Tema de la Semana: La Corrupción, el Daño que más nos Lástima
Actualizado: 26 ago 2020
Coordinador: Guillermo Saldaña Caballero
La palabra corromper viene del latín corrumpere y conforme a la Real Academia de la Lengua Española tiene las siguientes acepciones: “1) alterar y trastocar la forma de algo; 2) echar a perder, depravar, dañar o pudrir algo; 3) sobornar a alguien con dádivas o de otra manera; 4) pervertir a alguien; 5) hacer que algo se deteriore; 6) incomodar, fastidiar, irritar; y 7) oler mal”. El significado es síntesis de todo lo negativo en las relaciones humanas: “echar a perder, enviciar, pervertir, depravar, dañar, degenerar o pudrir; sobornar o cohechar; y seducir o envilecer”. Para que haya un acto de corrupción en su forma más perniciosa se requiere de la interacción de cuando menos dos personas: el que corrompe y el que se deja corromper.
Los actos de corrupción en todo lugar y tiempo son reprobables. Simplemente están mal. Todo ser humano lo sabe y lo siente. La cuestión relevante, en consecuencia, por su carácter cognitivo lleva profundamente a la moral y a la ética. ¿Por qué existen actos de corrupción? ¿Por qué llegamos a conducirnos de manera corrupta, a sabiendas de que está mal?
Para encontrar respuestas hace falta explorar los factores que determinan la moral de los individuos; que son de carácter psicológico, social, cultural, entre otros. Por ahora baste simplemente enunciar algunas explicaciones tentativas para comprender las conductas corruptas.
Quien acaba por dejarse corromper es que ha encontrado en su fuero interno justificaciones que le permiten darse la licencia de actuar fuera de la norma. Es muy probable que más que motivos racionales sean pretextos, que pueden ir desde razones de supervivencia y autodefensa, hasta reflexiones egocéntricas (me lo merezco). Todos conocemos estos argumentos. Los hemos encontrado en los medios (Karim, la señora de Duarte, por poner un ejemplo muy publicitado). Si somos honestos, en algún momento de la vida, cada uno de nosotros ha tenido la flaqueza de ir contra lo legalmente establecido: “¿Ir al corralón? ¿Cómo? No tengo tiempo para perderlo en esas tonterías”; desaparecen los pruritos y buscamos un arreglo con el oficial de tránsito.
Los rasgos para actuar corruptamente suelen ser algunos de los siguientes:
Cortoplacismo. Obtención de ganancias o resultados rápidos, y ¿por qué no? instantáneos.
Egocentrismo. “Soy yo, no me puede pasar a mí. ¡Yo soy diferente!”.
Poder, prepotencia. Las reglas son para que las acaten los demás; yo no tengo porqué obedecerlas, pertenezco a otra clase. Puedo sustraerme a la norma, entonces, me sustraigo.
Miopía. Ignoramos o por lo menos descartamos las implicaciones y los riesgos de las conductas corruptas en el largo plazo. No sólo está la posibilidad de recibir una sanción; sino los efectos en nuestro prestigio y eventualmente en nuestro legado y trascendencia, que al momento de corromper o de dejarnos corromper ni siquiera pasan por nuestra cabeza.
Impunidad. A mi no me pueden hacer nada. Nadie se va a enterar. Puedo evadir mi responsabilidad.
Socialización y culturalización de la corrupción: todos lo hacemos. Así somos aquí. Si hay quien lo hace, ¿Por qué yo no? ¡No soy el único!
Con este equipamiento “ideológico”, los tipos de corrupción son innumerables, la página “Iniciativa Ciudadana” sugiere una colección de ellos, con sus curiosas connotaciones en la jerga popular:
Soborno (“póngase la del Puebla”).
Desvío de recursos (“un peso para el pueblo, uno para mí”).
Abuso de funciones (“porque quiero y porque puedo”).
Colusión (“el que no tranza no avanza”).
Conspiración para cometer actos de corrupción (“al jefe lo que pida” o, “a sus órdenes jefe”).
Tráfico de influencia (“ahí te encargo a mi compadre”).
Enriquecimiento oculto (“un político pobre es un pobre político”); y
Obstrucción de la justicia (“calladito te vez más bonito”)
http://ley3de3.mx/es/10-tipos-de-corrupcion/
También hay niveles. “Las mordidas” son, por lo general, pequeños sobornos para facilitar trámites administrativos, evadir la penalización por alguna infracción o pagar menos a un servicio o consumo (los diablitos en los medidores de luz o las instalaciones eléctricas irregulares son el mejor ejemplo). La mayor parte de los mexicanos no asocian a “la mordida” como un acto de corrupción, sino como un acto de audacia, astucia e inteligencia para evitar o reducir gastos o daños que pudieran ser mayores, o tal vez, impagables de acuerdo con los ingresos disponibles conforme a remuneraciones o utilidades.
Los mexicanos identificamos la corrupción más en el contexto de la burocracia pública y la política, con sus escalas que deben distinguirse: 1) la de quienes pertenecen a la élite que suelen ser los causantes de la gran corrupción, lo que implica que uno sólo de sus actos puede significar grandes cantidades de dinero y que al reiterarse lleva a un inimaginable desvío de recursos; y 2) la que conforman los servidores públicos de menor rango, que son la base que sustenta las actividades económico-administrativas del gobierno y que cotidianamente se reproducen en una miríada de acciones, que al sumarse, también llevan a una fuga significativa de recursos. La suma de ambos estratos escapa a todo registro y medición, por ser actos que ocurren en la opacidad. Casi todos coinciden en que la dimensión de la corrupción alcanza cifras para nada despreciables. Pongamos algunos ejemplos:
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estima que la corrupción en México pudiera alcanzar entre 5 y 10% del Producto Interno Bruto (PIB).
El Banco Mundial, la ha estimado en 9% del PIB.
La Secretaría de la Función Pública (SFP) advierte que el flagelo de la corrupción puede representar 5% del PIB, llevándolo también hasta un máximo de 10%.
Para nuestros propósitos actuales, tomaremos la media de lo que señalan la OCDE y la SFP, 7.5%. Si a este porcentaje lo multiplicamos por el PIB nominal de México en 2019 (24.33 billones de pesos) el resultado es que la corrupción sería del orden de 1.82 billones de pesos. Recordemos que un billón de pesos en México es un millón de millones, es decir, es un “1 seguido de 12 ceros”. Si quisiéramos traducir el resultado de la operación en pesos el flagelo de la corrupción sería de: $1,824,750,000,000.00.
Hay quien aparentemente desea justificar la corrupción en, por lo menos, dos sentidos. Uno, porque la corrupción permite “aceitar” el funcionamiento de la economía cuando el exceso de regulación sofoca el accionar de los ciudadanos o las empresas; o, cuando las normas han sido mal dictadas a tal grado que inmovilizan o entorpecen iniciativas o emprendimientos. Dos, porque se concibe la corrupción como un proceso natural en el desarrollo político y económico de un país; de modo que el dinero atrae al diablo: cuando las economías se enriquecen, aparecen primeramente las rentas que justifican la corrupción. ¿Será cierta esta última afirmación?
En la percepción de la corrupción los países más pobres, desiguales y en guerra ocupan los primeros lugares, entre ellos, Somalía, Siria, Sudán del Sur, Yemen, Corea del Norte, Sudán, Guinea Bissau, Guinea Ecuatorial y Afganistán; y, por el contrario, los países con mayor ingreso per cápita y con mayor retribución social son los menos corruptos: Dinamarca, Nueva Zelanda, Finlandia, Singapur, Suecia, Suiza, Noruega, Países Bajos, Canadá, Luxemburgo, Alemania y Reino Unido. Es decir, la corrupción no guarda una relación directa con el nivel de riqueza de los países, parece lo inverso, entre más pobres más corruptos.
http://www.rendircuentas.org/indice-percepcion-la-corrupcion-2019/
En la edición 2019 del Índice de Percepción de la Corrupción, México se ubicó en la posición 130 de 180 entre los países evaluados por “Transparencia Internacional”, con 29 de 100 puntos; es decir, está reprobado y en el análisis comparativo resultó:
Que es el peor evaluado entre los países integrantes de la OCDE, en el lugar 36 de los 36 países miembros.
Con respecto al continente americano,