecimiento de medidas tributarias para las empresas, entre ellas, la suspensión por tres meses del pago del impuesto sobre la renta y la postergación para las Pymes del pago del IVA por 3 meses con tasa “0” y del impuesto sobre la renta hasta julio; y la reducción de la tasa de interés a un histórico 0,5%, como una manera de despresurizar el costo financiero para las personas, las empresas y el mismo Estado. En junio se volvió a crear un fondo especial de 12 mil millones de dólares, a efecto reactivar la economía, muy golpeada por la crisis sanitaria y ayudar a las familias que más han sufrido por la pandemia.

Los resultados no han sido los deseables, las autoridades fiscales y monetarias del gobierno chileno ampliaron el pronóstico de caída de 2 a 6.5% en 2020, FMI de 4.5% a 7.5% y CEPAL la ubica en 7.9%, 3.9 puntos porcentuales más con respecto a su proyección inicial. La tasa de crecimiento proyectada sería la más baja desde 1983; pero también pone a las finanzas públicas en una posición endeble: el déficit fiscal alcanzará 9.6% del PIB, el mayor registrado desde 1973, como consecuencia de la disminución de ingresos y de la expansión del gasto por los programas emergentes; en tanto que la deuda pública se ubicará en 34.8% del PIB. La síntesis sobre la situación de la economía chilena y el efecto de su programa de rescate es breve: recesión profunda con deterioro en sus finanzas públicas.

Brasil

El gobierno y el banco central brasileño han ido sucesivamente reduciendo su pronóstico de crecimiento, de un 0% inicial a -4.7% en mayo y a -6.4% en junio. El FMI en abril auguraba una contracción de 5.3%, pero en julio los malos augurios lo llevaron a un pronóstico de -9.1%. En el mismo sentido CEPAL aumentó su estimación negativa, de 5.2% a 9.2%.

Aun cuando parezca inconcebible, la tasa proyectada por el banco central brasileño (-6.4%), resulta dramática porque no existe un registro negativo de esa magnitud, si se llevan las estadísticas hasta el año de 1970. Se dice que es la tasa más desfavorable desde 1901. Sin embargo, la tasa de incremento anual desde hace cinco años ha sido baja. Se registró en promedio una contracción de 0.66% durante el periodo 2015 a 2109.

La inflación de 2010 a 2019 ha sido relativamente alta, con una tasa de 5.85%, en promedio. Alcanzó su máximo en 2015, con 10.67% y su mínimo en 2017 con 2.95%. En 2019 la tasa inflacionaria fue de 4.31%.

Brasil era una de las economías menos preparadas para enfrentar la crisis pandémica, al tomar en cuenta el índice de deuda pública en relación con el PIB. De acuerdo con el Ministerio de Economía, la deuda bruta como proporción al PIB en diciembre de 2019 fue de 75.8%.

La limitante de la deuda hacia inviable que Brasil pudiera llevar a cabo una estrategia agresiva para afrontar el apagón económico. No fue así, en abril el presidente Bolsonaro instrumentó una estrategia con un fondo por 38 mil millones de dólares con las siguientes directrices: 18 mil millones para 54 millones de trabajadores informales (alrededor del 35% de la PEA del Brasil) y 20 mil millones para el mantenimiento del empleo. Se abrió la posibilidad de que las empresas pudieran reducir el salario hasta en 70% al mes y que el Estado brasileño se hiciera cargo de sufragar la diferencia.

Adicionalmente, el gobierno ofreció 6 mil millones de dólares en créditos a las empresas para que estas pudieran pagar sueldos y anunció transferencias por 3 mil millones a los gobiernos estatales y municipales para apoyar la contención de la pandemia en sus territorios.

Los estragos en las finanzas públicas fueron evidentes: el déficit en sus cuentas públicas de enero a mayo se situó en 12.6% del PIB; el déficit primario en 7.41% del PIB; y la deuda pública se situó en 81.9% del PIB, 2 puntos porcentuales más que en abril. Según pronósticos efectuados en julio, el gobierno brasileño prevé que la deuda bruta alcanzará el 98.2% del PIB al finalizar 2020, esto es, 22.4 puntos porcentuales más en comparación con diciembre de 2019 (75.8% del PIB).

Los apoyos otorgados a los trabajadores del sector informal y microempresas han puesto contra las cuerdas a las finanzas públicas del país. Los apoyos se programaron de abril a junio; lo que ha significado un costo para el gobierno de más de 32 mil millones de dólares. Al finalizar junio se prolongó por dos meses más, para llevar la erogación fiscal a más dé 50 mil millones de dólares, razón por la cual el ministro de Economía del presidente Bolsonaro, simplemente dijo: “No podemos continuar mucho tiempo. Son 50.000 millones de reales al mes”. (The San Diego Union-Tribune, julio 28, 2020)

A los resultados desastrosos en las finanzas públicas, habría que agregar otros datos: el desempleo no se ha contenido, por el contrario de enero a julio, aumentó en 1.2 millones de personas y las inversiones extranjeras de enero a junio registraron un retiro de 31 mil 252 millones de dólares. Sin embargo, nada más grave que su crisis sanitaria, Brasil, después de Estados Unidos, es el segundo país con más infectados, 2,912,212 y más muertos, 98,493 (cifras al 6 de agosto). Nada más que decir: Brasil se enfrenta a la peor crisis de su historia y sin palancas para superarla, está muy cerca (o tal vez ya esté) técnicamente de una ruina fiscal o financiera.

Argentina

Las expectativas de crecimiento de la economía de Argentina eran, desde antes de iniciar la crisis sanitario-económicas, nulas. La predicción del FMI para 2020 desde octubre de 2019 era sombría, con una caída de 1.3%. En su Informe de Política Monetaria publicado en febrero de 2020, el Banco Central argentino no fue más optimista, ya adelantaba una contracción de 1.5%.

De esa fecha a la actual, las proyecciones se han hecho más sombrías. El Banco Central a través de los analistas y operadores que participan en el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) han ido aumentando considerablemente la contracción en el PIB: de 7% en abril a 12% en julio. Los organismos internacionales en 2020 también han ampliado sus predicciones: CEPAL de -6.5% a -10.5% y el FMI de -5.7% a -9.9%.

El cuadro macroeconómico es grave. El pronóstico inflacionario en 2020, de acuerdo con el Banco Central, se estima en 40.7%. No está por demás decir que la inflación desde 2010 ha sido superior a 20% y en 2019 fue de 53.83%. Argentina enfrenta en 2020, así, el peor de los contextos macroeconómicos: estancamiento con inflación.

La crisis fiscal del Estado es enorme, con una deuda bruta que representa el 93.3% y en plena crisis pandémica una de sus prioridades ha sido la renegociación de su deuda. Las conclusiones del ministro de Economía, desde abril fueron dramáticamente objetivas: “Argentina no puede ofrecer más…ya está en una situación de virtual default”. (France 24, abril 30 de 2020). Propuso a sus acreedores tres años de gracia y un ahorro de 37 mil 900 millones de dólares, para dejar de pagar 62% de los intereses.

Pese a su enorme carga fiscal, el Gobierno desde abril instrumentó un programa de rescate que absorbió 5.6% de su PIB, bajo las siguientes directrices: asistir a los sectores de la población vulnerada mediante un ingreso de emergencia en abril y mayo; otorgar un crédito sin intereses para consumo a los trabajadores autónomos; pagar a las empresas una parte de los salarios de sus trabajadores y otorgar líneas de crédito con una tasa de crédito subsidiada. La prioridad, así, se centró en contener el daño social y mantener el nivel de empleo.

El esfuerzo ha sido enorme, a través del Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP), el Gobierno ha subsidiado el 50% de los salarios de más de 2 millones de trabajadores de compañías privadas. En total, el ATP cuenta con un presupuesto de 1 mil 190 millones de dólares. También creó un fondo de unos 730 millones de dólares para facilitar el acceso a créditos bancarios de las Pymes. “Ante la imposibilidad de acceder a financiación externa, el gobierno ha tenido que imprimir dinero para poder brindar esta ayuda y hoy financia la mitad del gasto público estatal con emisión monetaria, algo que podría eventualmente agravar la inflación”. (Veronica Smink en BBC News Mundo, Argentina, 3 agosto 2020).

Argentina, como se dijo, enfrentaba enormes dificultades económicas antes de la crisis: de 2015 a 2019 cerraron más de 24 mil 500 Pymes. Durante la emergencia sanitario-económica, de enero a mayo, entraron en quiebra otras 24 mil empresas; además multinacionales y empresas internacionales han decidido dejar de operar en el país, entre ellas, Telefónica, Nike, Wrangler, Lee, Bloomberg, la aerolínea chilena Latam, las fabricantes de pinturas para autos BASF, de Alemania, y Axalta, de Estados Unidos y la empresa francesa de autopartes Saint-Gobain Sekurit.

Argentina no pudo endeudarse más para hacer frente a sus graves problemas económicos. Más que deuda, la prioridad del Gobierno fue reestructurar la existente. En mayo entró a un nuevo default selectivo (o cesación de pagos) con bonistas extranjeros. Derivado de las negociaciones, en los primeros días de agosto, el Gobierno anunció que había llegado a un acuerdo con acreedores extranjeros para reestructurar 64 mil millones de dólares y salir del default. Resulta necesario resaltar algunos puntos:

  • La renegociación de la deuda se efectuó con bonistas extranjeros, particularmente con tres grupos: Grupo Ad Hoc (integrado por los fondos de inversión BlackRock, Fidelity y Ashmore, entre otros); el Grupo Exchange (que incluye al fondo Monarch) y el Comité de Acreedores de la Argentina.

  • Con los bonistas extranjeros se mantenía 20% del total de la deuda pública argentina, que asciende a unos 320 mil millones de dólares.

  • Extrañamente fue el FMI el que declaró en febrero que la deuda argentina no era sostenible" y que no era "económica ni políticamente factible" que pudiera realizar más ajustes para enfrentar este problema. Desde la perspectiva del Gobierno argentino “había voluntad, pero no capacidad de pago”. (Veronica Smink, en BBC News Mundo, agosto 5 de 2020).

  • El FMI aconsejó a los acreedores privados de Argentina que aceptaran recibir menos dinero para restablecer la sostenibilidad de la deuda; vale la pena decir que el FMI es el mayor acreedor del país sudamericano y Argentina su mayor deudor, con 44 mil millones de dólares.

  • La Directora General del FMI, Kristalina Gueorguieva, fijó la siguiente postura: “Nadie se beneficia si un país se cae por el precipicio de la deuda. El país sería excluido de los mercados, el crecimiento sufriría, la gente sufriría y además los acreedores no recuperarían su dinero". (Veronica Smink, BBC News Mundo, 5 de agosto de 2020).

  • La posición favorable del FMI hacia el deudor no debería ponerse en tela de juicio, si se considera que su función es garantizar la estabilidad del sistema de pagos. Los países con deudas insostenibles seguramente irán creciendo, siendo la reestructuración de pagos el único mecanismo viable que puede evitar un “crac” global. Tal vez la crisis pandémica lleve a una reforma en el sistema financiero internacional para propiciar nuevas opciones de desarrollo a un importante número de países; de no hacerlo, la probabilidad de tener un mundo convulso sería alta.


México

El pronóstico de crecimiento económico para 2020, antes de iniciar la crisis se ubicaba en un rango de 1.5 a 2.5%. Luego de la propagación del virus, en los Pre-Criterios 2021, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) ubicó el decrecimiento entre 0.1 y 3.9%.

Al igual que casi todos los países del mundo, los presagios en torno a la contracción económica de México se han hecho más funestos: el FMI amplió su pronóstico de 6.6% a 10.5%, una de las más altas del mundo, casi similar a la del Reino Unido (10.2%), pero menor a la de Italia y España (12.8%) y Francia (12.5%). La CEPAL también aumentó la caída del PIB de 6.5 a 9%. Vale la pena señalar que México ha causado especial interés en los bancos y agencias calificadoras del orbe y que existen pronósticos todavía más pesimistas, sólo por mencionar algunos, Signum Research sitúa la contracción en 12% y Citibanamex en 11.2%.

El presidente López Obrador anunció “el fin del periodo neoliberal” en cuanto tomó el poder. Sin embargo, ha sido extremadamente prudencial en el manejo de las finanzas públicas. Ha tenido como prioridades mantener lo más posible un equilibrio primario y no endeudar al país; asimismo, ha promovido el libre mercado y la integración regional. Para atenuar la crisis pandémica, de acuerdo con el FMI, México sólo ha invertido en programas fiscales el 0.7% de su PIB, cifra significativamente inferior a los destinados por los países sudamericanos (entre 5 y 10%) y que decir de Estados Unidos y los países europeos, mayores a 10%. (El Financiero, 27 de abril de 2020).

Las medidas adoptadas se dirigieron básicamente a la población vulnerable y al otorgamiento de créditos a microempresas y pequeñas empresas; así como a buscar mayor empleo a partir de inversiones estratégicas, además de intensificar la “austeridad republicana”. El plan, así, desde un principio cuidó de no caer en una incontrolable deuda pública. Orientó sus esfuerzos a medidas económicas que resguardaran a los más pobres. La mayor parte del presupuesto destinado a amortiguar la crisis ha provenido de fondos de emergencia y más de 6 mil 600 millones de dólares del presupuesto del Fondo de Estabilización de Ingresos. Asimismo, el Gobierno ha buscado allegarse mayores recursos fiscales y ha logrado que grandes deudores del Sistema de Administración Tributaria paguen sus impuestos.

Los datos en materia de crecimiento en el segundo trimestre fueron unos de los más severos en la historia económica del país: la actividad económica se contrajo casi en 19% y en mayo la inversión pública decayó en 38.4% y el consumo privado en 23.5%. El confinamiento, en efecto, hizo sus estragos; sin embargo, de enero a junio, se mantuvieron incólumes la sostenibilidad y la estabilidad de las finanzas públicas al registrarse un superávit primario de 61 mil 196 millones de pesos y un déficit público menor al programado en 17 mil 753 millones de pesos; en medio de la recesión se ampliaron los ingresos tributarios y no tributarios, sin recurrir a endeudamiento internacional; las reservas internacionales a julio alcanzaron un monto de 192 mil 606 millones de dólares, cerca del máximo histórico (196 mil 010 millones de dólares); además el país cuenta con una línea de crédito flexible y abierta con el FMI por 61 mil millones de dólares y una línea swap con la reserva federal de 60 mil millones de dólares que garantiza la liquidez del mercado cambiario.

En julio surgieron indicios de que la economía del país se estaba recuperando y se estima un repunte de 7.6% para el tercer trimestre; también, como resultado de la estrategia de integración regional (T-MEC) la industria automotriz ha ampliado su producción y ventas, igualándose a los registros antes de la pandemia y se contuvo el deterioro del mercado de trabajo, ya que 400 mil personas han recuperado su empleo.

Es muy pronto para llegar a conclusiones, pero México cuenta con fortalezas que otros países emergentes no tienen y cuyas expectativas se reducen porque están agobiados por crisis fiscales y de endeudamiento. Se ha padecido, sí, pero se mantienen con solidez las bases que pueden propiciar un crecimiento rápido y sostenido.

A manera de conclusión

Después de este recorrido narrativo un tanto extenso, tres reflexiones parecen cristalizar:

  1. Las inyecciones masivas de recursos a la economía no han logrado detener el desplome de la economía en ninguna parte del mundo. En el mejor de los casos, han conseguido sostener algún nivel de consumo con su efecto social. Un lujo que pueden darse economías grandes, como Estados Unidos o Alemania, pero que impone sacrificios fiscales desmesurados para economías como las de Latinoamérica, que incluso podrían estar comprometiendo el desarrollo inmediatamente posterior a la pandemia y aun a plazos más largos.

  2. La magnitud y el alcance del impacto de la pandemia es inédito. Hoy es más seguro considerar que el rumbo del crecimiento económico y de la globalización será diferente; cuantitativa y cualitativamente. Los tomadores de decisión estarán a ciegas. Vendrán tiempos de ensayo y error, en los que se mapé el terreno nuevamente. Surgirá como tarea el reconocer el momento y los sectores para aplicar políticas expansionistas, y procurar contar con el menor margen de error posible. Las necesidades de infraestructura, por ejemplo, podrían ser diferentes a lo que pensábamos hasta ahora. ¿Ante la incertidumbre que genera la presencia de patógenos que pueden arremeter, qué sentido tendría invertir en infraestructura turística cuando el apetito de viajar podría reducirse considerablemente; o porqué construir rascacielos u oficinas cuando más gente trabajará desde su hogar?

  3. Las finanzas internacionales son un campo minado. Los gobiernos de todos los países se encuentran exhaustos ante el esfuerzo fiscal realizado en estos meses y muchos de ellos endeudados, cerca o francamente por encima de sus límites. Ante este contexto, se necesitará de toda la creatividad para mantener en marcha los circuitos financieros internacionales que induzcan a la actividad económica que requiere la humanidad.

De manera muy dolorosa, ahora se está en el dilema de atender la salud o la economía. Hoy la emergencia actual puede comprometer el futuro. Los recursos de los gobiernos son escasos. Cómo conviene invertirlos: ¿para parar el desplome de la producción causada por razones extraeconómicas? O ¿para energizar una fase expansiva, una vez que la economía vuelva a su cauce (nuevo)? Con tanta incertidumbre queda como opción sacar el día lo mejor posible con el menor daño y guardar lo que se pueda para el siguiente; y esperar, sí, que pronto se consiga una vacuna o un tratamiento eficaz y seguro. Eso es a lo que la humanidad aguarda con desesperación.

Quizás la lección más importante de esta “pandecrisis” es que exige la acción coordinada de la comunidad internacional. No parece que un país pueda superarla por su propia cuenta. Mientras mejor se entienda que el destino de cada uno depende del de los demás habrá una mejor opción de que se salga de ella. La buena noticia, es que podríamos desembocar a un mundo post-pandemia más solidario y cooperativo. Más a la altura de los retos que enfrentamos como civilización humana contemporánea.

Post scriptum

Quisimos visualizar preliminarmente, si puede existir una relación entre el sacrificio económico y el social, que nos ha impuesto la pandemia. La siguiente gráfica es sólo un ejercicio en ese sentido. En las abscisas recogimos datos de los pronósticos de crecimiento para un grupo de economías. En las ordenadas trasladamos el número de defunciones que el covid-19 ha cobrado en las mismas economías. A simple vista no se percibe ninguna relación. El herramental estadístico sugiere una relación inversa pero ligera y débil. Podría explicarse todavía por errores en la aplicación de los instrumentos.

La gráfica sugiere, que el sacrificio económico no ayuda a aliviar el social (salud)
Fuente: elaboración de la Ekonosphera con datos del Worldometer y de la OCDE; recuperados el 9 de agosto de 2020.

Lo único que quedaría por concluirse es que los países que han resultado más afectados en términos de decesos probablemente no podrían haber logrado resultados notablemente mejores, si hubieran hecho un sacrificio económico aun mayor. México entre ellos.

Si la capacidad de las naciones para limitar lo peor de la pandemia no es el frenado en seco de la economía, entonces es necesario buscar las causas en otro lado. Algo que la gráfica si refleja, es que es posible transitar esta crisis con menos pérdidas humanas. Las razones pueden ser de índoles muy diversas. Desde la fortaleza previa del gobierno o del sistema de salubridad, hasta aspectos culturales que se traduzcan en ciudadanos excepcionalmente disciplinados, pasando por combinaciones diferentes de políticas públicas para la economía y la salud. El territorio pandémico en el que aterrizó la humanidad este año todavía tiene grandes extensiones por explorar.

Fuente del gráfico: elaboración de la Ekonosphera con datos del Worldometer y de la OCDE; recuperados el 9 de agosto de 2020.

 

Equipo Ekonosphera:

  • Juan Alberto Equihua Zamora

  • Luis Miguel Galindo Paliza

  • Juan Eduardo Martínez Leyva

  • Guadalupe Martínez Leyva

  • José Eduardo Esquivel Ancona

  • Arturo Urióstegui Palacios

  • Guillermo Saldaña Caballero

  • Gildardo Cilia López



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